(JORGE FERNÁNDEZ MENÉNDEZ. RAZONES. EXCÉLSIOR)
La relación de la diócesis de Chilpancingo con el grupo criminal de Los Ardillos no es nueva. Es tan añeja como la que mantienen distintos grupos de la Iglesia católica con grupos o jefes criminales desde hace décadas. Cómo olvidar, por ejemplo, la relación de los hermanos Arellano Félix con la Iglesia (incluso, uno de los hermanos era o es, no sé qué fue de él, sacerdote), tanto que, hasta después de que asesinaron al cardenal Posadas Ocampo fueron recibidos, en dos ocasiones, en la Nunciatura Apostólica por Girolamo Prigione. Antes, su relación se había fortalecido con el financiamiento que hicieron los Arellano del seminario del Río en Tijuana, lo que les sirvió para que también se falsificara un acta de bautizo para tratar de darles una coartada para justificar que no habían estado en el aeropuerto de Guadalajara cuando, en mayo de 1993, asesinaron al cardenal Posadas.
Pero ésos son tiempos lejanos. Sin embargo, pese a todo lo que ha cambiado en la Iglesia católica, dentro y fuera del país, desde entonces, hay quienes siguen insistiendo en tratar de jugar un papel que no les corresponde, ahora, por ejemplo, como pacificadores con el narcotráfico en la sierra de Guerrero. Me pregunto qué se puede pacificar con grupos que quieren seguir conservando su poder fáctico y sus actividades ilegítimas.
No se trata de pacificar o no, la diócesis de Chilpancingo lo que tiene es una relación especial con el cártel de Los Ardillos y quiere una negociación que les permita a éstos mantener el control que tienen sobre toda una región de la sierra, hoy en disputa con otros grupos, entre ellos La Familia Michoacana y Los Tlacos. Cuando se dice que el problema para pactar es que Los Ardillos no quieren perder las tierras “que les costaron vidas”, se está diciendo que se acepta que esos territorios son suyos y se dejan de lado no sólo las leyes, sino también las vidas que ese grupo criminal ha arrebatado.
No es nuevo. El obispo de Chilpancingo-Chilapa, Salvador Rangel Mendoza, desde hace años ha estado de la mano con los narcotraficantes, oficiando misas para ellos y justificando sus acciones al tiempo que denuncia a las fuerzas de seguridad. Quizá lo hace con buenas intenciones, pero nunca defender a un grupo criminal contra otros, y a ellos vs. las autoridades, ha sido una buena receta para la pacificación de un territorio.
El obispo Rangel decía en 2018, y lo viene repitiendo rigurosamente hasta hoy, que “Guerrero está en manos del narcotráfico. Hay un gobierno oficial, pero yo creo que ordenan las cosas otras personas. Yo incluso me atrevo a decir que esas personas (o sea, los narcos) me hablan de una supermafia arriba y ése es el peligro que corremos… arriba de las cosas locales, usted sabe, hay grupos internacionales”. Puede ser verdad, pero la salida no es reconocer el poder fáctico de los criminales.
El obispo, desde entonces, aceptaba haberse reunido en varias ocasiones con los líderes de los grupos más fuertes del narcotráfico en la entidad, porque ellos, dice, “le piden su intervención para ponerse de acuerdo en cuanto a su forma de trabajar”. Cuando esos acuerdos son quebrantados por alguno de los grupos es cuando, comenta, se genera la violencia.
En 2018, antes de las elecciones, dos sacerdotes de su diócesis fueron asesinados cuando venían de una fiesta con Los Ardillos, donde se exhibieron (hubo fotos), incluso, con las armas de fuego de los narcos. El obispo Rangel aceptó entonces que el padre Germán, uno de los asesinados, sí se tomó la foto con las armas y los delincuentes, pero “esto no quiere decir que el padre estuviera coludido con la delincuencia organizada”. En una entrevista que mantuvo entonces con Pascal Beltrán del Río, le explicó que el padre Germán tenía que oficiar misas donde operaban los criminales y “de tanto ir y venir se hizo amigo de ellos”.
Esa amistad llegó hasta el obispo, que les ha agradecido públicamente sus regalos. Los Ardillos, en su tierra, en Tlanicuilulco, municipio de Quechultenango, le regalaron en diciembre del 2017 un báculo y un pectoral de plata, así como un anillo con piedras preciosas. En reciprocidad, el obispo les ofició una misa.
Las relaciones de Los Ardillos son muchas, en Guerrero y en Morelos, pero su territorio está siendo disputado por la Nueva Familia Michoacana y Los Tlacos, entre otros grupos criminales. Controlan Chilapa, Mochitlán, Quechultenango, Tixtla, Zitlala, Ahuacuotzingo y Acatepec, en Guerrero. Uno de los hermanos Ortega Jiménez, líderes de Los Ardillos, Bernardo, fue candidato por el PRD en el distrito 24, y antes fue presidente municipal de Quechultenango, diputado local y nada menos que presidente de la Comisión de Gobierno del Congreso del estado en una legislatura local.
Originalmente eran parte de los Beltrán Leyva y luego de Los Rojos, pero rompieron con éstos y se acercaron a Guerreros Unidos. Se dedican, además del narcotráfico, al asalto de camiones repartidores de cerveza, pan, refrescos, a las extorsiones y robos. Actualmente controlan buena parte de la producción de amapola en La Montaña, aliados con los sucesores de los Beltrán Leyva. Pero la irrupción del fentanilo los ha debilitado y ha roto parte de su sistema de alianzas.
Por cierto, el papa Francisco tiene un discurso muy duro respecto a los grupos criminales y lo ha puesto de manifiesto en muchas ocasiones, como cuando fueron asesinados dos sacerdotes jesuitas en la sierra tarahumara. ¿De qué habrá hablado con Xóchitl Gálvez y con Claudia Sheinbaum, en los encuentros que mantuvo con cada una de ellas por separado, durante esta semana?