Fuerzas del mercado, insuficientes para frenar el cambio climático

(MARTIN WOLF. THE FINANCIAL TIMES)

  • Tema a analizar: importancia de generación de energías renovables, también requeridas para viabilidad del ‘nearshoring’. | Cuartoscuro

Martin Wolf

Londres / 03.07.2024 02:59:04

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En el centro de los intentos por detener el perjudicial cambio climático hay un par de ideas: descarbonizar la electricidad y electrificar la economía. Así que, ¿cómo van las cosas? La respuesta es: mal.

¿Las cosas cambiarán lo suficientemente pronto? No en la trayectoria actual. Y lo que es peor, la política se ha vuelto aún más difícil: la gente no quiere pagar el precio de descarbonizar la economía.

Aquí hay un hecho aleccionador: en 2023, la producción de electricidad generada a partir de combustibles fósiles alcanzó un máximo histórico. La proporción de electricidad generada de esta manera cayó de 67 por ciento en 2015 (fecha del famoso Acuerdo de París) a 61 por ciento en 2023, pero la producción global de electricidad aumentó 23 por ciento en esos ocho años. Como resultado, aunque la generación a partir de fuentes de combustibles no fósiles (incluida la nuclear) aumentó 44 por ciento, la que proviene de combustibles fósiles subió 12 por ciento. Por desgracia, la atmósfera responde a las emisiones, no a las buenas intenciones: hemos corrido hacia adelante, pero retrocediendo.

La explicación de este aumento es el deseo de las personas y las empresas de los países emergentes y en desarrollo de disfrutar de los estilos de vida con alto consumo de energía que tienen los países de altos ingresos. Ya que estos últimos no tienen la intención de renunciar a ellos, ¿cómo pueden quejarse? Sí, existe un movimiento de “decrecimiento” políticamente irrelevante, pero detener el crecimiento, incluso si fuera políticamente aceptable (¡que no lo es!), no eliminará la demanda de electricidad. En cambio, eso requerirá revertir el crecimiento de los últimos 150 años.

La única solución es una descarbonización más rápida y, por tanto, una mayor inversión en electricidad generada a partir de energías renovables, nuclear o cualquier fuente que no sea la quema de combustibles fósiles, pero tenemos que reconocer que hasta ahora, a pesar de todo lo que se dice, las emisiones no están bajando y tanto las reservas de gases de efecto invernadero en la atmósfera como las temperaturas globales van en aumento.

Una respuesta a esto mucho más peligrosa, porque mucho más potente políticamente, que la de los “decrecentistas” (los que abogan por el decrecimiento), proviene de sus opuestos: los partidarios del libre mercado y los nacionalistas. Esto es: “¿a quién le importa? Dejemos que explote la economía de los combustibles fósiles”.

A este punto de vista, un artículo reciente de investigadores del Instituto de Potsdam para el Impacto Climático ofrece un importante contrapunto. Se concluye que “la economía mundial está destinada a una reducción de ingresos de 19 por ciento” para 2050, con un rango probable de 11 a 29 por ciento, dada la incertidumbre, en relación con lo que habría sucedido sin el cambio climático. La palabra “destinada” aquí describe el resultado de las emisiones pasadas y los escenarios futuros “socioeconómicamente factibles” o “lo de siempre”.

El estudio también afirma que los costos de mitigar esto, limitando el aumento de temperatura a 2 grados celsius, son solo una sexta parte de los costos del probable cambio climático. Añade que las mayores pérdidas recaerán en los países más pobres de “latitudes más bajas” (el actual “Sur Global”), que no son responsables de la trampa en la que se encuentran.

No es necesario creer en ningún análisis tan específico, pero sí en la física no sofisticada del calentamiento global y en la insensatez de realizar experimentos irreversibles a largo plazo en el único planeta habitable que tenemos. A estas alturas, está claro que las predicciones anteriores sobre el calentamiento global han resultado ser correctas en gran medida. Persistir en el escepticismo es inmoral y tonto. Incluso un fanático del libre mercado no puede negar que las externalidades ambientales son una forma de falla del mercado. El clima es la externalidad más grande de todas. También crea el mayor problema de acción colectiva posible, que no solo afecta a toda la humanidad, sino que también tiene enormes consecuencias distributivas dentro y entre generaciones.

Hasta hace poco, esperaba que tuviéramos suerte: las fuerzas del mercado (más la enorme inversión de China) podían impulsar el mundo hacia las energías renovables con suficiente rapidez. Esto ya no parece factible, porque es necesario acelerar el ritmo del cambio hacia las energías renovables (muy aparte de las muchas otras inversiones necesarias). En su libro, The Price is Wrong: Why Capitalism Won’t Save the PlanetBrett Christophers argumenta que la caída del precio de la electricidad generada por energías renovables no las convierte en una inversión atractiva: lo que importa son las utilidades, no los costos marginales. Si Christophers tiene razón, será necesaria alguna combinación de fuertes impuestos al carbono, subsidios a largo plazo y cambios en el diseño de los mercados de electricidad.

Como argumentan lord Nicholas Stern y Joseph Stiglitz, uno de los problemas más importantes en este ámbito es la incapacidad de los mercados de capital para fijar un precio adecuado para el futuro. Por tanto, los rendimientos que buscan los inversionistas implican que el bienestar de los seres humanos del futuro es casi irrelevante. Esto solo tiene sentido si se puede asumir que el futuro será bueno, pero ¿y si no es así? Entonces las instituciones y los gobiernos deben influir. Esto hace que los argumentos a favor de influir (o fijar) el costo del capital sean muy poderosos. Esto es importante para los países emergentes y en desarrollo, donde los costos del capital son punitivos. Un importante artículo reciente de Bruegel, “El argumento económico a favor del financiamiento climático a escala”, presenta argumentos persuasivos para financiar una salida acelerada de estos países de su dependencia del carbón.

Dentro de cien años, es probable que la gente recuerde nuestra era como la época en la que, conscientemente, legamos un clima desestabilizado. El mercado no arreglará esta falla, pero la fragmentación política y el populismo nacional de la actualidad hacen que sea casi inconcebible que se muestre el coraje necesario. Hablamos mucho, pero nos resulta imposible actuar en la escala necesaria. Este es un fracaso trágico.

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