El capitalismo en el centro del cambio climático

(MARÍA FERNANDA MAC GREGOR GAONA. NEXOS)

Lluvias torrenciales, sequías, huracanes, inundaciones, olas de calor… ¿Todo esto es cambio climático? La respuesta corta: depende. Aunque es cierto que existe evidencia de que el clima está cambiando a nivel global, no podemos asumir que una fuerte lluvia o que temperaturas altas se deban al cambio climático. En el clima “normal” de cualquier lugar puede haber ciertos días o temporadas donde se espera que la temperatura supere un cierto umbral o que llueva de manera torrencial cierto número de días al año: a esto se le llama variabilidad climática. Para poder relacionar eventos puntuales al cambio climático se requieren estudios y análisis estadísticos de detección y atribución. Lo que es innegable —y se ha comprobado con estudios de atribución— es que, de manera general, sí ha habido un aumento en los eventos extremos climáticos: desde aumento en el número de olas de calor, más precipitaciones intensas, sequías más prolongadas, y hasta ciclones tropicales o huracanes más intensos y menos predictibles.

El cambio climático es resultado de la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera y son principalmente dos las causas generales de la emisión de dichos gases: la quema de combustibles fósiles y el cambio de uso de suelo. La primera está relacionada con los procesos industriales, de transporte y de generación de energía eléctrica; la segunda con la deforestación, principalmente para ganadería y agricultura. Ambas están relacionadas con el funcionamiento del sistema capitalista y con el ciclo del capital, es decir, con la producción y distribución de mercancías, bienes y servicios para obtener plusvalor. Entonces, aunque no podemos asegurar que todos los eventos de aguaceros, de sequías o de temperaturas altas se deban al cambio climático, sí podemos decir que el capitalismo es el causante del cambio climático.

A pesar de que el capitalismo está en el centro del cambio climático —y de prácticamente la mayoría de los problemas sociales que enfrentamos—, todavía es común escuchar comentarios en noticias o ciertos espacios que ponen en el centro a los “seres humanos” como los responsables. Sin embargo, esta idea de que los seres humanos somos igualmente responsables (conceptualmente llamado como “antropoceno”) fue criticada por algunas voces que consideraron que este argumento despolitizaba las causas del fenómeno. Así, algunos de los opositores prefirieron poner los puntos sobre el “capitaloceno”, aludiendo al capital —en abstracto— y los capitalistas —en concreto— como los principales causantes de éste y otros problemas sociales.

Estas dos vertientes ejemplifican lo que John Bellamy Foster describe en su libro La ecología de Marx1 como las tres posturas frente al cambio climático (las dos primeras con un tinte más hacia el antropoceno y la tercera hacia el capitaloceno). La primera es la de los “economistas neoliberales”, y es aquella que legitima y, por tanto, no cuestiona al capitalismo. La segunda es la de la “revolución ecoindustrial”, que defiende el uso y desarrollo de tecnologías para el desarrollo sustentable. Pareciera que, en general, las medidas que se han propuesto en el ámbito internacional corresponden a una mezcla entre estas dos corrientes: tienen el propósito de aplazar los impactos (si es que eso es factible) mientras seguimos inmersos en el mismo sistema de producción capitalista. Y con “aplazar los impactos” en realidad me refiero a los impactos en la economía global, pues las poblaciones más vulnerables siguen sufriendo las consecuencias del sistema que —deliberadamente— los provoca. De hecho, el IPCC (Panel Internacional de Expertos y Expertas en Cambio Climático de Naciones Unidas) no menciona en ninguno de sus reportes la palabra “capitalismo”, lo cual devela que las fuerzas políticas son más fuertes que la emergencia climática-social que tanto busca detener.

Los informes del IPCC se dividen principalmente en medidas de mitigación (reducción de gases de efecto invernadero) y adaptación (hacer frente a los impactos del cambio climático). Hay varios ejemplos de propuestas que se han hecho desde la geoingeniería y sus tecnologías para abordar la mitigación, muchas de ellas controversiales. Por ejemplo, se ha propuesto la emisión de partículas de sulfatos simulando erupciones volcánicas controladas que ayudarán a enfriar la atmósfera; sin embargo, los efectos secundarios de ello podrían ser sumamente graves, como generar cambios en la circulación atmosférica o daños en la capa de ozono. Otra propuesta, desde la Universidad de Harvard, fue la emisión de “polvo de diamantes” a la atmósfera para reflejar los rayos solares, una medida peligrosa porque no se conocen las reacciones en cadena a mediano y largo plazo que esto podría generar.2

La adaptación, sin embargo, requiere un mayor foco pues, aunque en el mundo se dejaran de emitir gases de efecto invernadero en este momento y por completo (algo prácticamente imposible), los contaminantes que ya han sido emitidos y se encuentran en la atmósfera tardarían años en desaparecer y los impactos que ello genera nos seguirían afectando. Por ejemplo, el tiempo de vida del metano es de entre siete y doce años, y el del dióxido de carbono de cientos de años. Esto quiere decir que las partículas que ya se encuentran en la atmósfera tardarán desde decenas hasta cientos de años en degradarse. Ante este panorama, es necesario abogar por medidas de adaptación frente a lo que ya tenemos delante.

La “revolución ecosocial” es la tercera corriente, una que buscaría transformar las relaciones sociales de producción y distribución, que no tengan como finalidad la acumulación y extractivismo. Esta corriente requiere entender el funcionamiento e implicaciones del capitalismo en nuestra vida y en nuestra manera de relacionarnos entre nosotros y con el entorno. Así, partir desde esta postura necesita un análisis crítico del sistema y de cómo ha permeado prácticamente en todos los ámbitos de nuestra vida, incluso en nuestras propias relaciones afectivas y familiares.3

Más que una crisis climática o ecológica, estamos frente a una crisis social ligada a un sistema de producción voraz manejado por las personas más ricas del mundo y secundado por quienes, no perteneciendo a ese grupo selecto, se benefician de algún modo de éste y no quieren ver soluciones más allá del sistema en el que estamos sumidos. Abogar por soluciones parciales desde la “economía neoliberal” y tecnológicas desde la “revolución ecoindustrial” que continúen con el mismo sistema de producción no mejorará la situación, sino que sólo seguirán empeorando los escenarios. Incluso no es suficiente enfocarnos en las pequeñas acciones individuales que, aunque pueden aportar a mejorar nuestra relación con el entorno (y curiosamente nunca se enfocan en mejorar nuestras relaciones sociales), no solucionan el problema de raíz. El enfoque desde el “ecosocialismo” permite repensar un sistema distinto enfocado en satisfacer las necesidades sociales básicas, al tiempo que se puedan imaginar medidas de adaptación ante un clima cambiante provocado por el capitalismo.4 Hay cuestiones estructurales que deben cambiar, y todo empieza cuestionando cómo es que el sistema ha alienado la vida misma.

María Fernanda Mac Gregor Gaona
Estudiante de Doctorado en Geografía. Instituto de Geografía, Universidad Nacional Autónoma de México.


1 Bellamy Foster, John, La ecología de Marx: materialismo y naturaleza., El viejo topo, 2000

2 Extance, Andy, “Climate scientists ponder spraying diamond dust in the sky to cool planet”, Nature, 2015

3 Morini, Cristina, Por amor o a la fuerza. Feminización del trabajo y biopolítica del cuerpo, Traficantes de sueños, 2014

4 Barkdull, John y Harris, Paul, “Adapting to Climate Change: From Capitalism to Democratic Eco-Socialism”, Capitalism Nature Socialism, 2024, pp. 1-19

Ilustración: David Peón