Las altas tasas de interés finalmente hacen mella

(JAMES K. GALBRAITH, PROJECT SYNDICATE)

AUSTIN. El derrumbe del mercado bursátil es, tal vez, la señal tan esperada de una recesión económica en Estados Unidos. Para la administración del presidente Joe Biden así como para la campaña presidencial de Kamala Harris, el timing no podría ser peor. Durante años, ambos intentaron vender sus resultados económicos como una historia de éxito. Con los mercados en caída y el desempleo en aumento, ese intento pasó de ser difícil a imposible. La caída del mercado y la recesión latente llegan más de dos años después de que la Reserva Federal empezara a aumentar las tasas de interés para “combatir la inflación”. Ambas son la consecuencia directa, aunque demorada, de esa política. De modo que la política de la Fed finalmente está teniendo su efecto deseado, más de dos años después de que la inflación alcanzara un pico y empezara a bajar, por motivos no relacionados con la política de la Fed.

¿Ahora habrá una recesión? Durante por lo menos 40 años, una curva de rendimiento invertida de los bonos del Tesoro de Estados Unidos ha sido un indicador confiable de recesión en Estados Unidos. En 1980, 1982, 1989, 2000, 2006 y 2019, la tasa de interés de los bonos del Tesoro a 90 días aumentó por encima de la de los bonos a diez años, y en el lapso de un año se produjo una crisis. En todos los casos después de 1982, la inversión se terminó cuando llegó la recesión, pero llegó de todos modos.

Esto sucede porque cuando la Fed aumenta las tasas de interés de corto plazo, el crédito para inversión empresarial, construcción e hipotecas empieza a agotarse. ¿Por qué prestar al 4% o al 5%, o inclusive más, con riesgo, cuando se puede aparcar el dinero, libre de riesgo, al 5%? También inciden otros factores, entre ellos un dólar en alza (algo malo para las exportaciones) y los reajustes de las tasas sobre préstamos viejos (algo malo para los incumplimientos de pago de tarjetas de crédito e hipotecas, lo que fue notorio en 2007-08). Llegado el caso, las tasas de largo plazo empiezan a aumentar, y la inversión termina, pero luego las tasas altas de largo plazo causan más daño.

En este ciclo, si bien la curva de rendimiento se invirtió en octubre de 2022, luego no se produjo ninguna recesión hasta ahora. Fuerzas compensatorias sustentaron la economía, entre ellas déficits fiscales muy voluminosos, el pago de interés por una deuda nacional históricamente grande y el pago directo de intereses (desde 2009) por reservas bancarias muy abultadas. La economía siguió su curso, a pesar de los mejores esfuerzos de la Fed por desacelerarla.

Ya no más. El desempleo subió casi un punto porcentual completo en el transcurso del año pasado, y la creación de empleos ha bajado considerablemente. La cantidad de desempleados recientes, de empleados recientes de media jornada por razones económicas y de aquellos que no están en la fuerza laboral, pero quieren un empleo, aumentó en más de 1 millón de junio a julio. El indicador de recesión de Claudia Sahm –un incremento de medio punto en el desempleo sobre una media móvil de tres meses– titila en rojo. La regla de Sahm se ha mantenido desde por lo menos 1960. En 2007, junto con dos coautores estudiamos la historia del comportamiento de la Fed en respuesta a las condiciones económicas. Contrariamente a la retórica, descubrimos que después de 1984 la Fed dejó de reaccionar a la inflación (para ser justos, no había demasiado ante lo cual reaccionar). Por el contrario, la Fed aumentó las tasas de interés de corto plazo en respuesta a una tasa de desempleo baja o en caída –la preocupación clásica de los jefes que temen que sus empleados puedan exigir mayores salarios o renuncien porque encontraron un empleo mejor–.

Más importante, analizamos si el ciclo de elecciones presidenciales de Estados Unidos tenía un efecto estadístico en la curva de rendimiento después de controlar la inflación y el desempleo. Descubrimos –en cada modelo que testeamos– que había un efecto claro y contundente: en los años de elecciones presidenciales, la Fed implementa una política más flexible si los republicanos ocupan la Casa Blanca y una política más ajustada si el presidente es un demócrata. Específicamente, nuestro modelo predijo un efecto de ajuste de alrededor de 1.5 puntos cuando la tasa de desempleo es baja, con un 0.6 adicional en un año de elecciones presidenciales cuando los demócratas ocupan la Casa Blanca, en comparación con un efecto de alivio de 0.9 si el presidente es republicano. En consecuencia, en un año electoral con bajo desempleo, la oscilación prevista es de alrededor de tres puntos porcentuales en la curva de rendimiento.

En todos los aspectos clave, nuestro modelo de 17 años predice la situación actual. Desde el punto de vista de los jefes, el desempleo ha sido preocupantemente bajo. Y un demócrata está en la Casa Blanca. La curva de rendimiento se invirtió en alrededor de 1,5 puntos porcentuales. Por lo tanto, habríamos esperado una curva de rendimiento plana si el presidente fuera un republicano, y una curva con pendiente positiva –la situación normal– si el desempleo también hubiera sido más alto. En términos estadísticos, el modelo explica por qué la Fed se ha negado obstinadamente a bajar las tasas de interés, a pesar de la caída constante de la tasa de inflación.

Los presidentes demócratas no tienen a nadie a quién echarle la culpa más que a sí mismos. Durante décadas, han recurrido a la Fed como la institución para “combatir la inflación”. Durante décadas, han vuelto a nombrar presidentes republicanos: Alan Greenspan, Ben Bernanke y Jerome Powell. Más allá de los presidentes, los banqueros y los economistas están fuertemente representados en la Junta de Gobernadores de la Fed y en los Bancos de la Reserva Federal regionales.

Estos individuos pueden verse a sí mismos como sumos sacerdotes no partidarios, pero están ampliamente alineados con Wall Street y contra los intereses de los trabajadores. El resultado, predeciblemente, es una parálisis recurrente de la política económica progresista.

Cuando los demócratas se tomaban en serio a los trabajadores –aproximadamente a fines del siglo XIX hasta los años 1960–, entendían que había que confrontar y controlar a las frandes finanzas. Desde los años 1930 hasta fines de los años 1970, Estados Unidos tenía regulaciones y reguladores avocados a esa tarea. Pero esta dispensación se eliminó mayormente en los años 1980 y, desde la era de Bill Clinton, el Partido Demócrata ha dejado sola a la Fed, y recibió mucho dinero de Wall Street a cambio.

Esta campaña presidencial ha visto muchos giros y vueltas. El shock económico de la Fed –si se sigue desarrollando– será grande. Dado el posible efecto que se producirá en noviembre, los demócratas tal vez enfrenten otro periodo prolongado fuera del poder. Ojalá lo usen, si es necesario, para reflexionar sobre la imprudencia de su acuerdo de 30 años con las Grandes Finanzas.

El autor

James K. Galbraith, profesor de la Escuela de Asuntos Públicos Lyndon B. Johnson de la Universidad de Texas en Austin, fue director ejecutivo del Comité Económico Conjunto del Congreso de Estados Unidos y coautor (junto con Jing Chen) del libro de próxima publicación Entropy Economics: The Living Basis of Value and Production (University of Chicago Press). A fines de los años 1970, fue responsable de la supervisión de la política monetaria en el Comité Bancario de la Cámara.