BERTRAND BADRE Y PETER BLAIR HENRY. EXCÉLSIOR
PARÍS/STANFORD.– Ajay Banga, recién nombrado presidente del banco central, asume el cargo en un momento de inflexión. Los devastadores efectos de la pandemia de covid-19 han impedido el progreso de los países en desarrollo y empujado a 124 millones de personas a la pobreza. Y la invasión de Rusia a Ucrania, que ha empeorado la inflación y las tensiones entre EU y China, promete generar más volatilidad. En consecuencia, el banco proyecta que las economías emergentes no volverán a los niveles previos a la pandemia en 2024.
Los países de ingresos bajos y medios necesitan que el Banco Mundial impulse de manera activa los esfuerzos globales para reducir la pobreza extrema y mejorar los estándares de vida. Al ayudarles a reducir las cargas de la deuda y combatir el cambio climático, el banco también les podría ayudar a mejorar su calidad del aire y del agua, mejorar su acceso a energías limpias y reforzar su seguridad alimentaria.
Pero hay mucho escepticismo acerca de la capacidad del banco de abordar los desafíos que enfrentan los países en desarrollo. En un discurso reciente, Banga señaló que el Banco Mundial necesita una “nueva hoja de ruta” para interactuar con el mundo en desarrollo. Si bien no hay dudas de que esto es cierto, toda actualización de estrategias debe partir por reconocer una verdad fundamental: es improbable que el banco posea capital suficiente como para financiar las inversiones necesarias para hacer frente a los enormes desafíos que los países pobres tienen por delante. Dada esta situación, debe movilizar sus conocimientos y sus relaciones, así como su capital, para fomentar inversiones que mejoren el crecimiento y el empleo, al tiempo que facilitan la transición verde.
Fomentar la transparencia comienza con reconocer lo evidente. La crisis de la deuda que en la actualidad afecta a las economías emergentes fue exacerbada por la pandemia, pero esos países ya estaban en un camino peligroso desde mucho antes. El gran dilema de la deuda actual es resultado de que tanto los deudores como los acreedores —incluido el banco mismo— han impulsado hasta ahora proyectos cortoplacistas que ni siquiera podían cubrir sus costes. Para evitar futuras crisis de deuda, las instituciones multilaterales deben dejar de financiar proyectos económicamente no sostenibles.
El primer paso hacia un Banco Mundial más eficaz ya fue dado por sus socios en la última Cumbre por un Nuevo Pacto de Financiación, celebrada en París. Puesto que cerca de 1.2 mil millones de habitantes de los países pobres carecen de acceso a electricidad y otros mil millones viven a más de 1 kilómetro de un camino resistente todo el año, invertir en infraestructura permitiría un crecimiento sostenido, ayudaría a reducir la deuda y mitigaría los efectos del cambio climático. Ya que se espera que unos dos mil millones de personas de las economías emergentes y en desarrollo migren del campo a la ciudad de aquí a 2030, resulta crucial construir plantas energéticas, caminos y vías férreas que no perjudiquen el medio ambiente en estos países. Los equipos técnicos del banco, en estrecha colaboración con otros acreedores multilaterales, deben estimar el producto adicional que podría generar cada dólar invertido en tales proyectos. Por ejemplo, un proyecto que contribuya al PIB 30 céntimos por cada dólar de inversión generaría una tasa de retorno del 30 por ciento. Para ser considerado económicamente viable, su coste de deuda tendría que mantenerse por debajo del 30 por ciento. Puesto que el banco evalúa cada vez más las propuestas de proyectos de sus socios según los retornos esperados, es probable que reciba presiones en contra de los proyectos vinculados al clima, cuyos beneficios no se puedan expresar únicamente en términos del PIB. Para este fin, el banco debería adoptar un proceso de evaluación de dos niveles. El primero debiera estar compuesto por proyectos aprobados únicamente por los retornos proyectados, y el segundo debiera incluir proyectos cuyos beneficios ambientales previstos excederían sus costes. Los primeros deberían estar subdivididos entre proyectos con altos retornos que puedan atraer al sector financiero privado y proyectos de menores retornos que precisen de financiación en condiciones favorables.
Como uno de nosotros (Henry) escribió hace poco, el banco cuenta con los recursos financieros y humanos para implementar un enfoque de inversiones guiadas por datos. Pero, para tener éxito, debe producir estimaciones de retornos esperados sobre proyectos potenciales, asegurarse de que ellas se revisen y verifiquen independientemente, y hacer que los gobiernos, los inversionistas y el público en general puedan acceder libremente a esta información. La publicación de estos datos permitiría que los gobiernos identifiquen los proyectos de infraestructura con el mayor potencial de impulso del crecimiento, ayudaría a que los inversionistas privados tomen decisiones financieras informadas y permitiría que los grupos de la sociedad civil exijan a las autoridades que se hagan responsables de las medidas que adopten. Al cultivar una cultura de transparencia acerca de los costes y beneficios de las inversiones del banco, Banga podría acrecentar su credibilidad. Una mayor confianza podría hacer que las partes interesadas consideren aumentar su capital y la interacción con el sector privado y otras instituciones de fomento del desarrollo generaría dinamismo y aumento de escala.
Es cierto que no será fácil cambiar la cultura del Banco Mundial, pero mucha gente de todo el planeta ha estado esperando una iniciativa así y apoyarían a Banga en la transformación de una institución en letargo a una potente fuerza que promueva un futuro justo y sostenible.
*Exdirector gerente del Banco Mundial, es director ejecutivo y fundador de Blue like an Orange Sustainable Capital y autor de Can Finance Save the World? (Berrett-Koehler, 2018).
**Miembro senior de la Hoover Institution y el Instituto Freeman Spogli de Estudios Internacionales, es autor de Turnaround: Third World Lessons for First World Growth (Basic Books, 2013).