Más billetes, más sospechas

(ALEJANDRO WERNER. REFORMA)

En plena era digital, donde cada vez más mexicanos pagamos con tarjeta, transferencia electrónica o incluso desde el celular, resulta sorprendente que el uso de efectivo en la economía haya crecido de forma sostenida en las últimas dos décadas. De acuerdo con el Banco de México, la cantidad de billetes y monedas en poder del público ha aumentado notablemente. Este dato, al compararse con el Producto Interno Bruto (PIB), genera un indicador clave: la intensidad del uso del efectivo en la economía. Y lo que revela es, cuanto menos, inquietante.

En México, esta razón -efectivo en circulación como proporción del PIB- ronda el 10%. En 2014, era menos de la mitad. Además, es la más alta entre economías latinoamericanas de tamaño y desarrollo comparables. Países como Brasil y Chile muestran un uso de efectivo tres veces menor, y en su caso, esta intensidad no ha aumentado con el tiempo.

Durante la pandemia de Covid-19, los bancos centrales en todo el mundo inyectaron grandes cantidades de efectivo para responder a la mayor necesidad de liquidez por parte de las familias dada la incertidumbre por la que atravesaba la economía y que podía presentarnos con situaciones donde necesitáramos de manera imprevista realizar pagos en efectivo, por ejemplo para adquirir oxígeno. En muchos países, ese dinero volvió a los bancos y estos lo devolvieron a los bancos centrales, una vez que pasó la emergencia. Pero en México, ese flujo de efectivo nunca regresó a Banxico.

Otros datos preocupantes: si se distribuyera de manera equitativa, cada adulto mexicano tendría en promedio 30 mil pesos en efectivo. Cuando vemos las denominaciones de billetes que circulan en el país, cada adulto mantiene en promedio más de 40 billetes de quinientos pesos, más de 10 de cincuenta, cuatro de mil y el resto en otras denominaciones. Esta composición no refleja nuestra experiencia diaria ya que difícilmente cada vez que el lector ve un billete de 50 ve cuatro de 500 y, sobre todo, por cada dos de 50 uno de mil. Yo no recuerdo la última vez que vi un billete de mil pesos.

Todo esto lleva a una conclusión incómoda: el uso del efectivo en México no refleja solo la actividad económica formal, sino también altos niveles de informalidad, evasión, corrupción e incluso lavado de dinero. Muchos de estos billetes no están circulando, sino guardados -como forma de ahorro opaco- lejos del sistema financiero formal, y por tanto, lejos de cualquier tipo de supervisión, después de haber sido utilizados para realizar alguna transacción asociada a actividades ilegales. A través del tiempo hemos visto muchas imágenes de portafolios, dinero y ligas y al verlas tratamos de calcular cuánto dinero cabe en estos maletines. Según ChatGPT, en un portafolio estándar podemos transportar alrededor de 8 millones de pesos en billetes de mil. La complejidad de la operación aumenta si la transacción tiene que realizarse con billetes de quinientos (dos maletines) o, en su caso, billetes de 200 pesos que requerirían 5 maletines.

Ante este panorama, urge una estrategia nacional para reducir la dependencia del efectivo. Esto incluye fomentar el uso de pagos digitales, exigir mayor transparencia a los grandes usuarios de efectivo e incluso fomentar el uso de pagos digitales por parte de los receptores de programas sociales.

En un caso extremo, el gobierno podría estudiar la efectividad de las medidas tomadas en India y en la zona del Euro. En India, en 2016, el primer ministro Narendra Modi ordenó el retiro forzoso de billetes antiguos para obligar a los grandes tenedores de efectivo a “salir a la luz” y, en Europa, el Banco Central Europeo dejó de emitir el billete de 500 euros con el fin de complicar el manejo financiero de los recursos provenientes de fuentes ilícitas.

Reducir el uso del efectivo no es solo una política financiera, sino una medida necesaria en la lucha contra la corrupción, la economía informal y las actividades ilícitas. Además, ayudaría a ampliar la bancarización, facilitar el acceso al crédito y, en última instancia, impulsar la productividad del país.

El autor es director fundador de Georgetown Americas Institute.