‘Nearshoring’ vs. libre comercio

(GABRIEL REYES ORONA. EXPANSIÓN)

Hay quienes sostienen que el T-MEC constituye un acuerdo de libre comercio, cuando, en realidad, es un instrumento de integración regional. También hay quien se enorgullece de haber negociado su instrumentación, cuando en realidad no fue sino un apurado esfuerzo para contener, temporalmente, la intención de Trump de retornar a la relación comercial que existía en los años 80. No fue casual el eliminar del nombre la alusión de que formamos parte de América del Norte, como tampoco lo fue el suprimir la alusión al libre comercio. La negociación tuvo un claro objetivo, aminorar, o al menos, ralentizar, la presencia de nuestros productos en aquel mercado, abandonando la apertura comercial como objetivo.

La regionalización, si bien es cierto con respecto a los participantes, constituye un proceso de apertura, hacia el exterior no es sino una forma de proteccionismo. A cambio de prebendas, privilegios y flexibilización en el trato, se exige formar un frente común hacia otros países y regiones, al grado de erigir tratos notoriamente distintos en materia arancelaria. La misión de quienes, por nuestro principal socio comercial, renegociaron, fue modificar sustancialmente el perfil del tratado, sentando las bases para ir del libre comercio a la nueva forma de ser del proteccionismo en el siglo XXI.

Decir que la negociación del T-MEC es materia de distinción es no aceptar, frente a los mexicanos, que el tan mentado logro sólo fue anunciar una derrota menor pregonando que pudo haber sido peor. Es claro que marcó el principio de una nueva etapa de la relación, que desbordó lo mercantil, para atrapar al gobierno mexicano en una feroz lucha migratoria, recorriendo la línea de contención hacia el sur. Trump prefirió ese avance. Siendo una potencia en franco decline, el gobierno del vecino país del norte, como aquel Japón de los años 80, ha sabido inducir un tipo de cambio que le resulta comercialmente beneficioso, dando un respiro, sobre todo, al sector agrícola más allá del Río Bravo.

El residente de palacio tardó en caer en cuenta de que los párrafos que tanto publicitó en su matinal discurso, poco o nada permitían cambiar el andamiaje legal del sector energía, dado que la vara que pusieron nuestros negociadores ha demostrado que no sólo es alta, sino que se encuentra fuera del alcance del oficialismo.

Tan sólo, relajando los controles regulatorios de las remesas, el efecto cambiario ha mantenido a los productores del norte en un alto nivel competitivo, evitando que los efectos del acuerdo comercial continuaran desplazando aceleradamente las mercancías allá producidas.

Además, el gobierno estadunidense estima que el efecto económico de las remesas constituye un deseable subsidio que no precisa a aprobación de su Congreso, preservando condiciones de gobernabilidad en el territorio vecino, por lo que no resulta relevante para ellos el indagar la limpieza del origen, ni mucho menos el destino que tiene el multimillonario flujo. Seguirá administrando el abasto de sustancias tóxicas a precios razonables, cuyo tráfico no es prescindible en aquel país, siendo hoy preocupación sustantiva la calidad y composición, por lo que ahora centra su meta en evitar el fentanilo y todo aquello que aumente la letalidad del consumo.

Al salir las remesas del mercado informal, el impacto en el tipo de cambio resultó definitorio de una paridad sobrevaluada, haciendo difícil de fijar correctamente el valor de la moneda nacional, ya que la oferta avasalla la necesidad de divisas, siendo un torrente creciente e imparable como su fuente. Por otro lado, la baja en cantidad efectiva y calidad en los productos nacionales ha seguido manteniendo el espejismo de un control inflacionario. En realidad, es claro que se recibe menos por la misma cantidad de pesos. El deterioro de lo que llega a la mesa de los mexicanos es innegable, pero no es objeto de medición, limitándose a comparar mercancías que resultan distintas, son equivalentes sólo en apariencia, el aumento de los precios ya no es nominal, sino en especie.

Si bien es cierto, hasta hoy, se sostiene que el T-MEC es un instrumento de apertura comercial, en poco tiempo el nearshoring develará su condición real. Gane quien gane el próximo proceso electoral en los Estados Unidos de América llegará una nueva edición del proceso de negociación, a efecto de imponer a nuestro país medidas de cierre hacía el mundo, imponiendo costos al desarrollo del inminente proceso de extrema integración regional. Ya no tratará tanto de cómo se abren los mercados entre los firmantes, sino, hasta qué punto, se permitirá el mantener lazos con países fuera del acuerdo.

Ello impactara nuestra relación con la comunidad europea y el Reino Unido, pero será drástico en cuanto a la relación con China y Rusia, dado que se buscará que medidas arancelarias y no arancelarias dificulten la expansión de tales potencias en el continente americano, el cual se pretende mantener para los americanos.

La visión al mutar el nombre, insisto, no fue cosmético, no sólo elude el admitir nuestra posición geográfica, que tanto afrenta a los radicales opositores que alberga nuestro socio, sino que se eliminó, deliberadamente, la falaz idea de que persigue el libre comercio. Quienes, por razones meramente coyunturales, se apersonaron a la negociación de la versión recortada del TLC, parece no advirtieron el cambio de rumbo que Trump imprimió a la dinámica.

En la siguiente ronda, los expertos en libre comercio se harán a un lado, y se darán cita los constructores de una nueva enmienda que tendrá por objeto dar extraterritorialidad a las leyes estadunidenses, tornándoles en compromisos internacionales, haciendo que las metas proteccionistas se vuelvan baluartes y objetivos de quienes forma parte del mecanismo de integración regional.

Los promotores de la ronda anterior tenían un rumbo claro y cambiaron la naturaleza del acuerdo, haciéndolo patente desde el nombre. La plataforma establecida provee una estructura sobre la cual se construirán muros que blindarán la costa cercana. Sin que nuestros noveles enviados lo advirtieran, quedaron en el T-MEC múltiples pies de playa, sobre los que se erigirán compromisos que fortalecerán la postura de la alicaída potencia. Ellos, concurrieron con una visión de larga plazo, mientras que los nuestros sólo quería salir del paso.

Será el nearshoring la ruta por la que transitaremos. Seguramente, representará enormes retos, inversiones y oportunidades para los mexicanos, pero demandará verdaderos expertos y no circunstanciales negociadores. Elon Musk sabía, y sabe, que sus muy numerosos proveedores chinos no podrían instalarse, o no al menos fácilmente, de su lado de la frontera, por ello, bajo su supervisión, se aprestan a instalarse de nuestro lado, antes de que convencionalmente se establezcan reglas y restricciones.

Esta administración expira, y no cuenta con los funcionarios que México necesita. Es probable que la cartera comercial siga siendo, en la próxima, premio a la ciega lealtad, por lo que debe ser el sector privado quien, desde ya, forme una legión de peritos en procesos de integración regional como la que se perfila en el T-MEC, teniendo, sólo como auxiliares testimoniales, a los cándidos defensores del aperturismo.

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Nota del editor: Gabriel Reyes Orona es exprocurador fiscal de la Federación. Fue prosecretario de la Junta de Gobierno de Banxico y de la Comisión de Cambios, y miembro de las juntas de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores y de la Comisión Nacional de Seguros y Fianzas.