“Aquí la brecha no existe”

(FERNANDA GARCÍA. REFORMA)

Con frecuencia escucho a empresarios, directivos y representantes del sector privado afirmar que en sus empresas la brecha salarial no existe. Que desde luego hay un compromiso por la igualdad de género. Que cuentan con todos los mecanismos para evitar esa brecha. Que las mujeres, sin importar el puesto que ocupen, ganan lo mismo y tienen las mismas oportunidades de ascender que sus pares hombres. Tal vez haya desigualdades en otros lugares, pero, ahí no.

Si la miden, ya es otra discusión…

Entonces, ¿cómo interpretamos que en México las mujeres reciban en promedio 7 mil 905 pesos al mes, 34% menos que los hombres? Años han pasado ya desde que este tema empezó a ser parte de la discusión pública. Y la brecha, lejos de resolverse, persiste. Unos niegan su existencia y otros la atribuyen a la falta de preparación de las mujeres. En medio de este vaivén de argumentos, surgen falacias para justificar lo injustificable. Por ejemplo, que si la brecha fuera real, las empresas contratarían a más mujeres porque eso implicaría menores costos en la nómina.

La Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) 2024, publicada hace unos días por el Inegi, no solo confirma, sino reitera que la brecha es real. No es una percepción ni una creencia. Es el resultado de una serie de barreras que se originan desde la infancia, se refuerzan en el hogar y se extienden hasta el ámbito laboral (sí, incluyendo esas mismas empresas). Mientras que 41% de las jefas del hogar se dedica exclusivamente a tareas no remuneradas, 14% de las cabezas masculinas en los hogares se encuentra en esta situación. En contraste, apenas 3% de ellas se dedican únicamente al mercado laboral, frente a 29% de los hombres.

Sin importar su edad, estado civil, entidad federativa, número de hijos o nivel educativo, las mujeres en México consistentemente tienden a ganar menos que los hombres. Y no se trata de méritos o títulos. Aunque los ingresos aumentan conforme al nivel educativo, la brecha de género se mantiene. Las mujeres con posgrado ganan 32% menos que sus pares hombres.

Hay infinidad de aristas desde las cuales la ENIGH permite analizar las desigualdades de género. La composición del ingreso es otro ejemplo. El trabajo es la principal fuente de ingresos para la población, el cual representa 68% y 60% del ingreso total de hombres y mujeres, respectivamente. En cambio, las transferencias (que incluyen pensiones, becas, donativos, remesas y programas sociales) representan 24% del ingreso de las mujeres en comparación con 15% en el caso de los hombres.

Esta diferencia revela trayectorias laborales dispares. No sorprende que las mujeres reciban menores montos en pensiones, reflejo de carreras profesionales marcadas por interrupciones relacionadas con la maternidad y una mayor participación en empleos informales.

Por otro lado, las mujeres reciben 50% más por concepto de donativos y más del doble en remesas. En el caso de las becas y programas sociales, se observa una distribución casi equitativa en el monto que reciben. En consecuencia, las mujeres dependen de ingresos de terceros en mayor medida. Esto inevitablemente se traduce en una menor autonomía económica, es decir, una menor capacidad para generar ingresos propios y suficientes que permitan tomar decisiones de vida con libertad.

Avanzar hacia una mayor igualdad de género en el mercado laboral implica reconocer estas desigualdades estructurales y diseñar acciones que promuevan el acceso de las mujeres a empleos formales y bien remunerados. También conlleva repensar el modelo de cuidados, uno que nos funcione a todas y nos dote de esa autonomía económica.

No desviemos la atención de lo urgente: cerrar una brecha que no es anecdótica, sino sistemática. El género no debería definir el ingreso de nadie.

La autora es directora de Sociedad del Instituto Mexicano para la Competitividad (Imco).

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