La guerra contra las drogas en Estados Unidos no ha funcionado

(ROBERT AMSTRONG. THE FINANCIAL TIMES)

“¿Esto es el infierno?” Así se preguntaba Joseph Emerson, presa (según él) de un viaje con hongos alucinógenos que había salido mal. No tiene nada de extraño. Cualquiera que haya estado cerca de consumidores de drogas psicodélicas o en general, sabe que las cosas se pueden complicar. Por lo general, al poco tiempo vuelven a su cauce.

Desde hace unos años, Estados Unidos (EU) lleva a cabo un enorme experimento nacional de legalización, despenalización y desestigmatización de las drogas. La marihuana, ahora totalmente legal en 24 estados, es la mayor parte de esto, pero no se detiene ahí. La psilocibina, el principio activo de los hongos alucinógenos, ya se puede poseer legalmente en dos estados. El éxtasis se prepara para ser aprobado como producto terapéutico, una distinción que ya se le otorgó a la ketamina.

No tenemos una idea real de cómo resultará este experimento. No lo digo en el sentido de cómo lo diría Nancy Reagan. Apruebo casi cualquier esfuerzo, por tanto que sea de pasar un buen rato. Y los argumentos contra la criminalización de la mayoría de las drogas, excepto la metanfetamina y el fentanilo, son bastante sólidos: es caro, enriquece a las personas equivocadas, encarcela a muchos otros y fomenta una criminalidad más amplia.

Siempre que sea posible, deben evitarse las leyes que controlan la conducta personal. En el caso de la marihuana, prohibir la ingesta de una planta común cuyo principal efecto secundario es la estupidez pasiva parece simplemente una locura.

El problema son las incógnitas. En mis viajes en la mañana a Nueva York para ir al trabajo, a menudo comparto un vagón del metro con un ciudadano de aspecto respetable que empieza a armar un porro para fumarse su desayuno. Y si bien el efecto de la marihuana en la mayoría de las personas es benigno, cualquier psiquiatra o una consulta rápida en Google te informarán que existe un vínculo, para una pequeña minoría, entre la marihuana y la psicosis. Solo cuando el consumo de marihuana se generalice —algo que va a suceder— vamos a saber cuántas personas la consumen.

La mejor analogía para esto es el alcohol. Necesitamos recordar, mientras nuestros bongs gorgotean alegremente, cómo toda nuestra sociedad se formó en torno a la droga legal original. Nuestros rituales se basan en eso. Enseñamos a los jóvenes sobre sus peligros. Tenemos toda una subcultura, Alcohólicos Anónimos, que ha crecido para ayudar a las personas que tienen una relación mortal con la bebida. Y todavía enterramos a 140 mil estadunidenses al año que mueren por beber demasiado.

Esto es lo que pagamos por la libertad de beber. El proyecto de ley sobre la libertad de consumir drogas todavía no se presenta.

Por pensar que cualquier regla que nos impongan desde arriba es un fraude burocrático con fines de lucro.

Estamos ansiosos, como nación, por pensar que cualquier regla que nos impongan desde arriba es un fraude burocrático con fines de lucro o una reliquia puritana de nuestro pasado religioso. Desde esta perspectiva, el daño de eliminar leyes se limita a las vidas de unas cuantas personas débiles o tontas que no pueden manejar su libertad. 

Pero nuestra experiencia con el alcohol debería enseñarnos que las concesiones son mucho más difíciles que eso. Incluso las leyes que deben ser derogadas generalmente se redactaron por una buena razón.