ENRIQUE QUINTANA. BLOOMBEERG
En 17 años hay un incremento de 5 puntos en la participación femenina en el mercado laboral, quizás en poco más de una década haya una equidad en la participación por género.
México es un país de grandes contrastes en materia de equidad de género. Por un lado, tiene una legislación que obliga a una paridad entre hombres y mujeres en el Congreso. De hecho, la autoridad judicial ordenó hace poco que la presidencia de la máxima autoridad electoral, el Instituto Nacional Electoral (INE), recayera en una mujer. Pero, al mismo tiempo, en el sector productivo, tiene una escasa presencia de mujeres en puestos ejecutivos y persiste el diferencial de salarios en perjuicio de las mujeres.
Pero, vamos por partes. Veamos primero algunos de los hechos luminosos.
A lo largo de los últimos años se han modificado las leyes para asegurar una mayor presencia de las mujeres en puestos de elección popular. Eso ha conducido a que tengamos una real equidad de género tanto en la Cámara de Diputados como en la Cámara de Senadores en la legislatura actual.
Pero no solo eso, en este momento, nuestro país tiene 9 gobernadoras, el mayor número de toda la historia. Y, sin importar el resultado electoral en el Estado de México, pronto serán 10. Aún es poco menos de la tercera parte de los estados la que es gobernada por mujeres, pero en los últimos años se presentó un salto en el número de gobernadoras.
En el gobierno federal, de 19 secretarías de la administración pública, siete están a cargo de mujeres. Es poco menos del 50 por ciento, pero también está entre los porcentajes más elevados de la historia del país.
Y, si hacemos el recorrido de algunas entidades públicas relevantes, vemos una presencia relevante de mujeres. Están al frente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; del INE; del Banco de México; del Inegi; del Instituto Nacional de Transparencia (INAI); de la Comisión Federal de Competencia, por citar solamente algunos de los organismos más visibles y relevantes.
Quizás por eso sorprende que cuando volteamos al sector privado y a las empresas inscritas en la Bolsa o a los bancos, no encontramos el mismo panorama. De acuerdo con el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), que, por cierto, es dirigido por una mujer, solo el 10 por ciento de los integrantes de los consejos de administración de las empresas inscritas en la Bolsa en nuestro país, son mujeres.
Un estudio de la consultora McKinsey, además, reveló que en México solamente el 8 por ciento de un grupo de grandes empresas que fueron analizadas tienen como CEO a una mujer. Y aún si se consideran posiciones directivas como las vicepresidencias, el porcentaje de mujeres alcanza solamente el 19 por ciento.
Otro caso relevante es el sector bancario. Entre los 10 bancos más grandes del país no hay ninguna mujer al frente. En el sector financiero, la Bolsa Institucional de Valores, Biva, representa una excepción, al tener al frente a una mujer.
Cuando se ven los contrastes en posiciones directivas del mundo de la política y del mundo de las empresas, se encuentra que en el primero hay más mujeres, no porque los hombres hayan sido más proclives a integrarlas, sino porque hubo obligaciones legales. De hecho, hace varios años fue muy célebre la estrategia para darle la vuelta a las reglas cuando algunos partidos postularon a diputadas que, tras haber obtenido sus curules, presentaron una solicitud de licencia permanente para dar entrada a su suplente, que naturalmente era un hombre. Al episodio se le conoció popularmente como el de “las juanitas” y tras ese hecho se han puesto candados para que no suceda algo así.
En el sector privado, a pesar de las evidencias amplias y diversas acerca del impacto positivo que tiene la presencia de las mujeres en la alta dirección, elevando el valor económico de las empresas, no se ha presentado un aumento sensible y el proceso para la incorporación de las mujeres ha sido más lento.
La pandemia y los cambios que trajo consigo podrían ser uno de los detonadores para generar una modificación profunda de estas circunstancias. Uno de los obstáculos usuales en el ascenso de las mujeres en el ámbito corporativo son las responsabilidades familiares, que siguen recayendo fuertemente en ellas y que generan resistencia de las empresas para dar mayores responsabilidades a mujeres que tienen las capacidades para asumirlas.
El trabajo a distancia o híbrido, así como el descubrimiento de las potencialidades que la tecnología ofrece, pueden conducir a que esa desventaja ya no sea relevante. Igualmente, está también el hecho de que algunas de las actividades que han tenido un mayor crecimiento en los últimos años se prestan más al trabajo remoto. También es relevante el cambio de valores de los propios varones, pues la pandemia también modificó el peso que se da a los compromisos laborales respecto a la vida personal o familiar.
De cualquier manera, el cambio en México será gradual, pero parece inevitable. Pasará en la alta dirección lo mismo que ha ocurrido con la estructura del empleo en lo general. En este momento, en el país, de acuerdo con los datos del INEGI, el 40.8 por ciento de la población ocupada está constituida por mujeres mientras que el otro 59.2 por ciento corresponde a los hombres.
Pero si vemos las nuevas ocupaciones generadas en el 2022, resulta que el 65.9 por ciento fue para las mujeres mientras que el 34.1 por ciento correspondió a los hombres. Es probable que el mayor porcentaje de la población femenina que se suma al empleo corresponda a mujeres que están retornando a la fuerza laboral tras la pandemia.
Pero, se ha ido más allá. Antes de la pandemia el porcentaje de mujeres ocupadas llegó a ser del 39.6 por ciento del total. Ahora, ya se superó ese nivel por más de un punto.
Y si nos remontamos al año 2005, el porcentaje era de 35.8 por ciento. Es decir, en 17 años hay un incremento de 5 puntos en la participación en el mercado laboral, lo que hace pensar que quizás en poco más de una década haya ya una equidad en la participación por género en el mercado laboral.
Pero, uno de los elementos de inequidad que sigue presente es la diferencia de ingresos. De acuerdo con los datos del Inegi, solo poco más del 4 por ciento de la población femenina ocupada tiene un nivel de ingresos superior a 3 salarios mínimos mientras que en el caso de los hombres, esta proporción llega al 10 por ciento.
Y diversos estudios respecto a remuneraciones en cargos ejecutivos indican que hay una diferencia de alrededor de 25 por ciento a favor de los hombres. Así que, todavía hay un largo terreno que recorrer para avanzar en la equidad de género.