(ANA KAREN GARCÍA. EL ECONOMISTA)
El etiquetado frontal en los alimentos ultraprocesados y en bebidas altamente azucaradas aprobado en 2020 ha logrado resultados positivos: informar a los consumidores sobre el contenido de los productos y reducir su consumo. Lejos quedó la polémica sobre si el Tigre Toño debía permanecer o no en la caja de cereal.
La industria alimenticia ha cumplido en tiempos y en formas. Muchos productos se han reformulado con menos nutrientes nocivos y la mayoría de la población aprueba, comprende y utiliza el etiquetado para tomar decisiones de compra.
Un estudio del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP) identificó un incremento particular en el uso del etiquetado frontal en los grupos con más desventajas sociales, como la población con menor nivel educativo y con menores ingresos, los adultos mayores y las personas indígenas. Una de las razones que se liga a este comportamiento es la facilidad para comprender la información de los etiquetados.
Estos resultados reflejan que el etiquetado ha cumplido con sus principales objetivos: transparentar el contenido de nutrientes nocivos de los productos bajo un esquema de alertas que toda la población pueda comprender, generar hábitos de compra conscientes y mejorar la oferta de alimentos.
7 de cada 10 adultos en México aprueban el etiquetado frontal y, si sólo se considera a las madres y padres de familia, la aprobación asciende a 8 de cada 10, de acuerdo con monitoreos realizados por el Instituto Nacional de Salud Pública y El Poder del Consumidor.
El Tigre Toño, un personaje que invitaba a consumir los cereales azucarados de Kellogg’s, desapareció de las estanterías, en sintonía con una mayor sensibilidad de los consumidores sobre el contenido de los alimentos procesados.
De acuerdo con las Encuestas Nacionales de Salud y Nutrición en 2016, cuando las Guías Diarias de Alimentación o GDA llevaban dos años de aplicación, el 62.1% de los adultos mexicanos nunca utilizaban este sistema para tomar decisiones de compra. Para 2021, el 66.7% reportó que lee los sellos de advertencia en los empaques.
El anterior esquema (GDA) suponía que los alimentos procesados presentaran una declaración nutrimental visible en los empaques. En esta declaración se indicaban los aportes calóricos de grasas saturadas, otras grasas y azúcares totales; así como el aporte del sodio y energía por envase o porción.
¿Por qué importa el etiquetado frontal?
Llegar al supermercado, escoger un jugo de durazno y una sopa instantánea, leer que esos productos contienen azúcares en exceso, calorías en exceso o grasas saturadas en exceso. ¿Comprarlos o buscar una opción con menor cantidad de nutrientes nocivos? Sin juicios a las decisiones de compra, el etiquetado frontal importa porque advierte a los consumidores.
Además de ser visibles, las advertencias son claras. No se necesita hacer cálculos sobre qué porcentaje de azúcar tiene el jugo y cuál es el recomendado por las instituciones de salud. Tampoco hay que hacer interpretaciones ni análisis de los ingredientes.
“La iniciativa del etiquetado frontal nació de reconocer que las GDA —que era el modelo anterior que teníamos en México y que nos avisaba de los porcentajes o calorías— no funcionaba. Esto ya lo había señalado el Instituto Nacional de Salud Pública y algunas organizaciones promotoras del etiquetado frontal, de advertencias. Se pensó en esta opción porque además ya existían experiencias similares en América Latina”, dijo Paulina Magaña, Coordinadora de Salud Alimentaria en El Poder del Consumidor.
En México, el etiquetado frontal contempla cinco sellos que avisan explícitamente que un producto tiene exceso de:
- Calorías
- Azúcares
- Sodio
- Grasas trans
- Grasas saturadas
El esquema también contempla dos leyendas precautorias sobre los edulcorantes y la cafeína. En la experiencia de Chile —pionero en la implementación del etiquetado frontal en la región—, se observó que muchos productos fueron reformulados para reducir los niveles de azúcar abusando de los edulcorantes, que también son nocivos particularmente para los niños.
Además de evidenciar a los alimentos ultraprocesados y generar impacto en las decisiones de compra, el etiquetado frontal también orilló a muchas empresas a modificar sus fórmulas nocivas por otras más saludables.
