(MAR PADILLA. EL PAÍS)
Es una elefanta —abierta de patas— en una habitación. Es una presencia real y, a la vez, un enigma de primer orden. Creemos pertenecer a una sociedad amante del conocimiento, pero no fue hasta el 1 de junio de 1998 —¡1998!— que conocimos la anatomía completa del clítoris, cuando la doctora australiana Helen O’Connell lo publicó en la revista estadounidense The Journal of Urology. (La del pene la había completado Hipócrates en el año 35 a. C.). ¿Por qué?
Una respuesta es que el clitoridiano “es un orgasmo que deja de estar casado con el pene, con la ley”, según escribió Paula Bennett en 1993. Con su ser y estar, el clítoris —un órgano de la mujer que existe solo para el placer, sin ligazón con el coito y la reproducción— echa por tierra el armazón de las estructuras sociales y culturales de supeditación al hombre. Como denunció Shere Hite en un programa de la televisión ABC en 1977, tradicionalmente “el sexo se ha enfocado en la preparación de la mujer para el acto de penetración”. Y punto.
Como Hite o Bennett, a lo largo del siglo pasado investigadoras y ensayistas como Anne Koedt o Carla Lonzi ya reflexionaron sobre la condición del clítoris como símbolo de independencia y autonomía. Ahora, el transfeminismo vuelve a reflexionar sobre él y sobre las mil sexualidades posibles.
Con este resurgimiento, tal vez la historia del clítoris tendrá un merecido final feliz, pero la suya es una historia de desolación y terror por los ataques sufridos —por directa extirpación, aún hoy, en muchos países africanos y algunas zonas de Oriente Próximo y, en el pasado, también en países europeos—. Es el sobrecogedor relato de un órgano invisibilizado porque su presencia desafía “el orden anatómico, político y social e interrumpe de raíz la lógica del mando y la obediencia. Y eso perturba”, según Catherine Malabou, autora de El placer borrado. Clítoris y pensamiento (La Cebra, 2021).
“¡Es de locos!”
El viejo orden tal vez se esté tambaleando, pero no es aún agua pasada. Por ejemplo, la pornografía mainstream—donde el cuerpo femenino es representado habitualmente como mero artefacto para el placer de otro— refleja que se está muy lejos de aceptar las condiciones de libertad, diversidad e igualdad. Y el conocimiento del clítoris —sus partes, su funcionamiento— es, en verdad, escaso. En el documental Mi nombre es clítoris (Daphné Leblond, 2019), cuando a dos chicas jóvenes les explican que la parte interna del clítoris tiene más de 10 centímetros se quedan boquiabiertas. Y después reflexionan sobre su ignorancia, sobre la de los demás y la de todos. “¡Es de locos!”, acierta a exclamar una de ellas.
“En general, la sexualidad nunca se ha estudiado de modo científico, sino de modo ideológico”, reflexiona Malabou al teléfono. Y puede que esta sea una ideología en proceso de derrumbe, pero queda mucho por hacer. En Mujeres que follan (Libros del K.O., 2023), la periodista Adaia Teruel expone un retablo de la sexualidad femenina actual, y no duda en responder que el clítoris —de nuevo, una vez más— empieza a redescubrirse ahora. “Es tremendo. Una de las mujeres a las que entrevisté me dijo: ‘¿Cómo puede ser que sepamos que hay agua en la Luna y no de dónde viene el líquido que soltamos muchas mujeres cuando nos corremos?”, explica.
La construcción de la ignorancia
“La historia del clítoris es una parábola de la cultura, de cómo se forja el cuerpo en una forma útil a la civilización, a pesar de y no por sí mismo”, escribió Thomas Laqueur en La construcción del sexo. Cuerpo y género desde los griegos hasta Freud (Cátedra, 1994). Para Laqueur, como para Malabou, toda lección de anatomía depende de la política cultural de la representación y de la percepción del momento. Y desde hace casi dos siglos, el placer femenino y su órgano por excelencia es una historia de fantasmas. O de desaparecidos.
En su investigación Critical Clitoridectomy: Female Sexual Imagery and Feminist Psychoanalytic Theory (Clitoridectomía crítica: la imagen sexual femenina y la teoría psicoanalista feminista), Paula Bennett demostró la infrarrepresentación general de la biología femenina en los estudios científicos y la del clítoris en particular, hasta el punto de acuñar el término “clitoridectomía crítica” para referirse a la escasez de estudios sobre este. Y no es porque sí. Como demostró el historiador de la ciencia Robert N. Proctor, muchas veces la ignorancia no es una carencia, sino una construcción social.
Pero si se persevera se encuentran rastros, viejas pistas que enlazan con mitos que aún hoy se consideran medias verdades. Por ejemplo, en los años sesenta, ante el calvario de llegar al orgasmo vaginal frente a la facilidad del clitoridiano que le relataban las mujeres en su consulta, la psiquiatra Mary Jane Sherfey se preguntó si lo que se catalogaba como “neurosis sexual femenina” era en realidad una enfermedad inexistente. Decidió adentrarse en el misterio, y averiguó que a lo largo de la historia hubo gran variedad de géneros, hábitos y formas de conexión sexual entre humanos, y que las relaciones sexuales femeninas fueron en muchas sociedades promiscuas y generosas. También descubrió que esas relaciones fueron cercenadas cuando a partir del siglo XIX y XX la relación sexual heterosexual con penetración se erigió en la relación sexual por mandato, y el orgasmo vaginal, en decreto.
Freud y su alumna Bonaparte
Se llevó entonces a cabo una estrategia de borrado, y no fue cosa de broma: en la época victoriana, científicos como el doctor Isaac Baker Brown, presidente de la Sociedad Médica de Londres, proponían la extirpación del clítoris como cura para los problemas “mentales” de las mujeres, un tipo de operación que fue practicada en Europa y Estados Unidos. Después Baker se vio obligado a dimitir, pero sus ideas permanecieron en el tiempo y se llegaron a registrar clitoridectomías “terapéuticas” hasta entrado el siglo XX, según datos de Naciones Unidas (ONU).
En esa misma senda, recordemos que Sigmund Freud —uno de los grandes factotums de la sociedad occidental— afirmó que las mujeres tenían una especie de “pene deteriorado”, y que si no lograban el orgasmo a través de la penetración eran infantiles, disfuncionales, frígidas. Enfermas. Y quizás el padre del psicoanálisis no circuncidara el clítoris físicamente, pero sus ideas tuvieron el efecto simbólico de cercenar una sexualidad sana. Sin ir más lejos, la psicoanalista Marie Bonaparte, alumna de Freud, creyendo que sufría frigidez, se sometió a tres operaciones para acercar el clítoris a la vagina y tratar así de obtener un orgasmo vaginal. No lo consiguió, según exponía la historiadora Nelli M. Thompson en la revista American Imago en 2003.
Las afirmaciones de Freud tuvieron otro tipo de resultados contundentes. Por ejemplo, a lo largo del siglo XX la información sobre el clítoris fue disminuyendo, y en 1948 el clítoris se eliminó de la Anatomía de Gray, uno de los libros más importantes sobre anatomía del mundo. Para Malabou, los trabajos de Freud reproducen un “esquema de dominación y servidumbre” en las relaciones sexuales, y su grave error fue confundir un tipo específico de sexualidad por mandato —la dominadora— con la sexualidad humana en general. Por eso, la pregunta importante es una pregunta antigua, vieja como el mundo: ¿cómo queremos vivir (y relacionarnos sexualmente)?, ¿de una forma dominadora o de una forma colaborativa, libre y placentera para todos?