ROLANDO CORDERA CAMPOS. LA JORNADA.
En las sociedades modernas o que presumen serlo, nos hemos acostumbrado a vivir y pensar como si la violencia no fuera un elemento extraño y nocivo a cualquier noción de vida comunitaria. A las diversas expresiones que tienen las agresiones a personas o comunidades enteras, parecen no faltarles voceros ni defensores, menos, intereses y odios que medran con ellos.
De esto dan cuenta los excesos múltiples a que son sometidos los migrantes, los extranjeros, los diferentes, también las guerras comerciales disfrazadas de cruzadas o de plano religiosas; el desprecio por la vida tiene ideologías, intereses, fanáticos. Se expresa en cualquier región, en cualquier contexto, en cualquier momento.
Pretenden ser los continuadores del terrorismo nuclear, de las cámaras de gas y sus millones de muertos, de los gulags siberianos y de los jemer rojos. Las incursiones armadas con el poder del fanatismo, la ideología, el dinero y la tecnología, arrasan vidas y ciudades: “nos despertaron ayer en Jerusalén las alarmas y estruendos de explosiones.
(…) NUNCA había ocurrido una guerra deliberada contra los civiles israelíes en sus casas. No hay palabras para describir el horror, el desconcierto, la incertidumbre, el dolor, el trauma de por vida de estos niños y jóvenes, la desesperación”, narra la doctora mexicana Katya Mandoki, investigadora recientemente jubilada de la Universidad Autónoma Metropolitana, quien vive en Jerusalén.
“(…) adolescentes que bailan en una fiesta del kibutz Beeri son sorprendidos y masacrados por terroristas de Hamas. A muchos otros los secuestran (…), armados se infiltran en moshavim y kibutzim y asesinan a familias enteras en sus casas.
Toman como rehenes a ancianas, madres con bebés e hijos pequeños, arrastran y golpean a jóvenes ensangrentadas, como consta en videos que exhibe Hamas para alardear su triunfo de cometer crímenes contra la humanidad (…)
“Caos, llamadas de auxilio, total incertidumbre (…) Las palabras de los políticos y militares en los medios no calman, no dan confianza, no parecen relevantes”.
El terrorismo “borra” distinciones y límites; de aquí la necesidad vital de cerrar el paso a toda amenaza contra la dignidad de la persona. Es en este sentido que la puntualización de José Woldenberg
(“Terrorismo”, El Universal, 10/10/23), es necesaria y atendible: “El terrorismo (…) es una fórmula que niega de manera radical la humanidad de los otros. Todo terrorismo se recubre de alguna causa, pero no existe objetivo que legitime la agresión y asesinato de civiles. Se trata de mera sevicia desatada de manera indiscriminada para provocar terror. Y la comisión de los crímenes execrables sólo desde la más primitiva y sanguinaria concepción pueden defenderse”.
Es por esto y más que debemos reprobar y rechazar la postura adoptada por el presidente López Obrador ante la masacre de Gaza. Eso no es política exterior ni humanismo y pone a su gobierno al borde de la complicidad con criminales y genocidas. Nada que ver con lo que somos y hemos sido.