El agua, la crisis de la vida

(ANA DE LUCA Y JOSÉ LUIS LEZAMA. NEXOS)

“Hasta hace unos meses no llovía y padecíamos de una severa escasez de agua para los cultivos. Pero cuando llovió, nos quedamos sin hogar y nuestros cultivos fueron destruidos. No nos queda nada… sólo océanos en las carreteras, en las granjas, y sumergiendo nuestros hogares”. 
—Ali Baksh, afectado por inundaciones en Pakistán

La crisis del agua en sus distintas formas —exceso, escasez, contaminación— escala a pasos desorbitantes. Y es ésta una crisis que comienza a atravesar todos los espacios, todos los rincones, y amenaza con arrastrarnos como sólo puede un desbordado y caudaloso río. Solemos olvidarlo, pero no hay nada más esencial para la vida que el agua. En el agua misma está el origen de la vida, eso que permitió que todos los seres que habitan el planeta se desplegaran en sus inéditas y extraordinarias formas, en su gran diversidad. El agua es fuente de vida, es el telón de fondo y sustento de la vida. Pero deja de serlo cuando llega en demasía o cuando está contaminada, ahí no sólo deja de ser fuente de vida, sino que nos pone en riesgo, nos enferma, nos mata.

En la crisis del agua se muestra en toda su crudeza el orden social desigual en el que vivimos. Por una parte, hay un problema de sequía, o de inundación, en donde se combinan causas naturales y humanas; escasez mayormente natural, que deriva del agotamiento de los mantos freáticos, de las variaciones en las precipitaciones, de las grandes sequías que aquejan a diversas partes del mundo. Por otra parte, está el tema de la escasez que aquí definimos como aquella que es social y políticamente construida y, en cuyo surgimiento, se expresa el orden social vigente, la desigualdad y las relaciones de poder. Esta escasez es resultado de un orden jerárquico y de privilegios que distribuye los bienes de manera diferencial, de acuerdo a estrictas reglas de poder, que favorece a unos cuantos y condena a las mayorías, empobreciéndolas y negándoles el acceso a los bienes necesarios para la simple sobrevivencia.

Esta escasez social y políticamente producida se expresa en la abundancia y calidad del agua de que disponen los ricos y la escasez y mala calidad que padecen los pobres. En términos de la distribución desigual del agua podemos ver de qué manera, en términos relativos, los pobres terminan pagando más que los grupos más afluentes. Esto se observa con claridad en la Ciudad de México donde, por ejemplo, el agua que llega a las colonias pobres por tandeo, a las zonas marginadas de Iztapalapa, e Iztacalco, lo mismo que a las del Ajusco y otras periferias, resulta más cara que las de las colonias ricas del poniente de la ciudad. El agua que reciben los más pobres no sólo es escasa, sino también de mala calidad, sólo llega algunos días de la semana, y aquellos hogares que tienen agua entubada la reciben por algunas horas al día, y sólo algunos días de la semana. Esta situación afecta particularmente a las mujeres, quienes se quedan en casa a esperar las pipas y son sancionadas por llegar tarde al trabajo o por faltar. Mientras tanto, los ricos logran escapar estas tragedias. Tienen agua disponible para saciar todas sus necesidades, tanto las básicas como las de esparcimiento.

Esta desigualdad también se observa por entidad federativa. El agua que reciben los estados está determinada por sus condiciones socioeconómicas. En general la Ciudad de México y Aguascalientes registraron la mayor cobertura de agua potable; Guerrero, Oaxaca y Chiapas se colocaron en los últimos lugares. Las áreas urbanas resultan más favorecidas que las rurales y en términos per cápita: en Colima y Morelos sus habitantes recibieron en promedio mayores dotaciones de agua que los de Hidalgo, Oaxaca y Puebla.

A escala mundial el agua es un problema no sólo por su escasez, sino también cuando las intensas lluvias provocan inundaciones, como las que ocurren en México, o como las que tuvieron lugar hace unas semanas en Pakistán. Según datos de Unicef, murieron más de quinientos niños y aproximadamente dieciséis millones han sido afectados con enfermedades gastrointestinales, malaria, dengue y afectaciones en la piel, desnutrición, y bebés con muy bajo peso. De todos, son las infancias más pobres del mundo quienes son más vulnerables. Esta crisis del agua viene acompañada de una serie de enfermedades transmitidas por el agua, deshidrataciones, faltas o deserciones escolares ya sea porque tienen que ir por agua en vez de estar en la escuela, o porque las escuelas no pueden abrir. Además, las sequías afectan la producción de alimentos, lo que se traduce en desnutrición y retraso en el crecimiento.

La distribución injusta del agua

El agua es hoy día motivo de revueltas, de disputas, campo de batalla en donde se muestra la severidad de un problema que, aun cuando acentuado por la crisis climática, está enraizado en las profundas desigualdades sociales que caracterizan al orden social moderno.

