(LEOPOLDO GÓMEZ. EL FINANCIERO)
Los estudios sobre debates presidenciales en Estados Unidos muestran que su impacto en las preferencias electorales suele ser mínimo y no siempre duradero. Sin embargo, el debate de este jueves entre el presidente Joe Biden y el expresidente Donald Trump se perfilaba para ser distinto, no sólo por lo reñido de la contienda, sino también por las serias dudas que alberga una parte significativa del electorado sobre ambos candidatos. Recién concluido el encuentro, estoy convencido de que tendrá consecuencias catastróficas para Biden, tal vez como ningún otro en la historia de los debates en Estados Unidos.
Hasta ayer, las encuestas registraban una contienda extremadamente reñida, con Biden y Trump empatados en las preferencias nacionales. Aunque Trump aventajaba al presidente en varios estados clave, en muchos de ellos esa ventaja era de apenas uno o dos puntos porcentuales. Esto significa que incluso un pequeño cambio en la preferencia de los votantes podría resultar decisivo. Lo que vimos la noche de este jueves tiene ese potencial y más. Me parece que el debate separará a Trump de Biden por un margen que probablemente se vuelva irremontable.
Los mensajes de Trump fueron más contundentes y fácilmente digeribles. Biden ha sido el peor presidente de la historia, Estados Unidos es un desastre y ya nadie los respeta en el mundo. Habló de la inflación y, sobre todo, del descontrol en la frontera que, según él, es atribuible a las decisiones de Biden. Como lo ha hecho a lo largo de la campaña, atribuyó el crimen, la crisis de opioides y hasta las desgracias de los afroamericanos a los migrantes.
Biden trató de hacer ver que Trump fue quien dejó muchas cosas mal cuando fue presidente, que miente y es una amenaza para Estados Unidos. Lo atacó con el tema de que es un criminal convicto y trató de provocarlo recordando temas como el de los pagos a la actriz porno. Pero, en realidad, no me pareció que tuviera un mensaje coherente ni que sus ataques o provocaciones funcionaran.
En este debate, sin embargo, se anticipaba que el desempeño de los candidatos pesaría mucho más que el duelo sobre temas. Biden necesitaba, sobre todo, disipar las preocupaciones sobre su edad y estado mental, alimentadas por videos que circulan en redes sociales, algunos editados maliciosamente, en los que se le ve torpe y desorientado. La expectativa era que pudiera tener un desempeño enérgico y coherente, similar al del reciente discurso del Estado de la Unión.
Las expectativas para Biden no eran altas; sólo necesitaba fluir sin trabarse y mostrarse ágil para causar una buena impresión. Al mismo tiempo, si se atoraba o trastabillaba, las consecuencias podrían ser catastróficas para su campaña. Y esto fue justo lo que sucedió. Su desempeño fue muy inferior al esperado desde el inicio del debate en el que con voz ronca empezó a trabarse y, en ocasiones, perderse en sus argumentaciones.
Por su parte, Trump, recientemente condenado en uno de los procesos penales que enfrenta, debía evitar mostrarse enojado y descontrolado. Para ser una alternativa confiable frente a los electores que aún no están con él, debía mantener la calma y lucir mejor que Biden. Sorprendentemente, lo logró; vimos a un Trump que no cayó en provocaciones ni tuvo exabruptos.
En lo que no fue diferente, fue en el recurso constante a la mentira. Cuando se haga el fact-checking del debate, seguramente se verá que dijo innumerables mentiras. Pero como suele hacerlo, lo hizo con gran seguridad y el mayor de los cinismos. Biden habló con la verdad, pero Trump se desempeñó de manera notablemente mejor. Y eso es lo que muchos electores van a acabar valorando al final de cuentas.