DANIEL ALONSO VIÑA. EL PAÍS
En el Paseo de la Reforma de Ciudad de México se ha colado un arcoíris gigante que emite un grito que parece salido de las entrañas de la tierra: “¡No, no, no, no es un hecho aislado! ¡Los crímenes de odio, son crímenes de Estado!”. Miles de personas celebran este sábado la marcha del orgullo, que ha comenzado en el Ángel de la Independencia y concluye en el Zócalo de la capital. El objetivo es reivindicar los derechos de las personas LGTB+, visibilizar las problemáticas que enfrenta la comunidad y también celebrar los avances conseguidos a base de lucha y manifestaciones en los últimos años. Las pancartas reivindicando la libertad sexual y de género se mezclan con los tambores que animan a la gente con sus ritmos frenéticos, las cervezas, que todavía se sirven frías en un día tan caluroso, y la purpurina que adorna las vestimentas más extravagantes.
Hasta el Paseo de la Reforma han llegado gentes de distintas partes de la República. Juan Pablo (44 años) y Alberto (30 años) han venido desde Tampico, en el Estado de Tamaulipas, para celebrar y divertirse. Creen que todavía queda mucho por hacer para eliminar las barreras sociales que impiden ser libres a la gente del colectivo, pero no pueden dejar de apreciar lo que se ha avanzado hasta ahora. “Creo que ha cambiado el sentido de la marcha”, dice Alberto, “porque antes era mucho más de protesta, reivindicativo, porque nuestra gente estaba invisibilizada, pero en los últimos años han cambiado muchas cosas y eso es lo que venimos a celebrar”.
Alberto pone un ejemplo muy claro: ellos, que son pareja desde hace años, antes no podían salir de la mano por la calle. Ahora sí, ahora pueden ir por la calle agarrados de la mano sin que algún señor o señora les grite una grosería. Juan Pablo también celebra que en su Estado, como en casi toda la República, se legalizó hace un año el matrimonio igualitario y ahora, si ellos se quisieran casar, solo tendrían que presentarse en la administración y hacer el trámite, sin tener que pasar por el embrolloso proceso que había que hacer previamente. “Antes, o te marchabas a otro Estado a casarte, o tenías que meter un amparo que tardaba un año en resolverse para poder casarte”, explica Juan Pablo. Mientras, las alas rosas que lleva enganchadas a un pecho sin camiseta se mueven con el viento.
La política casi no tiene hueco en la manifestación de este año. Arturo Zaldívar, ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, ha publicado un pequeño mensaje en su Twitter en apoyo al colectivo: “Todos los derechos para todas las personas. Todos los derechos para todas las familias. Hasta que la igualdad y la dignidad se vuelvan costumbre”. Clara Brugada, la alcaldesa de Iztapalapa, también estaba presente en la marcha. “¡Viva la diversidad!, ¡viva nuestra ciudad libre y de derechos!”, ha escrito la alcaldesa en sus redes sociales, junto a una foto en la que se la veía caminando por el Paseo de la Reforma con una bandera LGTB+ entre los brazos. Y un grupo de jóvenes, no muy numeroso, marchaba con la pancarta “Jóvenes con Marcelo”, en referencia a Marcelo Ebrard, antiguo secretario de Relaciones Exteriores que ahora busca ser el candidato de Morena a las elecciones presidenciales del 2024.
Las aceras han sido tomadas por gente que ha llegado a pasar un buen rato. Las calles, tomadas por las drag queens, sombrillas arcoíris, camisetas negras de rejilla, purpurina, alas de mentira y ambiente de fiesta, de amigueo y de celebración; un contingente de personas que avanza con determinación, como una bestia gigante que ruge a los cuatro vientos que está aquí y que no se va a ir a ningún lado, pese a todo lo que todavía queda por conseguir. Hay gente que ofrece abrazos y gente que ofrece besos y otros que piden visibilidad para las familias diversas, conformadas fuera del marco normativo del padre y la madre.
A eso han venido muchos de los jóvenes con los que habla este periódico. Kilia llegó con sus amigas desde Cuernavaca, Morelos. Tiene 22 años y es la segunda vez que marcha. Las cosas para las generaciones más jóvenes parecen ser diferentes, por fin, a lo que fueron para los más mayores. Aunque México es el segundo país de Latinoamérica con más crímenes de odio contra la comunidad LGTB+, ellas encuentran cada vez menos este problema. “En la escuela nunca hemos tenido problema”, cuenta Kilia. Sus padres aceptaron su identidad sexual sin demasiado problema y solo encontró resistencia de algunos de sus tíos, que eran un poco más “cerrados, digamos”, cuenta con una media sonrisa entre los labios.
Ya es el segundo año que asisten a la marcha de Ciudad de México. El año pasado, cuando se rompió el récord de asistencia y en el Zócalo se juntaron 500.000 personas, lo pasaron genial. Fue la expresión de una población extremadamente plural, donde el 4% (cinco millones de personas) se considera dentro del colectivo LGTB+, según una encuesta masiva que realizó el año pasado el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), y que también reveló la parte más oscura que enfrenta este colectivo y los retos que todavía quedan en el horizonte. El colectivo LGTB+ sufre una tasa de intento de suicidio tres veces mayor que la población general, en gran parte debido al rechazo que sufren cuando se muestran tal y como son dentro de los entornos familiares y sociales.