A propósito del 8M, ¿cuáles son algunas de las violencias de género que persisten en la educación superior?

(ISAURA CASTELAO-HUERTA. NEXOS)

Para ciertas personas, el Día Internacional de la Mujer, conmemorado cada año el 8 de marzo (8M), es una buena ocasión para regalarnos flores y chocolates, para felicitarnos por nuestra belleza y hasta para hacernos ofertas y descuentos exclusivos. Esta banalización de un día que rememora las luchas de miles de mujeres que durante siglos hemos buscado reivindicar nuestros derechos y que nuestras condiciones de vida sean paritarias a las de los hombres, es un botón de muestra de que el camino que debemos recorrer aún es largo.

Mi propósito en este artículo es visibilizar cómo en un contexto que en muchas ocasiones se presume igualitario y meritocrático —como las instituciones de educación superior— las condiciones de muchas mujeres son de desventaja frente a sus pares hombres, llevándolas a vivir discriminación y violencia. Para ello, es importante enfatizar que tanto el orden de género como las políticas neoliberales afectan de manera negativa el desarrollo profesional de las académicas.

He organizado este trabajo en cuatro apartados. En el primero, señalo cómo es que la educación superior está masculinizada y neoliberalizada. En el siguiente, menciono algunas de las violencias de género hacia las mujeres que han sido destacadas por varias investigaciones. En el tercero, me adentro en las violencias sutiles que emergieron durante mi investigación doctoral. Cierro con algunas reflexiones finales.

La masculinización y la neoliberalización de la educación superior

Las universidades nacieron como instituciones androcéntricas y así permanecieron por más de siete siglos: eran una especie de clubes masculinos en donde el encierro era su característica principal. El que algunas mujeres lograran escalar los muros de hiedra representó una seria amenaza para los hombres. Esto ocurría porque se pensaba que la universidad era un territorio sagrado de conservación de la pureza, alejado de las tentaciones del mundo —de la carne— y dedicada al cultivo del espíritu; es decir, la exclusión de las mujeres se cimentó en un orden de género que asociaba jerárquica y dicotómicamente hombre–mente–razón/mujer–cuerpo–emoción. Desde entonces, la incorporación de las mujeres a la vida universitaria y a la educación superior fue lenta y atropellada. Sin embargo, tras la Revolución Industrial, la Gran Guerra y la Segunda Guerra Mundial, la educación superior se masificó, con lo que la participación de las mujeres se incrementó. Posteriormente, tanto las luchas feministas —que conmemoramos cada 8M— como las revueltas juveniles de los años sesenta, contribuyeron a que hubiera una incorporación masiva de las mujeres a los centros de educación superior, incursionando en profesiones y campos hasta entonces masculinos en su totalidad.

Sin embargo, el paulatino incremento en la tasa de ingreso de las mujeres a las universidades y a otras instituciones de educación superior en realidad no ha significado que haya condiciones de igualdad, esto por varios motivos, pero menciono sólo un par. Uno, al interior de las instituciones persiste tanto la segregación horizontal, que implica que las mujeres permanecemos en determinadas áreas del conocimiento (la gran mayoría feminizadas, como enfermería), como la segregación vertical, en donde los techos de cristal nos impiden el avance en el escalafón docente o administrativo. Y dos, las mujeres continuamos siendo las principales responsables de las labores domésticas y de cuidado fuera de las instituciones, pero también dentro de ellas, lo que supone una doble o hasta triple carga laboral. En relación con esto, las políticas neoliberales, y en consecuencia el auge de la racionalidad neoliberal, promueven la imagen del académico ideal como una persona sin responsabilidades de cuidado, entregado a su trabajo y con la libertad absoluta de dedicar su tiempo a la institución: un individuo solitario e independiente que se protege a sí mismo, es competitivo, despiadado, y no tan solidario con sus colegas y estudiantes. Este estereotipo provoca que las mujeres debamos trabajar y esforzarnos mucho más que los hombres para —ojalá— tener reconocimiento por nuestro trabajo docente y por nuestra producción académica. Así, se entretejen el orden de género y la gubernamentalidad del libre mercado, deviniendo en consecuencias nocivas para las mujeres.

