(MARTIN WOLF. THE FINANCIAL TIMES)
¿El resultado de la COP29 fue un fracaso o un desastre? Argumentar que en vez de eso fue un éxito sería razonable solamente si comparamos el acuerdo con un colapso irrecuperable (que, por desgracia, habría sido verosímil, al tener en cuenta el regreso de Donald Trump). Pero si uno ignora este débil consuelo, la evaluación tiene que estar entre el fracaso y el desastre: fracaso, porque todavía es posible el progreso, o desastre, porque un buen acuerdo ahora será demasiado tarde.
Con toda razón, las discusiones en Bakú se enfocaron en el financiamiento. Casi todo el mundo está de acuerdo en que un financiamiento a gran escala y barato es una condición necesaria para lograr la revolución de energía limpia que se necesita en los países emergentes y en desarrollo. Sin esto, las inversiones que se requieren no darán un rendimiento comercial. Esto se debe en gran medida al riesgo país. Sin embargo, cuando intentamos resolver un problema global, que exige una solución global, el riesgo país debería ser irrelevante. Lo que importa son los rendimientos globales y, por lo tanto, los riesgos globales.
Al final, en virtud de un acuerdo alcanzado por casi 200 países, los países ricos dijeron que tomarían la iniciativa en proporcionar “al menos” 300 mil millones de dólares (mdd) en financiamiento en materia del clima para 2035. Un miembro de la delegación india se quejó con razón de que “es una suma insignificante”. De hecho, es muy poco, demasiado tarde y todavía muy incierto.
Dos grupos de expertos que se enfocan en la necesidad de un financiamiento a gran escala proporcionaron evaluaciones de cierta manera diferentes: el primero lo ve como un fracaso; el segundo lo considera un desastre.
En el campo del “fracaso” están Amar Bhattacharya, Vera Songwe y Nicholas Stern, copresidentes del “grupo independiente de expertos de alto nivel sobre financiamiento en materia del clima” (IHLEG). “Dan la bienvenida a la publicación del… texto de la presidencia de la COP29 sobre el nuevo objetivo colectivo cuantificado en materia de financiamiento climático”. Señalan que el texto llama a “todos los actores” a trabajar para aumentar el financiamiento a los países en desarrollo “de todas las fuentes públicas y privadas a al menos 1.3 billones de dólares” anuales “para 2035”. Además, añaden, llama a los países desarrollados a aumentar su apoyo financiero a los países en desarrollo a 250 mil millones de dólares por año para 2035”. Sin embargo, añaden: “Esta cifra es demasiado baja y no es consistente con el cumplimiento del Acuerdo de París”. (Ver, sobre este tema, su artículo “Raising expectations and accelerating delivery of climate finance”, publicado este mes).
En el bando del desastre está un grupo que incluye a Johan Rockström del Instituto Potsdam para la Investigación de la Acción Climática, Alissa Kleinnijenhuis de Cornell y Patrick Bolton del Imperial College (utilizando un artículo de Kleinnijenhuis y Bolton). Argumentan que el mundo llegó a un punto de “emergencia climática”. Las emisiones globales, dicen, deben reducirse en un 7.5 por ciento anual a partir de ahora. Esto exigiría un cambio radical con respecto a las tendencias recientes. Por lo tanto, es “necesario movilizar financiamiento en materia del clima ahora -comenzando a gran escala en 2025- no ‘para 2035’ (o ‘para 2030’, como sugiere el Tercer Informe del IHLEG sobre Financiamiento Climático”).
En la base de estas evaluaciones hay diferencias sobre los peligros, los objetivos y las realidades políticas. El punto fundamental del análisis de Rockström y otros es la prioridad primordial de mantener el aumento de la temperatura por encima de los niveles preindustriales por debajo de 1.5 grados Celsius, como se establece en el Acuerdo de París de 2015. Fundamentalmente, argumentan, si superamos este límite, como estamos a punto de hacerlo, corremos el peligro de cruzar cuatro puntos de inflexión irreversibles: colapso de las capas de hielo de Groenlandia y la Antártida occidental; derretimiento abrupto del permafrost; muerte de todos los sistemas de arrecifes de coral tropicales; y colapso de la corriente del mar de Labrador. Todo esto nos colocaría en un mundo nuevo y muy peligroso.
Además, si bien ambos grupos están de acuerdo en la prioridad del financiamiento, el IHLEG cuantifica la vía de “emisiones netas cero para 2050” (NZE) de la Agencia Internacional de la Energía (AIE). Tanto esta vía como la de Kleinnijenhuis y Bolton tienen la intención de limitar el aumento de la temperatura a 1.5 grados Celsius. Pero la de la AIE parece ser un poco más indulgente. En consecuencia, la acción en el marco de la NZE parece ser de cierta manera menos urgente que la que exigen Rockström y otros.
Por último, hay diferentes puntos de vista sobre las realidades políticas. Nos guste o no, la vía acelerada que desea Rockström y otros, especialmente los 256 mil millones de dólares sugeridos en subvenciones anuales, no va a suceder en este momento. Hay que encontrar una forma de sortear esa limitación. Una vez más, la opción “realista” en Bakú era, como se ha señalado, entre acordar algo inadecuado y luchar por algo mejor en el futuro o aceptar un colapso del proceso.
Sin embargo, la insistencia de Rockström y otros en los peligros también es “realista”. Si nos limitamos a fingir que actuamos, el clima no lo notará. Se está poniendo de moda tratar con desprecio los descubrimientos científicos cuando nos resultan inconvenientes, pero eso no es más sensato que saltar del tejado de un edificio de diez pisos sin paracaídas y esperar volar.
¿Y ahora qué? Los puntos principales en los que todos deberíamos estar de acuerdo es que estabilizar el clima mundial beneficia a todos los que no quieren vivir en Marte. Permitir que nuestro clima se desestabilice cuando hemos logrado tantos avances en el desarrollo de fuentes de energía alternativas parece una locura. La instalación de la energía limpia en todo el mundo beneficia a todos. Sin embargo, nuestros mercados de capital no son globales, sino nacionales. Eso es un fracaso del mercado. La solución es que los ciudadanos de los países ricos subsidien el riesgo específico de los países más pobres. Esto requeriría subvenciones (o préstamos “equivalentes a subvenciones”) de alrededor de 256 mil millones de dólares al año, sugieren Rockström y otros. Sí, es una suma importante. Pero apenas representa un poco más de la cuarta parte del presupuesto de defensa de EU y el 0.3 por ciento del PIB total de los países de altos ingresos.
Desde hace tiempo disfrutamos del uso de nuestra atmósfera como sumidero gratuito. Ya es hora de que invirtamos en su salud.