El pan de caja y los cereales son casos destacables, en un principio casi todas las marcas tenían advertencias sobre sus contenidos y actualmente estos productos ya no tienen sellos y esto habla de una reformulación. En las radiografías de los productos antes y después del etiquetado sí vimos una disminución de nutrimentos críticos y esto impacta de manera significativa en la salud pública porque se mejora la calidad de los alimentos disponibles para el consumo, señaló Magaña.
¿Los mexicanos han cambiado sus hábitos de consumo a partir del etiquetado?
Los monitoreos que ha realizado el INSP reflejan que una parte importante de los mexicanos sí ha modificado sus hábitos: 1 de cada 2 adultos mexicanos reportan una disminución en sus compras de productos no saludables gracias al etiquetado frontal.
Para los adolescentes se identificó que alrededor del 40% han bajado su consumo en productos con sellos.
Las investigaciones del INSP también encontraron que los refrescos, jugos, cereales de caja, postres y botanas fueron los grupos de productos con las disminuciones de consumo más pronunciadas entre los adultos mexicanos.
¿Cómo se espera que impacte en la salud?
Como parte de una estrategia integral, que se combina con otras políticas públicas, el etiquetado frontal también busca impactar en los niveles de salud pública, particularmente reducir la incidencia de enfermedades crónicas relacionadas con la alimentación.
“Si combinamos los hechos de que la gente está utilizando el etiquetado y además que la oferta alimentaria ha mejorado es bastante plausible que veamos disminuciones en la ingesta de los ingredientes críticos para las enfermedades crónicas y la obesidad en el corto plazo y que estén en línea con los resultados esperados del impacto del etiquetado en materia de salud”, dijo la Dra. Alejandra Contreras-Manzano, investigadora X México de Conahcyt adscrita al INSP y colaboradora de El Poder del Consumidor.
La investigación del INSP sobre las proyecciones del impacto del etiquetado en la reducción de casos de obesidad a cinco años, estimó que para 2025 habrá una reducción promedio de 37 calorías diarias por persona. Esto, a su vez, se traduce en una reducción de 1.3 millones de casos de obesidad y una disminución de 1.8 mil millones de dólares en gastos directos e indirectos de obesidad.
Es importante también resaltar que el etiquetado frontal no es una norma aislada y para potenciar su impacto es necesario acompañarla de políticas encaminadas a mejorar los indicadores de salud en la población. Además de que la prevalencia de obesidad en niños y adultos no sólo debe pensarse en lo que comen o no las personas.
“No solamente se trata de calorías, azúcares, grasas y sodio, también es importante evitar consumir los aditivos alimentarios como edulcorantes, conservadores, colorantes, potenciadores de sabor, que hacen a estos productos adictivos y al mismo tiempo mortales. El etiquetado no puede resolver todos los problemas de obesidad, diabetes y otras enfermedades crónicas, pero puede incidir positivamente”, dijo Contreras-Manzano.
Se espera que el etiquetado, con sus efectos en productores y consumidores, tenga un impacto en la salud de los mexicanos, pero es necesario que el gobierno siga haciendo promoción a la salud, regulando a la industria alimentaria y monitoreando el cumplimiento de las normas.
El esquema mexicano, que se basó en la experiencia chilena, ha sido replicado también por otros países de América Latina y es una tendencia global impulsada por la OPS (Organización Panamericana de la Salud). Esta institución reconoce que el consumo excesivo de azúcares, grasas y sodio conforman un problema de salud pública que se asocia a las enfermedades no transmisibles que más afectan a la población: sobrepeso u obesidad, diabetes, hipertensión arterial, enfermedades vasculares, cardíacas, cerebrales y renales.
También reconoce que el consumo excesivo de calorías, azúcares, grasas y sodio es resultado, en gran medida, de la amplia disponibilidad, asequibilidad y promoción de productos alimentarios procesados y ultraprocesados.
Aunque los efectos en la salud de los mexicanos se verán más tarde, saber lo que se compra y tener productos menos nocivos en el supermercado son ya pasos importantes.