La persistencia de las violencias de género al interior de las instituciones de educación superior

La violencia es un acto u omisión intencional, relacionado con la libertad y con la voluntad de quien la ejerce y la voluntad nulificada de quien la sufre. El objetivo de la violencia es controlar, transgredir un derecho y producir un daño. Diversas investigaciones han documentado, estudiado y visibilizado cómo, al interior de las instituciones, las estudiantes experimentan violencias psicológicas, físicas y sexuales. Estas violencias son naturalizadas y causan un reforzamiento de estereotipos de género, y también de raza y de clase.

Ahora bien, si las violencias presumiblemente tangibles hacia las estudiantes son difíciles de erradicar, las violencias que experimentan las profesoras son difíciles hasta de identificar, lo que permite que continúen las diferencias respecto a sus colegas. Algunos estudios destacan cómo las profesoras enfrentan “microagresiones de género”: formas matizadas, habituales y confusas, muchas veces inconscientes, de comunicación insultante e irrespetuosa con un alto contenido de denigración sexista y de desprecio hacia las mujeres. Algunas de estas microagresiones, que se basan en un prejuicio consciente, incluyen la objetivación sexual, la ciudadanía de segunda clase, las suposiciones de inferioridad, la negación de la realidad del sexismo, la suposición de los roles tradicionales de género y el uso de un lenguaje sexista. Es así como muchas profesoras son marginadas, discriminadas, hostigadas o excluidas de manera cotidiana, por ejemplo, a partir de ignorar o minimizar sus logros. Así, la violencia psicológica, la principal forma de violencia académica, se perpetra de forma sistemática, permanente, repetitiva y puede llegar a incrementarse. Esta forma de violencia incluye expresiones como desvalorizar, burlar, aislar, humillar, ridiculizar e insultar.

Por otra parte, en ciertas ocasiones las violencias que experimentan las profesoras aparecen como acciones cotidianas que no tienen una explícita intención de dañar, ya que lo que ocurre es consecuencia de la aplicación de políticas neoliberales, como lo son la falta de recursos y el salario basado en un sistema de puntos por productividad académica. A estas violencias que emergen con el impulso de la aplicación de políticas de libre mercado las he conceptualizado como violencia sutil, a partir de los hallazgos de mi investigación doctoral. A pesar de que estas prácticas están invisibilizadas, esta violencia sutil aparece como intencional y no intencional, revelándose en dos discretos hábitos: infligir daño moral, a partir de ser olvidada por el sistema neoliberal, ser objeto de envidias y no recibir reconocimiento salarial por la productividad académica; y perturbar el desempeño académico a través de la sobrecarga de trabajo, la obstrucción a las labores y la disputa por las y los tesistas. Estas manifestaciones sutiles de la violencia son insidiosas y potencialmente devastadoras porque de manera velada mantienen el sistema dominante. Aunque pareciera que no causan tanto daño, sus efectos a largo plazo pueden ser más destructivos, debido a que carcomen la estructura y la fibra de las personas. De este modo, la violencia sutil no es fácil de percibir, identificar y nombrar como acciones violentas, porque, insisto, son prácticas que aparentemente no tienen la intención de causar un daño.

Las manifestaciones sutiles de la violencia en las universidades

Durante mi investigación doctoral, emergió del campo la violencia sutil hacia las profesoras como intencional y no intencional, manifestándose, como dije antes, en dos discretos hábitos: el infligir daño moral y el perturbar el desempeño académico.

