Las tabaqueras invierten miles de millones en investigación para tergiversar la evidencia científica

(ENRIQUE ALPAÑES. EL PAÍS)

El humo intoxica la literatura científica. La industria del tabaco financia estudios que se publican en las principales revistas del sector, según una investigación realizada por The Investigative Desk y la revista médica The BMJ. Esta última es una de las pocas publicaciones científicas que ha prohibido estudios total o parcialmente financiada por tabaqueras. Solo ocho de las 40 revistas analizadas lo hacen. El análisis señala a un total de 876 estudios del repositorio científico PubMed, publicados desde 1996. En estos, al menos uno de los investigadores estaba relacionado con una empresa médica con vínculos financieros industria del tabaco. El estudio señala que este es un problema que se repite en el tiempo, a pesar de los intentos de algunas revistas de cortar por completo los vínculos con la industria.

Hay cuatro grandes empresas tabacaleras en el mundo, pero estas se han diversificado en un complejo entramado empresarial con ramificaciones en filiales médicas y farmacéuticas. Estas son más complicadas de detectar, incluso si la revista en cuestión lo intenta. Los autores del estudio ponen como ejemplo algo que les sucedió en sus propias publicaciones. Hace unos meses BMJ Open tuvo que retractarse de un artículo después de que saliera a la luz que uno de sus financiadores recibía el patrocinio de la Fundación para un Mundo sin Humo, un grupo dependiente de la tabacalera Philip Morris International.

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“No me sorprende en absoluto”, contesta en un intercambio de mensajes Francisco Camarelles Guillem, profesor de medicina en la Universidad Autónoma de Madrid y delegado del Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo. “La industria tabacalera ha financiado muchos estudios para negar lo perjudicial que son sus productos o que no causan adicción. Sus tentáculos son muy largos y afectan a muchos campos, entre ellos, la investigación”.

En Mercaderes de la duda (Capitán Swing) Erik M. Conway y Naomi Oreskes denuncian cómo un entramado empresarial lleva años entorpeciendo la investigación científica para beneficiar sus intereses económicos. Esta práctica es especialmente habitual, explican los autores, en el mundo del tabaco y del cambio climático, donde las empresas “mantienen viva la controversia mediante la difusión de la duda y la confusión” después de que se haya llegado a un consenso científico. Esta fue la estrategia repetida durante décadas por las empresas tabaqueras a partir de los años cincuenta, cuando se empezó a comprobar científicamente la relación del tabaco con el cáncer. Se invirtieron millones en investigaciones sobre el tabaco que en realidad estudiaban otras cosas, lo que los historiadores llaman “investigación señuelo”.

Y esta sería la estrategia que están replicando ahora con las alternativas del tabaco, como los vapeadores, que intentan hacer pasar como un sucedáneo saludable al tabaco. El vapeo ya es más común que los cigarrillos entre los jóvenes, según un informe coordinado por la Universidad de Glasgow y encargado por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Los cigarrillos electrónicos con nicotina son “dañinos para la salud y muy adictivos”, según este organismo. Aunque no se conocen del todo sus efectos a largo plazo, se ha demostrado que liberan sustancias tóxicas cancerígenas y que aumentan el riesgo de sufrir trastornos cardiacos y pulmonares.

“Cualquiera que entienda (…) esta epidemia y los esfuerzos estratégicos de la industria tabaquera para dividir a la comunidad de la salud pública sabe que el dinero de la industria debe rechazarse”, afirma en un editorial asociado Ruth Malone, profesora de ciencias sociales del comportamiento en la Universidad de California y ex editora en jefe de la revista Tobacco Control del Grupo BMJ. Pero no todo el mundo es tan contundente. El estudio incluye las declaraciones de distintos científicos cuyos estudios han sido financiados por el sector, y si bien la mayoría lo considera un error y hace propósito de enmienda, hay quien defiende que esta connivencia puede ser positiva. “Mientras British American Tobacco no interfiera en mi trabajo científico, no veo ningún problema inmediato”, ha declarado Alexander Sack, profesor de estimulación cerebral y neurociencia cognitiva aplicada de la Universidad de Maastricht, a BMJ.

Preguntado por EL PAÍS, Camarelles se muestra mucho más tajante. “La influencia de la industria tabacalera en la investigación tiene serias implicaciones para la salud pública. La manipulación y el sesgo en los estudios pueden retrasar la implementación de políticas efectivas contra el tabaquismo y la adopción de medidas de salud pública basadas en la evidencia”, señala.

El tabaco mata a ocho millones de personas cada año, según la OMS. Aunque sigue siendo una industria boyante, (Imperial Brands, una de las cuatro grandes tabacaleras, cifra el valor total del mercado en 850.000 millones de dólares) su consumo está disminuyendo rápidamente. En el año 2000, el 32,7% de la población mundial fumaba; en 2020, lo hacía el 22,3%, y se estima que para 2025 el porcentaje caerá al 20,4%. Las empresas utilizan su menguante pero considerable capacidad financiera no solo para diversificar su emporio más allá del cigarrillo tradicional, también para cambiar la percepción de sus nuevos productos.

Esto se consigue financiando investigaciones e intentando influir en los profesionales sanitarios. Hace poco salía a la luz que la tabacalera Philip Morris estaba financiando cursos para médicos en Medscape, una web sanitaria con información y cursos para profesionales del sector. “Yo estoy suscrito a Medscape y recibí esa información sobre formación de ayuda para dejar de fumar”, señala Camarelles. “Detrás estaba la industria”. Los cursos, que ya han sido retirados, apuntaban a los cigarrillos electrónicos como una alternativa al tabaco, una forma de “reducción de daños” para los fumadores. “Se prevé que más del 50% de los ingresos de Philip Morris en 2030 vengan de la comercialización de estos productos”, apunta Camarelles.

La industria tabacalera tiene un largo historial de subversión de la ciencia, pero solo el 20% de las principales revistas médicas tienen políticas para protegerse contra su influencia. Esta reciente investigación puede suponer un toque de atención al sector. Pero incluso si se aumenta la vigilancia, escapar de la influencia de esta industria puede ser difícil, reconocen los autores. Hay filiales y organizaciones asociadas con las empresas tabaqueras, hay científicos con intereses económicos, institutos y asociaciones financiados de forma indirecta por el sector. Hay cuatro enormes empresas, valoradas en 850.000 millones de dólares, que se ven abocada a renovarse o desaparecer. A menos que cambie la forma en la que son percibidas por el gran público.

Vista de un estanco en la ciudad de Zaragoza.JAVIER CEBOLLADA (EFE)