De la gran promesa a la gran ilusión

(ROLANDO CORDERA CAMPOS. LA JORNADA)

Imparable, la máquina de producción y lucros que es la economía nacional avanza sin superar sus nudos primordiales. La informalidad laboral absorbe poco más de la mitad de la ocupación, pero su contribución al PIB es menor a 25 por ciento. Los ingresos laborales se implantan mayoritariamente por debajo de su media, el porcentaje de la población en pobreza laboral sigue siendo mayor a la observada antes de la pandemia y la distribución del ingreso sigue en las ligas mayores… de la injusticia social.

Dice el subsecretario Yorio que el primer y gran logro de la 4T ha sido separar lo público de lo privado para liberar al Estado de amarras impertinentes y, en general, nocivas para el interés general, y qué bueno que ello haya ocurrido sin aspavientos (La separación de lo privado y lo públicoLa Jornada, 18/12/23).

Lo que no asume el economista es que tal división entre lo público y lo privado no ha ofrecido un sector público dinámico y promotor del crecimiento y el bienestar por encima de las cuotas de mediocridad imperantes. Tampoco la gran reivindicación de lo público y del Estado permitió un nuevo esquema institucional de relaciones y vinculaciones entre la inversión privada y sus empresarios y la pública y sus oficiales (respecto de 2018, la inversión pública es menor uno por ciento). Ni ha habido programación sostenida del gasto, salvo la que los criterios de estabilidad de corto plazo han impuesto. Además, el Plan Nacional de Desarrollo quedó sembrado en la cuneta de los desechos estatales y el incumplimiento constitucional que dio lugar a este despropósito parece haberse vuelto inalterable costumbre oficial.

Resulta difícil hacerse una idea redonda de lo que nos pasa como sociedad y como país a partir de un triunfalismo vacuo y, por mal que nos pese, insostenible. La fórmula de Jonathan Heath de la maldición sexenal pudo haberse superado, pero su secuela de lento crecimiento, informalidad laboral y pobreza sigue con nosotros y define la imagen de un México siempre promisorio, siempre inconcluso.

Situado entre dos grandes océanos y apenas debajo del Gólem gringo cuyo destino ha dejado de ser manifiesto, México se mantiene como la tierra de la gran promesa, pero su incumplimiento parece haberse implantado para nosotros como manifiesto. La política, hay que seguir enfatizando, que queremos democrática, resiste embates regresivos inocultables y la economía sigue sin ser fuente de esperanzas racionales y entusiasmos compartibles, por más fervor que cultiven en Hacienda esquina con Palacio.

La gran transformación trajo consigo una gran oferta de empleo bueno y bienestar generalizado, pero no ha podido concretarse y ser encauzada en un contexto institucional congruente con aquellos Sentimientos de la Nación que Morelos nos legara como programa y que hasta la fecha no han dejado de ser parte de una retórica cansina y frustrante. Me temo que vamos a tener y a sufrir otra temporada de más de lo mismo, a pesar de que la evidencia manda en dirección opuesta.

México inacabado y maltrecho, pues. Tal es el legado fundamental de este nuevo emprendimiento de la imaginación histórica que se queda en gran ilusión.

Hagamos votos porque 2024 no sea una gran desilusión. Por ahora, buenas fiestas a todos los lectores y a los críticos.

Qué le vamos a hacer: la generosa y entrañable cronista hizo pausa. Adiós, Cristina