(JORGE VOLPI. REFORMA)
En 2001 conocí a Douglas Hofstadter, uno de mis héroes intelectuales. Había leído con azoro Gödel, Escher, Bach (1979) y en ese momento él trabajaba en su traducción en verso del Eugène Oniéguin de Pushkin: además de ser uno de los científicos más reputados del planeta, domina una docena de lenguas. Aquella noche en París no solo nos compartió sus ideas en torno al problema de la conciencia o de la inteligencia artificial, sino que nos hizo parte de su batalla a favor de lo que él llamaba non-sexist English. Experto en desmenuzar y replicar el lenguaje humano, Hofstadter estaba convencido de que era necesario eliminar del inglés cualquier marca de género.
Mucho antes de que el debate sobre el lenguaje incluyente o inclusivo estuviese entre nosotros, a Hofstadter le parecía un ejercicio de honestidad intelectual reconocer el machismo imperante en la lengua (y eso que las marcas de género en inglés son menores que en español). Para demostrar su punto, había escrito un artículo -que luego incorporó en Temas matemágicos (1985)-, supuestamente redactado por un tal William Satire, un profesor empeñado en defender la pureza del idioma. “Hace ya un tiempo que alguien alertó sobre la absurda idea de destrozar nuestra lengua en aras de ciertas políticas fanáticas”, le hacía proclamar en su venenosa sátira hace 40 años.
Hace poco le di a leer el artículo a un amigo, encendido detractor del lenguaje inclusivo y, sin darse cuenta de la burla, se identificó con el inexistente profesor inventado por Hofstadter. Igual que él, hoy abundan quienes se crispan sin medida cada vez que leen alguna frase escrita en esa aberración que tuerce la lógica natural del español. Esta misma semana, miles se han indignado al leer “le magistrade”, sin que al parecer les haya preocupado la espantosa muerte de Ociel Baena o la investigación sobre el caso. Una nueva ortodoxia lingüística parece decidida a apropiarse del español -como si no fuera un ente vivo y cambiante de todos los hablantes- y a usar a la Real Academia como si fuera la Inquisición.
En su sagaz artículo -que es más bien un experimento mental-, Hofstadter muestra las incongruencias de este grupo imaginando un idioma que, en vez de marcas genéricas siempre masculinas, las tiene del color de la piel: una lengua en la que el término blanco se aplica tanto a blancos como a negros. “En muchos contextos, es evidente que cuando se usa blanco es en un sentido incluyente, en cuyo caso subsume a los miembros de las razas oscuras tanto como a los de piel blanca”. Un contrasentido: igual que blancos no puede usarse para implicar a los negros, magistrado no incluye ni a las magistradas ni a quienes, dejando atrás nuestro terco dualismo, no se asumen como magistrados ni magistradas. Magistrade. Así de simple.
Como puede constatarse en este artículo, yo no suelo escribir en español inclusivo o incluyente. Durante aquella velada en el lejano 2001, Hofstadter nos explicaba que el inglés no sexista era una lengua distinta del inglés y que, por tanto, necesitaba ser aprendida por sus usuarios como cualquier idioma nuevo. Él mismo decía que necesitaba traducirse a sí mismo. Para la mayor parte de las personas, el español incluyente es una lengua distinta del español: no fueron educadas en ella y la desconocen. Por supuesto, nadie debería obligarlos a usarla: lo más que puede hacerse es argumentar que no es un acto de salvajismo lingüístico. Serán las nuevas generaciones quienes acaso lo considerarán su lengua materna y la usen como tal.
Igual que cuando visitamos otro país tenemos la cortesía de saludar o aprender algunas palabras en su lengua, al menos podríamos hacer lo mismo si el contexto lo exige, lo mismo que llamar a las otras personas como quieren ser llamadas. Eso: un acto de empatía y civilización. Dígase lo que se diga, de odiar la e a odiar a quienes usan o se identifican con la e solo hay un paso: la barbarie está en no conmoverse o indignarse ante la muerte de cualquier otre humane.
@jvolpi
Es autor de la novelas En busca de Klingsor, El fin de la locura, No será la Tierra, El jardín devastado, Oscuro bosque oscuro y La tejedora de sombras. Y de ensayos como Mentiras contagiosas, El insomnio de Bolívar y Leer la mente. En 2009 obtuvo el Premio José Donoso de Chile por el conjunto de su obra. Sus libros han sido traducidos a 25 idiomas. En 2014 se publicará su novela Memorial del engaño.