LEÓN BENDESKY. LA JORNADA
El nearshoring significa literalmente llevar algo a la orilla más cercana: México. Está planteado desde Estados Unidos. Es un asunto económico que atañe a las estrategias de localización de la producción. Repercute en las decisiones de negocios de las empresas involucradas e incluye de modo explícito las políticas públicas y, en especial, los criterios de la seguridad nacional.
No es un asunto nuevo para nosotros, pero su sentido es distinto. Hoy, no se asocia con la liberalización de la era de 1990 a 2020 y que en nuestro caso llevó a la creación explícita de una región económica en América del Norte y del TLCAN.
Ahora se trata de un replanteamiento de las estrategias industriales de Estados Unidos para reforzar su posición en materia económica, política y militar, con énfasis en el desarrollo científico y tecnológico y enmarcado en un entorno internacional de enfrentamientos, sobre todo, con China.
Se trata de replantear el complejo proceso de las cadenas de suministro para acrecentar el control de la producción y de los mercados, con la intervención abierta del gobierno mediante la asignación del gasto de inversión para acrecentar las ventajas de la innovación.
La política industrial se expresa, por ejemplo, en la Chips Act que provee incentivos para la producción de semiconductores y el fortalecimiento de esa industria. Los chips se usan en diversos sectores, incluyendo el militar. La mayoría de ellos se producen en Taiwán, un territorio en conflicto abierto con China.
En el sector de la energía hay, igualmente, una activa intervención pública por medio de la Ley de Reducción de la Inflación de 2022, que contiene fondos e incentivos para acelerar la transición hacia una economía de energías limpias.
Es en ese contexto que el nearshoring apunta a México, adonde llega, sin una explícita participación de entrada de la política pública interna, pero ante lo que se tendría que reaccionar. Me temo que ya la posibilidad es grande de perder toda iniciativa.
A mediados de febrero pasado, el secretario de Hacienda dijo que México vive un momento de oportunidad que difícilmente volverá a repetirse: la integración comercial con América del Norte, que no es sólo un buen deseo, sino un proyecto que ya está en marcha a través de la relocalización de las cadenas de producción.
Tiene razón. Aunque no sea, por cierto, el caso del secretario, parece que en este gobierno sorprende el proceso de integración con Estados Unidos. 43 por ciento de la inversión extranjera que llega al país este año proviene de ese país y crecerá. En la reciente reunión de consejeros del banco BBVA de hace unos cuantos días el secretario señaló que en lo que va del año el país ha recibido 13 mil millones de dólares por concepto de nearshoring, derivado de 20 anuncios de inversión, provenientes principalmente del sector automotriz.
Me temo que las advertencias del secretario Ramírez de la O se perderán en un virtual vacío del gobierno. El proceso será definido por las empresas estadunidenses que decidan instalarse aquí en esta ronda de inversiones; como hizo Tesla. Los gobiernos estatales ofrecerán algunas ventajas locales como medio de atracción; los empresarios nacionales buscarán acomodarse en la medida de sus posibilidades; los bancos de desarrollo ofrecerán algunos tipos de financiamiento a las empresas que se integren a las cadenas de proveeduría.
Pero lo que no habrá es un esbozo, aunque sea, de una política industrial. El país está recibiendo de fuera un estímulo industrializador como el que ocurrió con el TLCAN, aunque con un sentido distinto por el carácter estratégico que tiene hoy en Estados Unidos
La incidencia del nuevo proceso de nearshoring no es negativa en sí misma; de lo que se trata es de la pasividad del gobierno para idear e implantar una política industrial que contribuya lo más posible al bienestar de la población, no sólo de la que será directamente empleada por las empresas.
Parece ser que no se advierten de modo suficiente los fenómenos internacionales que han llevado, entro otras cosas, al nuevo activismo de la industrialización en Washington. Eso provoca una debilidad difícil de superar ya en esta etapa. Tal distancia con lo que ocurre en el mundo no se limita sólo al caso del nearshoring, es un rasgo propio del ensimismamiento de la actual gestión gubernamental. Poco a poco, hasta el activismo inicial en América Latina se ha diluido.
El nearshoring no debe ocultar las deficiencias y carencias que enmarcan al desarrollo económico del país. Hoy existe una especie de regodeo con respecto a la buena situación económica, lo que hace perder de vista las condiciones prevalecientes. El peso fuerte que causa tanto júbilo, lo es puesto que está secuestrado por la tasa de interés, lo saben bien en el gobierno y el Banxico. Se toma prestado más barato en dólares y se invierte a un rendimiento mayor en pesos, proceso que no puede extenderse por mucho tiempo más. Se apoya en los enormes flujos de inversión, en las remesas, aunque últimamente han perdido valor real por el alza de los precios y pierden los exportadores nacionales.
Tampoco puede el intenso flujo de capitales que llegan al país ocultar la salvaje inseguridad pública que afecta de un modo u otro a todo el territorio nacional. No pueden ocultar las grandes carencias en materia de salud, de educación, de confusión en materia científica y en el bienestar que existen y que tienden a profundizarse. Y mientras tanto ya se ha abierto de par en par un proceso de sucesión presidencial que con sus rasgos particulares tiende a concentrar la atención del público.
N.B. Murió Nuccio Ordine, el filósofo italiano cuyo manifiesto sobre La utilidad de lo inútil marca de modo inmejorable el alto sentido de su oficio y de su trabajo.