(ISRAEL SÁNCHEZ. REFORMA)
En un espacio de apenas 64 metros cuadrados, con algunas sofisticadas máquinas y a cargo de solamente tres mujeres, en la UNAM se instauró uno de los laboratorios que mayor impulso podrán dar a la ciencia hecha en México.
Es la nueva Unidad de Edición Genética y Criopreservación (UEGC), inaugurada en el Instituto de Fisiología Celular (IFC) a finales de abril, creada con el propósito de desarrollar los modelos animales transgénicos -principalmente ratones– necesarios para hacer pruebas en investigaciones biomédicas, y que hasta ahora sólo podían adquirirse fuera del País.
“Es una ventaja muy grande poder contar con esto aquí. Muchos de nosotros quisiéramos hacer ciencia con este tipo de modelos, y a veces no podemos porque los donativos que conseguimos no alcanzan”, apunta en entrevista la inmunóloga Paula Licona Limón, responsable científica de la UEGC, primera unidad de este tipo en México, y la tercera en toda Latinoamérica.
“Tenías que ganarte un súper grant (subvención), a lo mejor internacional, y decías: ‘Ahora es cuándo, lo compro, y rezo porque no se muera en la aduana’. O de plano olvidarte y hacer otro tipo de estrategias”, continúa la académica del IFC.
Durante su estancia posdoctoral en un laboratorio al que se refiere como una “fábrica de ratones”, en la Escuela de Medicina de Yale, Licona Limón aprendió la importancia de contar con estos modelos animales para poder escalar las investigaciones de los estudios in vitro a pruebas preclínicas.
De ahí que al regresar a México propusiera montar una unidad como ésta en el IFC, con su propio personal capacitado para tales actividades, y así hacer mucho más accesibles estos ratones por los que se suelen pagar importantes sumas a empresas en Estados Unidos; “un modelo de este tipo, el más complejo, podría estar en alrededor de 1 millón, millón y medio de pesos”, ilustra.
“Te puedo decir que, haciendo números, estamos generando modelos entre tres y cinco veces más baratos que lo que le costaría a un investigador comprarlo”, contrasta la inmunóloga, quien además calcula entre 5 y 6 millones de pesos la inversión que requirió la UEGC.
La cifra es relativamente baja si se compara con el financiamiento dado a algunas figuras, como los 5.8 millones que el entonces Conacyt -Hoy Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación, Secihti- otorgó a John Ackerman el sexenio pasado. (REFORMA, 24/02/2021)
Con 28 cartas de apoyo de diferentes centros de investigación en México, se obtuvo en 2017 un recurso inicial de 2 millones de pesos por parte del Conacyt, y poco a poco se fue reuniendo lo necesario tanto para erigir el espacio que albergaría la UEGC, conectado al Bioterio del IFC, como para comprar el equipo especializado.
A lo largo de 8 años, pasaron cuatro directores por el Instituto, dos titulares en la Coordinación de la Investigación Científica de la UNAM, y hasta una pandemia. Para poder inaugurar el espacio, finalmente, sólo hacía falta validar las técnicas, es decir, demostrar que el personal podía generar un ratón genéticamente modificado; esto no pasó sino hasta finales de 2024.
“El primer ratón transgénico hecho en México con esta tecnología de CRISPR/Cas9 nació en noviembre del año pasado”, destaca Licona Limón con enorme satisfacción.
Ése primer producto, de cuyo genoma se eliminó una secuencia específica que regula la expresión de un gen importante en el desarrollo, fue para el biólogo Félix Recillas Targa; el segundo, editado de tal manera que ninguna célula de su cuerpo tiene un gen que predispone el desarrollo de asma y alergias, lo tiene la propia responsable científica del UEGC.
Dependiendo de los requerimientos de cada investigador, la Unidad podría tener listo un nuevo modelo de ratón en seis meses o un año.
Hoy, a poco más de un mes de su apertura, ya hay lista de espera, e incluso han llegado algunas solicitudes insospechadas.
“Apenas me contactaron del Ejército. Quieren caballos más resistentes (…) No sé cuál es el objetivo, pero si se sabe la biología básica de eso, qué es lo que está haciendo que el caballo sea más rápido y resistente, pues podemos intentar hacer esa edición”, comenta Licona Limón, certera de que no sólo la academia podrá sacar provecho de este nuevo espacio.
‘A la medida’
Los ratones transgénicos en la UEGC se crean a través del revolucionario sistema CRISPR/Cas9, también conocido como “tijeras genéticas”, una herramienta molecular capaz de hacer incisiones precisas en el material genético, que científicos alrededor del mundo ya usan para cambiar con precisión extremadamente alta el ADN de animales, plantas y microorganismos.
