INSTITUTO ELECTORAL DE PARTICIPACIÓN CIUDADANA DE JALISCO
En nuestro país, entre todos los ejemplos de participación por la reivindicación de los derechos que nos pertenecen, el movimiento feminista califica como el más antiguo y constante. La primera Ola del Feminismo en México comienza a gestarse en Yucatán y continúa con la creación de clubes feministas en toda la República, mismos que estaban dirigidos por mujeres como Hermila Galindo, Elena Torres, Elvia Carrillo Puerto, Rora Torre y Atala Apodaca. Así se llega a celebrar el primer Congreso Feminista en Mérida, Yucatán en 1916, organizado por la profesora Consuelo Zavala. A este Congreso asistieron 700 mujeres, la mayoría de ellas profesoras. Los temas que se trataron fueron la secularización de la educación, la ciudadanía política de las mujeres y los derechos reproductivos y sexuales. Aunque ninguno de los derechos planteados se obtuvo de inmediato, el Congreso sirvió para resaltar la deuda que nuestro país tenía con sus mujeres.
Inspiradas en la segunda ola del movimiento feminista, las mexicanas ejercen presión para que se les conceda el sufragio activo y pasivo, derecho conductor de otros derechos como el derecho a la patria potestad de los hijos, al patrimonio, entre otros. Este logro por fin se cristalizó en 1953 durante la presidencia de Adolfo Ruiz Cortines.
El derecho a decidir sobre la reproducción sería la materia de la tercera ola del feminismo (1960-1980), sin embargo, también se comenzó a hacer énfasis sobre un aspecto generalmente soslayado, la desigualdad de beneficios profesionales, salariales y políticos en perjuicio de las mujeres. La píldora anticonceptiva fue sin duda la piedra angular sobre la que se consolidó este movimiento. En esta Ola se integran grupos diversos de mujeres que habían sido segregados como las mujeres indígenas, negras, pobres, lesbianas, entre otras.
Sin embargo, la lucha de las mujeres por lograr ser visibilizadas y reconocidas no es estático por ello, a partir de la aplicación de acciones afirmativas, estrategias destinadas a establecer la igualdad de oportunidades, por medio de medidas que compensen o corrijan las discriminaciones resultantes de prácticas o sistemas sociales. Tienen carácter temporal, están justificadas por la existencia de la discriminación secular contra grupos de personas y resultan de la voluntad política de superarla (Marta Suplecy, 1996; 4-1; p.131, Alcadesa de Brasil).
En México se adoptan estas acciones afirmativas para las mujeres a manera de cuotas con el objetivo de ayudar a superar los obstáculos que les impiden ingresar en la política del mismo modo que a los varones. Estas cuotas se clasifican en tres grupos: obligatorias, voluntarias y de financiamiento. Cada una de ellas se incluyó en las diversas reformas político-electorales que ha tenido nuestro país. En 1993 se conminó a los partidos políticos a promover la participación política de las mujeres; en 1996 se recomienda a los partidos políticos el no postular más del 70% de candidaturas del mismo género; en 2002 se aplica la cuota de 70/30% en candidaturas a diputados y senadores en tanto la lista de RP en cada uno de los tres primeros segmentos estaría integrada por una candidatura de género distinto; para 2008 la cuota 60/40 a candidaturas de diputados y senadores. Las listas de representación proporcional se integran por segmentos de cinco candidaturas. En cada uno de los segmentos de cada lista habrá dos candidaturas de género distinto, de manera alternada y en 2014 la paridad entre los géneros 50% de cada uno de los géneros en las listas de los partidos.
Como hemos visto, los logros del movimiento feminista en México ni son pocos ni han sido gratuitos; la agenda de la igualdad aún tiene pendientes importantes para que las mujeres pueden ejercer plenamente su liderazgo político, social y económico, esto es, una paridad sustantiva de derechos y oportunidades.