(DANI RODRIK, LAURA TYSON Y THOMAS FRICKE. EL ECONOMISTA)
CAMBRIDGE/BERKELEY/BERLÍN. Los cambios de paradigma en el pensamiento económico dominante suelen acompañar a las crisis que exigen nuevas respuestas, como ocurrió después de que la estanflación (bajo crecimiento y alta inflación) se apoderara de las economías avanzadas en los años setenta. Y puede estar sucediendo nuevamente, a medida que las democracias liberales enfrentaron una ola de desconfianza popular en su capacidad para servir a sus ciudadanos y abordar las múltiples crisis –que van desde el cambio climático hasta desigualdades insoportables y grandes conflictos globales– que amenazan nuestro futuro.
Las consecuencias se pueden ver ahora en Estados Unidos, donde el expresidente Donald Trump tiene muchas posibilidades de ganar las elecciones presidenciales de noviembre. De manera similar, un gobierno de extrema derecha podría tomar el poder en Francia después de las próximas elecciones anticipadas. Para impedir políticas populistas peligrosas que exploten la ira de los votantes y evitar daños importantes a la humanidad y al planeta, debemos abordar urgentemente las causas profundas del resentimiento de la gente.
Con este imperativo en mente, muchos economistas y profesionales destacados se reunieron en Berlín a finales de mayo para una cumbre organizada por el Foro Nueva Economía. La cumbre Recuperar al Pueblo condujo a algo parecido a un nuevo entendimiento que puede reemplazar el Consenso de Washington liberal de mercado, que durante cuatro décadas enfatizó la primacía del libre comercio y los flujos de capital, la desregulación, la privatización y otras medidas promercado.
Desde entonces, la Declaración de Berlín publicada al final de la reunión ha sido firmada por docenas de destacados académicos, entre ellos el premio Nobel, Angus Deaton; Mariana Mazzucato y Olivier Blanchard, así como por Thomas Piketty, Isabella Weber, Branko Milanovic y muchos otros.
El Consenso de Washington se ha tambaleado durante algún tiempo, cuestionado por abundantes investigaciones que documentan el aumento de la desigualdad de ingresos y riqueza y sus causas, así como por reevaluaciones del papel de la política industrial y las estrategias para combatir el cambio climático. Las crisis recientes, sin mencionar el peligro de perder la lucha por la propia democracia liberal, han catalizado un esfuerzo por traducir toda esta investigación en un nuevo marco común de políticas para recuperar a los ciudadanos.
La Declaración de Berlín destaca evidencia generalizada de que la desconfianza de la gente está impulsada en gran medida por la experiencia compartida de una pérdida real o percibida de control sobre el propio sustento y la trayectoria de los cambios sociales. Esta sensación de impotencia ha sido desencadenada por shocks derivados de la globalización y los cambios tecnológicos, amplificados por el cambio climático, la inteligencia artificial, el reciente shock inflacionario y la austeridad.
Este diagnóstico lleva lógicamente a una conclusión igualmente clara. Para recuperar la confianza de la gente se necesitan políticas que restablezcan la confianza en su capacidad (y en la de sus gobiernos) para responder eficazmente a los problemas reales que enfrentan. Esto significa centrar las políticas en la creación de prosperidad compartida y buenos empleos, incluidas políticas que aborden de manera proactiva las inminentes perturbaciones regionales apoyando nuevas industrias y dirigiendo la innovación hacia la creación de riqueza para muchos.
Existe un apoyo igualmente fuerte para diseñar una forma más saludable de globalización, para coordinar las políticas climáticas y para permitir el control nacional sobre intereses estratégicos cruciales. Detrás de estas prioridades hay un amplio acuerdo en que se deben reducir las desigualdades de ingresos y riqueza.
Como parte de un nuevo consenso, las políticas climáticas deberán combinar un precio razonable del carbono con fuertes incentivos positivos y una inversión ambiciosa en infraestructura. Y existe una aceptación generalizada de la necesidad de que los países en desarrollo obtengan los recursos financieros y tecnológicos que necesitan para embarcarse en la transición climática. En resumen, existe un nuevo sentido común compartido de que es necesario establecer un nuevo equilibrio entre los mercados y la acción colectiva.
Probablemente no habría sido posible llegar a un acuerdo sobre todo esto hace cinco años. El gran número de firmantes y la diversidad de perspectivas que representan reflejan cuánto ha cambiado el debate con la acumulación de cada vez más evidencia empírica.
Los firmantes de la Declaración de Berlín no pretenden tener todas las respuestas; lejos de ahi. Más bien, el propósito de la declaración es ofrecer una declaración de principios que obviamente difieren de la ortodoxia anterior y crear un mandato para perfeccionar los conceptos políticos para ponerlos en práctica. La forma de lograr una política industrial adecuada debe definirse en un contexto nacional, así como en un esfuerzo cooperativo internacional; lo mismo se aplica a la mejor manera en la que los gobiernos pueden incentivar el comportamiento amigable con el clima. También siguen siendo interrogantes abiertos cómo replantear la globalización o reducir de manera más efectiva la desigualdad económica.
Sin embargo, es sumamente importante lograr un consenso sobre los principios que deberían guiar a los responsables de las políticas. Reconocer que los mercados por sí solos no detendrán el cambio climático ni conducirán a una distribución menos desigual de la riqueza es sólo un paso hacia el diseño de estrategias óptimas que puedan abordar eficazmente los desafíos reales que enfrentamos. Ya se han logrado muchos avances en este frente.
Ahora nos enfrentamos a la elección entre una reacción populista proteccionista, con todo el conflicto que ello implica, y un nuevo conjunto de políticas que respondan a las preocupaciones de la gente. Para adelantarnos a los populistas, necesitamos un nuevo consenso político que se centre en las causas de la desconfianza de los ciudadanos, en lugar de en los síntomas.
Se necesita un esfuerzo concertado para devolver a los ciudadanos y a sus gobiernos el control y promover el bienestar de la mayoría a fin de restablecer la confianza en la capacidad de nuestras sociedades para superar las crisis y asegurar un futuro mejor. Para recuperar al pueblo se requiere nada más –y nada menos– que una agenda para el pueblo.
La Declaración de Berlín también ha sido firmada por Adam Tooze, Gabriel Zucman, Jens Südekum, Mark Blyth, Catherine Fieschi, Xavier Ragot, Daniela Schwarzer, Robert Johnson, Dalia Marin, Jean Pisani-Ferry, Barry Eichengreen, Laurence Tubiana, Pascal Lamy, Ann Pettifor, Maja Göpel, Stormy-Annika Mildner, Francesca Bria, Katharina Pistor y unos 50 investigadores y profesionales más.
El autor
Dani Rodrik, profesor de Economía Política Internacional en la Harvard Kennedy School, es presidente de la Asociación Económica Internacional y autor de Straight Talk on Trade: Ideas for a Sane World Economy (Princeton University Press, 2017).
La autora
Laura Tyson, expresidenta del Consejo de Asesores Económicos del presidente durante la administración Clinton, es profesora de la Escuela de Negocios Haas de la Universidad de California, Berkeley, y miembro de la Junta de Asesores del Grupo Angeleno.
El autor
Thomas Fricke es director del Foro para una Nueva Economía.
Derechos de autor: Project Syndicate, 2024.