“Los usuarios me comentan qué necesidades tienen en cuanto a su modelo, qué cambios en el genoma vamos a realizar; hago las modificaciones en la computadora, e identifico los reactivos necesarios, que son secuencias de DNA o de RNA que van a poder dirigir específicamente el cambio a donde el usuario desea”, explica Guadalupe García Patiño, técnica académica encargada del diseño y validación de las estrategias de edición.
Quien luego lleva esto a la práctica es Ariadna Aparicio Juárez, técnica académica que, por ejemplo, maneja con máxima precisión un microscopio de manipulación -o micromanipulador- para inyectar el complejo CRISPR/Cas9 directamente en el núcleo de un embrión; “después lo transferimos a una madre receptora que lo tiene 21 días, y al nacer se evalúa si el producto es transgénico o no”, describe la bióloga y doctora en ciencias biomédicas.
Antes de todo esto, debe entrar en acción el electroporador, un aparato de tamaño similar a una freidora de aire sin el cual la labor de la UEGC no sería posible.
“Lo que hace es que manda un choque eléctrico, y con eso la membrana de la célula se hace permeable, y entonces entra lo que yo le estoy metiendo; o sea, estoy como haciendo laxa la membrana para permitir que entre el complejo CRISPR/Cas9, y pueda hacer lo que tiene que hacer”, detalla Licona Limón.
Ninguna de las científicas de la Unidad aprendió esto de la noche a la mañana. García Patiño, de 36 años, pasó por la Universidad de Pensilvania y el Departamento de Inmunología de la Escuela de Medicina de Harvard; Aparicio Juárez, de 43, por el Instituto Pasteur de Montevideo, en Uruguay, y el Centro Nacional de Biotecnología, en Madrid, España.
Gracias a esa formación, y bajo la guía de Licona Limón, el UEGC ahora puede proveer a investigadores de distintos ámbitos con ratones editados de tal forma que desarrollen prácticamente cualquier enfermedad humana que se esté estudiando o para la que se estén proponiendo nuevos tratamientos.
“Imagínate que es como ir al sastre y te hacen un traje a la medida”, equipara la responsable de la Unidad, destacando como otra virtud de este nuevo espacio el biobanco en el que se irán preservando criogénicamente muestras de cada modelo solicitado, lo cual también servirá como un respaldo para los usuarios.
¿Y edición en humanos también?
Entre los interesados en aprovechar las capacidades de la UEGC, hay una persona a la que Licona Limón tuvo que dar una negativa.
Se trata de alguien que vía correo electrónico pidió participar “como paciente voluntario en su investigación de edición genética” debido a que padece la enfermedad de Charcot-Marie-Tooth (CMT), un trastorno neuromuscular hereditario.
“Le dije que lo sentía mucho. Desafortunadamente, yo no trabajo con humanos, y no estoy en posibilidades de utilizar ningún tipo de terapia genética en pacientes”, dice la inmunóloga. “Quisiera poderles decir: ‘Sí, ya vengan todos a curarse’, pero no puedo, no es éticamente correcto”.
Si bien la edición genética en humanos como tratamiento ante alguna enfermedad poco a poco empieza a ser una realidad -al grado que hace unas semanas un bebé en Pensilvania fue salvado de una enfermedad genética rara al corregirse con CRISPR el gen defectuoso-, lo cierto es que todavía es muy pronto.
“Suena muy padre e increíble, ya queremos curarnos todos de todo; pero a ver, pausa. Estamos todavía aprendiendo, viendo qué efectos colaterales puede haber”, subraya Licona Limón.
“Por ética, pues no se pueden manipular embriones humanos; tal vez en un futuro, pero todavía falta bastante entendimiento”, coincide Aparicio Juárez, cuestionada sobre si en la UEGC tendrían la capacidad de hacer algo así, lo cual afirma.
No deja de ser un amargo pasaje el caso del genetista chino He Jiankui, quien en noviembre de 2018 afirmó haber utilizado esta misma herramienta CRISPR para suprimir el gen CCR5 en un par de embriones, y así hacerlos resistentes al VIH, sin autorización ni respaldo institucional alguno.
“Fue una tragedia y una verdadera vergüenza; para la comunidad científica, fue algo muy, muy triste. Se sintió que era un poco como hacerlo por demostrar que puedo hacerlo, pero ni siquiera porque hiciera falta”, reprueba la responsable científica de la UEGC.
“Los científicos debemos hacer uso del conocimiento que tenemos de manera responsable; parece de superhéroe, pero es verdad. Si tenemos ese poder, si podemos hacer edición (genética) y generar mutantes humanos transgénicos, hay que saber por qué, justificar muy bien por qué, para qué; o sea, no nada más porque sí”.
