(LILIANA MARTÍNEZ LOMELÍ. EL ECONOMISTA)
La producción de alimentos orgánicos es un tema de diferentes variables que son complejas de articular. En teoría, la producción orgánica ofrece para el consumidor alimentos libres de pesticidas y productos nocivos para la salud, y una forma sustentable de producción que respeta los recursos naturales, promueva el balance ecológico y conserva la biodiversidad. Internacionalmente, las clasificaciones y certificaciones de un alimento orgánico difieren de un país y de una región a otra, utilizando diferentes criterios y diferentes organismos certificadores de la producción.
En este contexto, las diferencias de criterios internacionales han sido objeto ya de muchas polémicas, pues la alta circulación de bienes comestibles y los criterios más laxos o más exigentes para ser catalogados como orgánicos son percibidos como una competencia desigual según la región donde hayan sido producidos.
La Unión Europea es una de las regiones que ha promovido que exista una transición paulatina en la producción, con la ambición de que casi la totalidad de la producción se convierta a alimentos orgánicos. Esto no representa una transición simple. En recientes días por ejemplo, se anunció que el gobierno francés dará un fondo de rescate de emergencia de 90 millones de euros a los productores de alimentos orgánicos, quienes han sufrido una baja del 5% de sus ventas este año. Esto en parte debido a la inflación generalizada en los precios de los alimentos que se vive en el continente europeo pero también, a la gran problemática subyacente de los alimentos orgánicos: por su precio y disponibilidad, se han convertido en alimento de nicho accesible para unos cuantos.
La polémica radica también en cómo el Estado promueve desde sus políticas, la reconversión anunciando no solo el rescate mediante el fondo monetario, sino también pretendiendo legislar que los comedores escolares y los establecimientos de salud tengan el 20% de su aprovisionamiento representado por alimentos orgánicos. El objetivo del gobierno francés es que para el año 2027, el 18% de la producción agrícola sea orgánica.
El reto no radica solo en reconvertir la producción, sino también, en hacer que los consumidores accedan a estos alimentos de una forma en la que sea todo percibido como “más simple”.
En estudios al respecto, se ha encontrado que el hecho de que el precio es evidentemente más alto y esto representa un obstáculo para muchos. Existe además una sensación de fatiga generalizada por parte del consumidor, “fatiga” de tener que leer etiquetas, preocuparse por los nombres de tal o cual ingrediente que pudiera ser eventualmente nocivo, planear la compra de alimentos, hacerlos entrar en el presupuesto familiar, tener los alimentos necesarios para preparar algún platillo, que esa comida sea del agrado de quienes la consumirán, preocuparse por el origen y la forma en la que fueron producidos, que cumplan con criterios médicos y que se ajusten al ritmo de su vida cotidiana.
Este contexto sirve como ejemplo acerca de las diferentes formas en las que se articulan sectores macro y microsociales para promover o desincentivar un cambio, en este caso, en la producción de alimentos. Aunque la intención en papel es buena, la intervención del Estado debe considerar también al Sector de consumidores para garantizar que los cambios promovidos sean de beneficio para todos los sectores de la sociedad, dejando de lado las agendas políticas que buscan por ejemplo, contar con el apoyo de todo el gremio de productores.