El mayor tesoro

(ENRIQUE SERNA. MILENIO DIARIO)

Pese a las conquistas de la comunidad gay en el campo de los derechos civiles, la homofobia sigue teniendo bastiones muy fuertes, no sólo en la Rusia de Putin o en el Islam, donde la homosexualidad se castiga con cárcel, sino en los núcleos conservadores de las democracias liberales, que intentan revertir a toda costa la creciente aceptación de la diversidad sexual. En esos enclaves de intolerancia es frecuente oír, en boca de señoras mojigatas o de machos recalcitrantes, la sentencia intimidatoria “preferiría tener un hijo muerto que un hijo puto”, dirigida, por lo común, al adolescente joto de la familia, para que no se atreva a salir del clóset. El terror a la anormalidad es difícil de erradicar, pues tiene raíces tribales muy hondas, pero algunas eminencias en psicología familiar esgrimen buenos argumentos para combatirlo, en una tentativa por reeducar a los padres chapados a la antigua. Tras varias décadas de atender a pacientes culposas con hijos homosexuales, desesperadas por saber en qué fallaron, la neuropsiquiatra canadiense Dorothy Ludlow acaba de publicar el artículo “Ventajas de tener un hijo gay” en la prestigiosa revista Parenthood and Wellbeing. Ofrezco algunos extractos aleccionadores:

“Una madre que reprime las tendencias homosexuales de su hijo no sólo puede condenarlo a la infelicidad, sino hacerse daño a sí misma, provocando un distanciamiento que en el futuro quizá pagará muy caro. Seamos realistas, aunque nos duela: tal y como están las cosas en el mundo contemporáneo, cada vez más egoísta y deshumanizado, haber traído al mundo hijos heterosexuales no representa ya ninguna garantía de envejecer rodeadas de nuestros seres queridos, pues infinidad de mujeres con familias numerosas terminan sus días en un asilo. Nadie está a salvo de ese destino, pues si bien los hijos o las hijas que han formado familias propias recurren a la madre con fines utilitarios, encargándole los nietos al para salir de viaje o irse de juerga, cuando la servicial abuela se vuelve una carga, muchos hijos ingratos olvidan por completo sus deberes filiales. Millones de abuelas abandonadas son víctimas de ese maltrato. Surge entonces la pregunta obligada: ¿quién protege más a la madre: el hijo buga o el hijo gay

luis M. morales
luis M. morales

​Si usted cree, como algunas de mis pacientes, que la homosexualidad condenará a sus hijos a una vida promiscua y sórdida, y por lo tanto, lo apartará del seno familiar, le tengo una buena noticia: legiones de homosexuales en todo el mundo desmienten ese falso estereotipo. No fuman, beben con moderación, hacen deporte y entre ellos abundan los hijos modelo. Apegados a la madre por su bendito complejo de Edipo, el cariño que le profesan crece al correr del tiempo. Simbólicamente hablando, nunca rompen del todo el cordón umbilical que los alimentó en la placenta. Su hijo no desea a los varones por depravación o vicio, ningún impulso perverso lo orilló al pecado nefando: eligió esa orientación sexual porque tiene a mamá en un altar y sería incapaz de cambiarla por otra mujer. Siéntase, pues, querida y admirada, pues la homosexualidad de su hijo es un homenaje a usted, la más bella prueba de amor que ha recibido.

Es verdad que hoy en día, legalizado ya el matrimonio gay, algunas parejas de homosexuales adoptan hijos, y eso podría quizá alejarlos de la madre. Las estadísticas indican, sin embargo, que ese peligro no debe inquietarla, pues los matrimonios lésbicos son mucho más proclives a la adopción de niños que las parejas de varones. Su hijo tendrá quizá una larga lista de amantes, pues en el reino de Sodoma la monogamia es todavía minoritaria.  Como el culto al efebo y la búsqueda de variedad erótica volatilizan los amoríos, a partir de los cuarenta años muchos homosexuales sólo tienen aventuras esporádicas con amantes incidentales o chichifos de alquiler. ¿Y a quién suelen acudir en busca de compañía? ¿Cuál es el amor atávico y tierno que necesitan entonces? 

“Adivinó usted, amiga: ilusionados con un tardío retorno a la infancia, son ellos quienes acogen a las madres ancianas, en especial si son viudas, divorciadas o jefas de familias monoparentales. Con ellos jamás le faltará nada, pues como no tienen prole ni esposa, el dinero les rinde mucho más que a un hijo casado y con hijos. De vez en cuando, claro, tendrá usted que hacerse de la vista gorda cuando lleven hombres a la casa, y quizá oiga rechinidos obscenos en el colchón del cuarto vecino, pero créamelo: ningún capricho de la libido se interpondrá entre los dos. Por estas y otras razones, antes de condenar al hijo que hoy en día la escandaliza con su vida disoluta, pregúntese con el corazón en la mano: ¿quiero o no tener una vejez feliz? Adopte una actitud permisiva, ya sea por convicción o en defensa propia, pues no hay mayor tesoro en la vida que un hijo gay”.