(BERNIE SANDERS. LA JORNADA)
Han pasado más de 100 días desde que empezó esta guerra, con el espantoso ataque terrorista de Hamas que dio muerte a mil 200 israelíes inocentes y capturó más de 200 rehenes, de los cuales más de un centenar siguen cruelmente retenidos en cautiverio.
Y si bien en mi mente no hay duda de que Israel tiene el derecho de defenderse y de ir a la guerra con Hamas, organización que empezó esta terrible situación, no tiene el derecho de ir a la guerra contra todo el pueblo palestino y contra hombres, mujeres y niños inocentes en Gaza. Trágicamente, eso es lo que estamos viendo.
Como todos sabemos, la campaña militar lanzada por el derechista gobierno de Netanyahu ha conducido a una destrucción masiva y a un extenso daño civil. Hasta ahora ha sido, con mucho, la campaña de bombardeos más intensiva del siglo XXI. Y, como el presidente Biden ha dicho repetidas veces, y la prensa y observadores de derechos humanos han documentado exhaustivamente, este bombardeo ha sido en gran medida indiscriminado.
Los resultados de esta campaña de bombardeos han sido catastróficos. Desde el 7 de octubre, más de 24 mil palestinos han muerto por las bombas israelíes y más de 60 mil han sido lesionados. De esas víctimas, 70 por ciento han sido mujeres y niños. Se cree que miles más están sepultados bajo los escombros de edificios destruidos en Gaza.
Desde el principio de esta guerra, 1.9 millones de hombres, mujeres y niños palestinos han sido expulsados de sus hogares: 85 por ciento de la población total de Gaza. ¡Ni siquiera saben si podrán regresar a sus hogares! Son personas empobrecidas que no tienen idea de cuál será su futuro o si alguna vez podrán volver a sus casas.
Naciones Unidas reporta que más de 234 mil unidades habitacionales han sido dañadas y más de 46 mil hogares completamente destruidos en Gaza, que representan casi 70 por ciento de la vivienda disponible, cifra confirmada por el análisis académico de datos de radar por satélite. Eso significa, y esta es una realidad increíble, que la devastación de Gaza después de 100 días ha sobrepasado la destrucción de Dresde durante la Segunda Guerra Mundial, donde la mitad de los hogares fueron destruidos, y es mucho más que el daño en docenas de otras ciudades alemanas sometidas a años de bombardeos durante esa guerra.
Hoy día, no sólo la gran mayoría de pobladores de Gaza están sin hogar, sino que también carecen de comida, agua, suministros médicos y combustible. Un informe reciente de Naciones Unidas indica que la mitad de la población, de unos 2.2 millones, están en riesgo de morir de hambre y 90 por ciento declaran que regularmente pasan todo un día sin probar alimento. Luego los papás hacen esfuerzos extraordinarios para asegurarse de que los niños coman primero. El economista en jefe del Programa Mundial de Alimentos señaló que el desastre humanitario en Gaza está entre los peores que ha visto. Grupos de ayuda advierten que en las próximas semanas toda la población podría padecer hambre.
Hoy, cientos de miles de niños en Gaza, niños inocentes, mueren de hambre ante nuestros ojos. No podemos continuar mirando hacia otro lado. Debemos actuar.
Trágicamente, pese a los esfuerzos de la ONU y otros, pese a la creciente crisis humanitaria que estamos viendo, en realidad se ha vuelto más difícil llevar ayuda a la gente que la necesita. Los grupos de ayuda dicen que el acceso humanitario se deterioró en enero, en comparación con diciembre. Los camiones cruzan la frontera con demasiada lentitud, en un número demasiado bajo, pero ni siquiera esos camiones pueden ir más allá de la zona fronteriza inmediata porque los israelíes no los dejan avanzar con seguridad.
Esa es la situación que tenemos ahora. Trabajadores humanitarios que han pasado décadas sirviendo en zonas de guerra afirman que esta catástrofe va más allá de cualquier cosa que hayan visto antes.
Dios sabe que en todo el mundo se suscitan tragedias. Esta es una tragedia en la que nosotros, Estados Unidos, somos cómplices. Mucho de lo que sucede ahora se hace con armas y equipo estadunidenses. En otras palabras, nos guste o no, Estados Unidos es cómplice en la pesadilla que millones de palestinos están experimentando.
El Wall Street Journal informó el 1º de diciembre que Estados Unidos ha proporcionado por lo menos 15 mil bombas y 57 mil proyectiles de artillería a Israel, entre ellos, más de 5 mil 400 bombas enormes de mil kilogramos, capaces de destruir vecindarios enteros.
El Washington Post informó que, en sólo seis semanas después del 7 de octubre, Israel arrojó sobre Gaza más de 22 mil bombas suministradas por Estados Unidos. CNN reportó que casi la mitad de esas bombas eran de las llamadas bombas tontas
, que no son guiadas.
Allí es donde estamos hoy. Han muerto 24 mil palestinos en Gaza, de los cuales, dos tercios son mujeres y niños, y otros 60 mil han sido heridos; 70 por ciento de la vivienda disponible ha sido dañada o destruida, y casi 2 millones de personas intentan sobrevivir con reservas inadecuadas de comida, agua, suministros médicos o combustible. La situación humanitaria se agrava por momentos. Cientos de miles de niños están en riesgo de morir de hambre.
Dada la escala de la destrucción y el uso extenso de armas estadunidenses en esta campaña, el Congreso debe actuar. Debemos asegurar que la ayuda estadunidense se utilice de acuerdo con los derechos humanos internacionales y nuestras propias leyes.
La verdad es que, desde ese terrible 7 de octubre en que Hamas atacó a Israel, el Senado ha tenido muy pocos debates significativos con respecto a esta guerra, pese a la horrible cifra de daños y a la profunda preocupación de muchos estadunidenses. Hemos aprobado resoluciones simbólicas, pero no hemos considerado una sola medida que lidie con la destrucción sin precedente, la crisis humanitaria o el uso de armas estadunidenses en una campaña militar que ha dejado tantos muertos, heridos y desplazados.
* Este artículo se compone de extractos de un discurso del senador independiente Sanders en el pleno del Senado, uno de los pocos disidentes públicos en la cámara alta respecto a la política estadunidense en Medio Oriente.
Traducción: Jorge Anaya