Más allá del cambio climático, el problema de la escasez de agua en México se agrava porque en su distribución la desigualdad es un factor decisivo para explicar la forma en que se reparte un bien caracterizado por la escasez. Este factor actúa de manera decisiva tanto en el ámbito del consumo doméstico como en el de la producción. En el caso de la producción, mientras comunidades enteras no cuentan con el mínimo de agua requerida para su consumo, empresas cerveceras de Estados Unidos concentran grandes volúmenes de agua en el norte de México, en la frontera con Estados Unidos. México es desde 2010 el principal exportador de cerveza, y los consumidores de cerveza del mercado mundial de este muy demandado producto tienen preferencia respecto a los pobladores mexicanos de algunas zonas fronterizas que padecen cada vez mayor escasez de agua, la cual se destina en gran medida a la industria cervecera. La reciente crisis del agua en la ciudad de Monterrey ilustra este mismo fenómeno. Allí, mientras los pobres sufrían estrictos racionamientos de agua, los habitantes de las colonias ricas siempre tuvieron el agua que requerían para sus necesidades y negocios. En el municipio más rico, San Pedro Garza García, en medio de esta terrible crisis el uso de agua se incrementó. En el caso de la agricultura, donde se consume alrededor del 70 % del agua, ésta es concentrada en mayor medida por los grandes productores agrícolas. Los pequeños productores padecen de manera especial de esta escasez. Cuando exportamos productos agrícolas, estamos también exportando toda el agua que se requirió para la producción de estos alimentos.

En el caso del agua como en muchos otros en México, prevalece el interés de la industria, de los consorcios, y las necesidades de los países ricos. La situación crítica del agua en México y el mundo es producto de la explotación, el acaparamiento, y los abusos. Como resultado, los grupos sociales afectados cada vez más expresan su inconformidad de diversas maneras: algunas bajo la forma de conflictos latentes; otras en conflictos abiertos. No será sorpresa que estos sean cada vez más frecuentes y violentos.

El derecho humano y no humano al agua

La discusión, la crítica, la protesta social de las organizaciones de la sociedad civil, de algunos especialistas, incluyendo a los expertos en derecho ambiental, han centrado la discusión y la reflexión en la dimensión humana de la crisis del agua. Uno de los cuestionamientos fundamentales es la vulneración del derecho humano al agua consagrado en el artículo cuarto constitucional. Quienes parten de esta postura se oponen a quienes buscan la privatización del agua y denuncian las posiciones retrógradas que son parte de un proceso neoliberal que pretende allanar el camino a las grandes corporaciones nacionales e internacionales interesadas en la mercantilización del agua. Con toda la relevancia que posee este aspecto, en el camino se ha olvidado a la naturaleza de donde nace el agua que se quiere apropiar y distribuir para las actividades humanas.

Esta discusión se mueve, desde nuestro punto de vista, dentro de una falsa lógica de abundancia, de una oferta infinita y no problemática del agua. Cancela uno de los términos, quizá el más esencial, el agua real, que es escasa natural, social y políticamente; ¿de qué agua se está hablando cuando se lucha por el derecho humano al agua, de una real o de una virtual? La discusión está centrada en cómo distribuir, cómo repartir algo que se considera un recurso o un bien exclusivo para las actividades humanas, ya sea para el consumo doméstico o para el consumo productivo en la agricultura o en la industria. Pocos parecen interesados en pensar que para ser consumido, para que pueda ser distribuido o simplemente repartido un bien o un recurso o simplemente cualquier elemento de la naturaleza, primero debe existir, primero debe crearse y la única fuente generadora de agua en el mundo es la naturaleza.

Aun bajo el principio más burdamente antropocentrista, pensando simplemente en satisfacer las necesidades humanas de la producción y del consumo doméstico, o para cumplir con el derecho humano al agua, lo más lógico sería primero, o paralelamente, legislar para procurar la existencia de los acuíferos, de los ríos, de los lagos, de los ecosistemas, de los bosques y de la naturaleza que lo hace posible. Debería, por lo tanto, como un punto básico inicial fundacional de una ley del agua, establecerse también el derecho no humano al agua, establecerse como materia de derecho la protección, reproducción, ampliación, recreación y fortalecimiento de los ecosistemas que proveen al mundo, a las actividades y necesidades humanas, de este elemento fundamental para la vida, no sólo la humana sino también la no humana.

El agua debe ser protegida bajo el principio de que tiene valor propio, no únicamente en función de las necesidades humanas independiente, incluso, de cualquier derecho, incluido el derecho humano al agua. Su valor se basa en su papel central dentro del sistema de la vida, como generadora de vida, como generadora de más naturaleza. Solamente asegurando la existencia del agua, su producción y reproducción ecosistémica, tiene sentido hablar de derechos, de un derecho humano al agua, de una distribución equitativa del agua, no sólo en términos de su distribución sectorial funcional para el servicio doméstico y para las actividades productivas, sino también equitativa en término del acceso diferencial que poseen pobres y ricos en el actual orden social. Para ejercer el derecho humano al agua, primero debe haber agua.

Ilustración: Kathia Recio

Ana De Luca
Profesora de tiempo completo en la UABC y editora de Crisis ambiental, blog de medioambiente de nexos

José Luis Lezama
Cofundador del Centro de Estudios Críticos Ambientales Tulish Balam