Dote y libertad: lo que el dinero decía del futuro de una mujer en el virreinato

(LORENZA ESPINOLA GÓMEZ DE PARADA. FÁBRICA DE EXPOSICIONES. EL SOL DE MÉXICO)

¿Cuántos de nosotros hemos creído que la dote era un pago al prometido por casarse? La dote no era un pago; era más bien un seguro o apoyo financiero para el bienestar de la hija en su futura vida conyugal. Y sí, era el hombre quien administraría la dote, pero ese dinero nunca dejaba de ser de la esposa. Aun después de muerta, el marido tenía la obligación de rendir cuentas sobre ello.

Durante la época del Virreinato, los padres de los futuros esposos se sentaban frente al notario para fijar la cantidad de la dote otorgada por parte de la novia y las arras del lado del novio.

La dote no solo era dinero: incluía terrenos, joyas, muebles, vestidos, colchones y hasta esclavos. En el documento de la dote se enumeraban cada uno de los objetos que llevaría la novia a su nuevo hogar y lo que aportaría al matrimonio, pero, todo con la idea de que ella continuara con el mismo estilo de vida al que estaba acostumbrada.

La dote sería manejada por el marido; sin embargo en el caso del uso indebido de la misma, la mujer podía reclamar y someterlo a juicio. Al enviudar, la dote sería gestionada por ella misma, además de los bienes del difunto marido. En caso de que la mujer muriera y los hijos fueran mayores de edad, la dote pasaba a manos de éstos. Si el esposo al enviudar decidía volver a casarse, y los hijos eran menores de edad, eran sus suegros quienes debían velar la buena administración de la dote de su hija hasta la mayoría de edad de sus nietos.

Estos documentos notariales detallan perfectamente cada objeto que forma parte de la dote, indicando el valor de cada elemento. Así la adición del conjunto de bienes indicaba la cantidad que el padre de la novia acordaba con su consuegro antes de la boda. Por ejemplo, en la dote que se transcribe en el exposición Una ventana a la vida de las mujeres en México. Las mil y una novias, siglos VIII al XXI, la suma asciende a 31 mil 708 pesos del año 1696, que en su conjunto menciona más de 50 aportaciones.

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Los bienes que constituían la dote de una novia era detallados en un documento ante notario público. / Fototeca, Hemeroteca y Biblioteca “Mario Vázquez Raña”

Entre ellas destacan joyas como “unos zarcillos de oro con dos aguacates de esmeraldas y seis calabazas de perlas negras y diez esmeraldas en los broqueles”; biombos de Japón; una cama de ébano; vestidos; almohadas; y ¡hasta esclavas mulatas! Hoy resulta impensable, incocebible e indignante, pero en aquella época era una realidad la compra y venta de un ser humano. El tipo de inventario, su calidad y cantidad revelaban el nivel económico de cada familia.

Los padres de familia que tenían más de tres hijas mujeres debían repartir su patrimonio pensando en dos factores: otorgar una dote a por lo menos dos de ellas y un legado que les permitiera posteriormente vivir al resto de la familia. De ahí que, si algunas de las hijas se quedaban con sus padres, no solo era porque alguien debía cuidarlos, era más bien porque no alcanzaba dote para todas.

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Los padres de las novias debían repartir sus bienes para las dotes de sus hijas, por lo que algunas no alcanzaban y se quedaban a cuidar de ellos. / Fototeca, Hemeroteca y Biblioteca “Mario Vázquez Raña”

Es importante señalar que las jóvenes que en lugar de casarse se iban de monjas, también debían aportar una dote para poder profesar. Aquellas mujeres que optaran -de manera voluntaria o no- por el camino religioso, solo podían pasar de novicia a monja si su padre entregaba a la congregación la dote pactada. De lo contrario, jamás se convertirían en monjas y estarían al servicio de la comunidad el resto de sus días.

Todo lo anterior, reafirma la idea de que el poder económico del padre era el factor que dictaba la oportunidad de entrar a una nueva vida fuera de la casa familiar, ya sea a través del matrimonio o de la vida religiosa.

La dote actuó como garantía para conservar el estilo de vida al que estaban acostumbradas las novias. Con el tiempo, cayó en desuso y se sustituyó por el trousseau, una tradición llegada desde Francia en el siglo XIX, y más adelante por el ajuar en el siglo XX. Al final, dote, trousseau y ajuar buscan proveer a la novia de un conjunto de artículos que visten su cuarto, casa y apoyo patrimonial, para hacer más sencillo el comienzo de la nueva vida matrimonial y afín a su vida anterior.

Hoy en día, los regalos que se hacen a la novia en las despedidas de soltera, proveen parte del ajuar, y también los padres continúan -en medida de sus posiblidades- aportando a la novia una “dote” que le sirva como seguro para su estilo de vida.

¿Dónde y cuándo visitar la exposición “Había una vez… Las mil y una novias”?

La exposición se puede visitar en el Museo Ídolos del Esto.

  • ¿Dónde está ubicado? Guillermo Prieto No. 7 Col. San Rafael
  • ¿Cuál es el costo de entrada? La entrada es completamente gratuita
  • ¿Cómo adquirir el libro? El libro se puede adquirir en las instalaciones del museo o de forma electrónica a través de la página https://elarboldelospericos.mx/