(GERARDO ESQUIVEL. OTROS ÁNGULOS. MILENIO DIARIO)
Estamos a cinco semanas de que inicie una nueva administración en México. Desde hace 30 años no teníamos una transición en la que no hubiera un cambio de partido en el poder o que no estuviera manchada por dudas sobre su legitimidad. La candidata triunfadora obtuvo una victoria clara, contundente e inobjetable. La diferencia con respecto a la candidata que obtuvo el segundo lugar fue de más de 19 millones de votos. Después de la pandemia, la economía se ha recuperado razonablemente bien. La pobreza ha disminuido y el desempleo se encuentra en sus niveles históricos más bajos. Cualquiera pensaría que esta transición debería ser la más tersa en décadas y que no debería haber sobresaltos. Sin embargo, a pesar de este contexto aparentemente tan favorable, el inicio de la nueva administración se avizora turbulento. El ambiente político se ha ido crispando paulatinamente y el entorno económico y financiero se ha ido nublando considerablemente.
En general, se puede decir que hay varios frentes abiertos. En lo económico, por ejemplo, la desaceleración ya está aquí. El Producto Interno Bruto (PIB) creció a una tasa anual de solo 1.3 por ciento durante el primer semestre de 2024. El crecimiento de todo el año posiblemente será similar y quizá inferior a este nivel, lo que estaría significativamente por debajo de la estimación oficial de 3 por ciento. Dos regiones del país están ya prácticamente estancadas en materia de creación de empleo: la frontera norte, afectada por la desaceleración del sector manufacturero norteamericano, y el sureste del país, debido a la conclusión de algunas de las obras prioritarias de la presente administración. En estas dos regiones el empleo formal es prácticamente el mismo que se tenía hace un año.
En lo político, el sector privado por primera vez en mucho tiempo se ha manifestado en forma clara y cohesionada en contra de algunas de las propuestas de reforma constitucional. La reforma judicial y la eliminación de los organismos autónomos son los temas más controversiales. Lo mismo sucede en nuestra relación con Estados Unidos, nuestro principal socio comercial. El sector manufacturero estadunidense ha manifestado públicamente su preocupación por estas reformas y el embajador Ken Salazar difundió un comunicado que quizá fue imprudente, pero que es al mismo tiempo muy revelador de la magnitud de las preocupaciones existentes.
En lo financiero, la volatilidad ha sido la constante a partir de la elección. El peso mexicano se ha depreciado en más de 12 por ciento desde entonces. El Índice de Precios de la Bolsa Mexicana de Valores está casi 10 por ciento por debajo de su máximo nivel del año. Las tasas de interés de la deuda mexicana han aumentado debido a que la economía comienza a percibirse como más riesgosa. Algunas corredurías (como fue el caso reciente de Morgan Stanley) ya han comenzado a alertar a sus clientes sobre las consecuencias económicas negativas de algunas de las reformas. Por su parte, algunas calificadoras alistan ya una revisión a su valoración en anticipación de lo que ellos consideran un escenario económico e institucional más deteriorado.
¿En verdad queremos comenzar el sexenio en medio de este ambiente? ¿No hay una alternativa más prudente o sensata? Como diría el clásico, ¿pero qué necesidad?