El Rey que nos falta

(LEÓN RUIZ. EXPANSIÓN)

Platón nos legó un diálogo enigmático que hoy suena como profecía. El dios Theuth, orgulloso de sus inventos, acude ante el rey Thamus. Trae números, geometría, astronomía… y un último regalo: la escritura. “Será un remedio para la memoria y la sabiduría”, promete. Thamus lo escucha, pero no se deslumbra. Responde con dureza: la escritura no dará memoria, sino olvido; no traerá sabiduría, sino la apariencia de saber. La llamará phármakon: remedio y veneno al mismo tiempo.

Ese mito debería resonar como advertencia en 2025. Cada día aparecen nuevos Theuth modernos -ingenieros, programadores, visionarios de Silicon Valley- que presentan sus inventos con idéntico mesianismo: relojes que nos vigilan el pulso, aplicaciones que ordenan nuestra vida minuto a minuto, inteligencias artificiales que contestan en segundos. Y como entonces, la pregunta no es si hay que prohibirlos, sino si tendremos la lucidez de Thamus para preguntar: ¿qué curan y qué enferman en nosotros?

El GPS, por ejemplo, nos promete eficiencia. Pero la neurociencia muestra lo que Thamus ya temía: al delegar la orientación, atrofiamos el hipocampo, la región cerebral encargada de la memoria espacial. La mensajería instantánea nos conecta al instante, pero también reproduce la ilusión que inquietaba al rey: confundir la rapidez de acceso con la paciencia de la comprensión. Los algoritmos de recomendación nos regalan un universo infinito de opciones, pero -como el depósito escrito del mito- pueden encerrar al usuario en un círculo estrecho, abundante en datos pero pobre en diversidad real.

Cada ejemplo es una variación del mismo drama: Theuth promete sabiduría, Thamus recuerda que puede ser solo un espejismo.

La enseñanza es incómoda. Thamus no quemó tablillas ni persiguió escribas: su juicio era más sutil. Entendió que toda técnica es ambivalente. El peligro no es usarla, sino rendirse a ella sin preguntar. Eso es lo que nos falta hoy: un rey que no se deslumbre, que no confunda la abundancia de información con sabiduría, la hiperconexión con comunidad, la velocidad con inteligencia.

Pero ese rey ya no puede ser una sola persona. Hoy debería ser una ciudadanía entera, instituciones con criterio, líderes capaces de examinar cada innovación no solo por su brillantez técnica, sino por lo que fortalece o debilita en la vida común.

El verdadero riesgo no es que las máquinas nos dominen, sino que repitamos el error que Thamus temía: renunciar al discernimiento, confundir apariencia de conocimiento con su ejercicio vivo. Platón, paradójicamente, dejó por escrito esta advertencia. El filósofo que desconfiaba de la escritura nos legó la brújula más clara para tratarlo con cualquier tecnología: recordar que todo avance es un phármakon.

El futuro no lo dictará ningún dios ni ningún gurú tecnológico. Lo dictará nuestra capacidad de ser como Thamus: prudentes, críticos, reyes de nuestro propio destino, apunta León Ruiz. (iStock)