(ISRAEL SÁNCHEZ. REFORMA)
Junto al Antiguo Canal de Cuemanco, en pleno paisaje xochimilca, el Jardín de Plantas Medicinales y Aromáticas Xochitlalyocan (JPMAX) resguarda un pedacito de la cultura médica herbolaria de México.
Se encuentra en el Centro de Investigaciones Biológicas y Acuícolas (Cibac) de la UAM Unidad Xochimilco (UAM-X), y surgió a propuesta de Aída Marisa Osuna Fernández, bióloga y maestra en Biología Vegetal que fue su coordinadora por varios años.
“Es mi bebé uamita”, dice la experta sobre el primer jardín especializado que se establece en esta casa de estudios, donde se desempeñó como académica hasta el año pasado, cuando se jubiló.
“Es un espacio que se pensó en su momento como una opción para tener especies medicinales mexicanas y darlas a conocer”, continúa Osuna Fernández, “para darle difusión al uso adecuado y la importancia de nuestras plantas medicinales en México. En las cercanías no había otro espacio similar”.
Fue esa necesidad de que hubiera un sitio como éste al alcance de quienes se dedican al estudio de plantas lo que llevó a la investigadora a idear e impulsar en 2008 el proyecto del Jardín Xochitlalyocan -término náhuatl que significa “tierra donde crecen flores”-, nombrado así por los propios estudiantes de Biología.
Se acercó entonces a su colega Fernando Arana, biólogo al frente del Cibac en ese momento, para poder intervenir el espacio sin uso en la parte trasera de dicho centro; “de hecho, había sido un relleno sanitario”, recuerda la académica retirada.
“Le pedí que me hiciera el favor de darme la oportunidad ese trimestre para ver si se podía trabajar el suelo, sembrar ahí algo que funcionara; así lo hicimos en 2008, fue un trabajo preliminar con mis estudiantes de Historias de Vida. Y sí funcionó, o sea, las plantitas sirvieron; los chamacos estaban muy contentos de haber diseñado su primer jardín y demás”, destaca Osuna Fernández.
Al año siguiente, el proyecto pudo echarse andar con mayor impulso gracias a una convocatoria de la UAM, el primero de varios apoyos a los que la bióloga fue aplicando a lo largo de los años para poder constituir el JPMAX, inaugurado finalmente en 2011.
Mediante un trabajo en equipo, interinstitucional e interdisciplinario, la bióloga y otros especialistas dieron forma a este jardín, cuya estructura modular se compone por parcelas de 2 por 2 metros cuadrados, en cada una de las cuales sembraron -con un cuidadoso análisis de por medio- tres especies distintas.
Son cerca de 50 especies, divididas en árboles, arbustos y herbáceas, las que integran esta valiosa colección vegetal, todas de valor medicinal y cultural. Algunas son el muitle, planta arbustiva recomendada contra la anemia; la flor de nochebuena, importante galactógeno -sustancia que promueve la producción de leche materna-, y el toronjil mexicano, un ansiolítico utilizado en la medicina tradicional mexicana.
Acaso uno de los más especiales sea el Chiranthodendron pentadactylon, o flor de manita, árbol que fue cultivado desde semilla y trasplantado al jardín cuando tenía sólo 30 centímetros de altura, en 2011; “ahorita tenemos un árbol de más de 10 metros, enorme, precioso, que dio su primera floración en plena pandemia, en 2020”, resalta Osuna Fernández, orgullosa.
A falta de personal de jardinería en el Cibac, se lanzó un programa de voluntarios en 2014, y durante 4 años cualquier interesado podía acudir el último sábado de mes no nada más a colaborar en el cuidado y mantenimiento, sino a escuchar charlas de especialistas.
Aunado a esto, el JPMAX también abrió sus puertas a estudiantes prestadores de servicio social y a investigadores.
Tras la prolongada huelga en la UAM, el cambio de administración en el Cibac, la pandemia de Covid-19 y un paro estudiantil, el Jardín Xochitlalyocan entró en un periodo de recuperación dado el descuido de esos años.
“Me sentí muy triste cuando regresé de la huelga porque, desafortunadamente, mi jardín estaba muy maltratado, no lo habían podado como había sido el acuerdo para que las plantas no estuvieran dañadas; estaba todo enyerbado…
“Ese día sí me despedí de mi árbol de manita, le fui a dar un abrazo, un beso muy grande, y le dije: ‘Cuídate mucho’. Y en ese momento tomé la decisión de jubilarme”, comparte Osuna Fernández, quien hasta antes de eso quería festejar los 10 años del JPMAX.
“Que las autoridades en ese entonces no hubieran valorado ese jardín, ese espacio y ese trabajo, me dolió mucho”, agrega la bióloga, que al salir dejó el espacio en manos de Andrés Fierro, maestro en Agronomía, quien se había encargado del área de fitotecnia en el jardín.
La historia del JPMAX es narrado por Osuna Fernández en el libro El Jardín Plantas Medicinales y Aromáticas Xochitlalyocan, donde además propone un plan de manejo anual para que cualquier autoridad en turno pueda mantener el espacio como es debido.
“Yo espero que este jardín continúe, tiene muchísimo potencial”, sostiene la experta.
El libro, que también incluye imágenes e información sobre cada una de las especies sembradas en el sitio, se puede consultar en www.publicaciones.xoc.uam.mx.
Autoridades sin congruencia
Amenazada en su nicho ecológico en Guerrero, la flor de manita, utilizada para tratar problemas cardíacos como la hipertensión -y referida en Códice de la Cruz-Badiano, que data de 1552-, tiene en el JPMAX un refugio.
Eso, proteger la biodiversidad de las distintas regiones, parece que llegará a ser el propósito último de los jardines botánicos ante la severa crisis ambiental que atraviesa el planeta hoy día.
“Así es, como un zoológico, haz de cuenta; son reservorios de semillas, reservorios de conocimiento, que eso es algo que se nos olvida y es valiosísimo. El conocimiento se tiene que difundir, se tiene que cuidar, y estos espacios pueden mantener ese conocimiento”, apunta Osuna Fernández.
“Entonces, debe haber muchísimos más. Son muy poquitos, cada vez hay menos, y se atacan más los ecosistemas naturales”.
Durante la pasada Administración, el todavía Conacyt -hoy Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación (Secihti)- impulsó la constitución de una Red Nacional de Jardines Etnobiológicos, con una presunta inversión de cerca de 50 millones de pesos, y la intención de “conservar la riqueza biocultural y promover el cuidado de los territorios y bienes comunes”, según se estableció en la Ley HCTI.
Cuestionada sobre si el panorama para este tipo de espacios se vio favorecido por ese interés de la dependencia que encabezaba María Elena Álvarez-Buylla, Osuna Fernández es enfática: “Para mí es puro bla bla bla”.
“Con las plantas medicinales siempre es lo mismo: ‘¡Ay, es lo nuestro!, y nuestros recursos, y desde la época prehispánica los tenemos’. Sí, pero a la hora de la hora, pues hacemos un Tren Maya que fastidia no sé cuántas hectáreas de manglar”, contrasta la bióloga.
“En el momento que tú ves que no hay congruencia entre lo que se está proponiendo y lo que se está haciendo, es cuando no funcionan las cosas”.