El daño moral hacia las profesoras ocurre por dos razones. Primera, por la falta de recursos para investigar, lo que entorpece la productividad académica, con lo que se trata de una violencia institucional. Con esto, hay una invisibilización de todas las dificultades que las docentes deben sobrellevar a partir de la escasez en los recursos, lo que las encamina a reducir sus horas de sueño y de descanso, afectándolas física y emocionalmente. Segunda, el sistema de puntaje salarial por productividad académica estratifica al profesorado, por lo que las profesoras que tienen una alta producción perciben que son envidiadas por sus colegas, con lo que su legitimidad académica y su calidad moral son puestas en tela de juicio, perturbando su tranquilidad. En sentido contrario, las profesoras que no obtienen reconocimiento a su trabajo por este sistema salarial sienten que su esfuerzo es desestimado, lo que las daña porque enfrentan una falta de reconocimiento.

Ahora bien, vinculado con este reconocimiento, las políticas neoliberales fomentan que la evaluación del desempeño se dé a partir de la medición de productos fruto de la investigación. Así, la violencia sutil se presenta cuando a las profesoras se les trata de impedir, por parte de sus colegas o de autoridades institucionales, que tengan las condiciones temporales y materiales necesarias para trabajar en su investigación. Esta violencia se manifiesta a partir de tres cuestiones. Una, sobrecargarlas con actividades docentes para evitar que puedan dedicar tiempo a la investigación —y así impedir que tengan productividad académica— lo que las estresa y deviene en un desgaste físico y emocional. Segunda, la falta de recursos es utilizada para obstruir su desempeño en investigación, por ejemplo, negándoles financiamiento con el pretexto de que no hay dinero, con lo que las docentes deben trabajar aún más duro para tratar de resarcir la situación, ya sea a partir de gestiones administrativas o de rebuscar recursos por fuera de la institución. Y tercera, debido a que en ciertas áreas del conocimiento las investigaciones se llevan a cabo de manera conjunta con estudiantes, la disputa por tesistas (coloquialmente llamada “robo de estudiantes”) representa la pérdida de oportunidades para poder publicar. Esta disputa también genera sentimientos de incomodidad, con lo que las docentes se aíslan para protegerse.

A modo de cierre

En este trabajo he buscado presentar de manera muy breve cómo las violencias de género hacia las mujeres en la educación superior se pueden manifestar de formas diversas, en ocasiones sutilmente, lo que hace que el reconocimiento de que se está viviendo una situación violenta sea difícil de llevar a cabo. Como todas las personas hemos sido socializadas en el orden de género jerárquico y dicotómico, es normal que nos cueste trabajo dejar de naturalizar escenarios en los que las mujeres enfrentamos un trato diferenciado. Sin embargo, es apremiante cuestionar aquellas acciones que, con o sin intención, sutil o flagrantemente, están afectando nuestro bienestar al interior de las instituciones. Para lograr desmontar las violencias explícitas, que son la punta del iceberg, es necesario erradicar las violencias sutiles: todo aquello que no vemos o percibimos de manera clara como un acto violento.

El 8M no queremos flores ni chocolates, mucho menos que nos feliciten. Entre otras muchas cosas, pedimos que paren los feminicidios y que haya acceso libre, gratuito y seguro al aborto en todo el país, queremos que haya una repartición paritaria de las labores domésticas y de cuidado, dentro y fuera de las instituciones de educación superior. Queremos que se nos dejen de poner trabas y trampas para que no podamos seguir desarrollando nuestras investigaciones. Queremos que nuestros logros académicos sean reconocidos y valorados como lo son los de los hombres. Queremos contar con presupuestos dignos para el desarrollo y el impulso de las ciencias. Queremos que el individualismo y la competencia cambien por la solidaridad y el cuidado. Queremos un mundo mejor, más justo, libre e igualitario para todas, todos y todes.

Isaura Castelao-Huerta
Investigadora en el Departamento de Investigaciones Educativas del Centro de Investigación y Estudios Avanzados (Cinvestav).