Europa debe tener plan para Trump y otro para Biden

(RANA FOROOHAR. FINANCIAL TIMES)

Los europeos están preocupados, y con razón, por la posibilidad de una segunda presidencia de Donald Trump. Se trata de un hombre que dijo que los rusos deben hacer “lo que se les pegue la gana” en el continente, amenazó con un impuesto de 10 por ciento sobre todos los productos importados (no solo los procedentes de China) y ofendió cualquier cantidad de sensibilidades culturales, pero si bien es inteligente prepararse para su regreso, los europeos también deben tener un plan para saber qué hacer si los demócratas ganan en las elecciones de este año.

Digo demócratas porque el presidente Joe Biden todavía puede apartarse como su candidato debido a preocupaciones sobre su edad. Esto se ha convertido en una conversación muy intensa entre los líderes del partido después del informe del abogado especial Robert Hur en el que exculpa a Biden de cualquier delito en la investigación sobre documentos clasificados, pero que lo retrata como una persona mayor incapaz de recordar fechas clave.

Pero incluso si eso ocurriera, probablemente sería sustituido por alguien que reafirmará las ideas políticas fundamentales de su administración, incluida la reindustrialización, un nuevo enfoque hacia el comercio mundial y un cambio de la economía del derrame a un enfoque enfocado en frenar el poder y la especulación corporativas. Yo apostaría por un populista del Medio Oeste para sustituir a Biden en lugar de un radiante centrista californiano.

Esto plantea un punto clave. Muchos europeos ven la sorprendente falta de popularidad de Biden a pesar de la asombrosa recuperación de Estados Unidos y suponen que el problema es el mensaje político y no el hombre, pero están equivocados. Los estadunidenses no buscan soluciones graduales. Solo necesitan mejores mensajes sobre cómo es un mundo posneoliberal en la vida real.

Es posible que los votantes estadunidenses no sepan (o no les importen) el consenso de Washington, el economista Milton Friedman o el jurista Robert Bork, pero reconocen la codicia y la concentración de poder cuando las ven, o cuando las sienten, como lo hicieron en los últimos dos años de inflación y a explosión de utilidades y márgenes corporativos en muchas áreas.

Los demócratas aumentarán la apuesta en la campaña de 2024 sobre la experiencia que sintieron. En 2018, muchos vencedores demócratas de mitad de mandato transmitieron el mensaje de que los recortes de impuestos corporativos de Trump eran un regalo para los ricos. Si bien la Casa Blanca se tardó en reconocer que las intervenciones fiscales diseñadas para el mediano y largo plazo no fueron un bálsamo para las presiones de precios a corto plazo, también es cierto que muchos votantes consideran a las corporaciones más responsables de las presiones que al gobierno.

Una encuesta reciente encontró un aumento de 15 puntos desde enero de 2022 entre quienes dicen que “las corporaciones se muestran codiciosas”, mientras que 59 por ciento piensa ahora que la especulación del sector privado es una de las principales causas de la inflación, igual a los que dicen que el responsable es el estímulo fiscal.

Sospecho que este sentimiento seguirá aumentando y los demócratas llevarán el mensaje de concentración de poder y especulación empresarial hasta la victoria en noviembre. También creo que les ayudarán los propios objetivos de Trump, como sus comentarios sobre la OTAN, que empujan a los republicanos moderados y a los independientes patrióticos hacia cualquier candidato que no sea Trump. De ser así, los europeos no van a tener que preocuparse por EU como socio de la OTAN, pero tendrán que aceptar su transición hacia una visión del mundo posterior a Bretton Woods en otras áreas de la formulación de políticas.

Hasta ahora, ese cambio no se ha producido fácilmente. Consideremos, por ejemplo, el furor europeo por la idea de que la escuela de política de competencia “New Brandeis” —llamada así en honor al juez de la Suprema Corte que frenó el poder monopólico y ejemplificada por la presidenta de la Comisión Federal de Comercio, Lina Khan— es más agresiva y puntual para la era actual que el enfoque tecnocrático de la Unión Europea.

Luego está la falta de entusiasmo de Europa por el enfoque de EU hacia el cambio climático o su desconcierto ante los desafíos de la representante comercial, Katherine Tai, al enfoque convencional en áreas como los flujos digitales o los estándares ambientales.

Parte de la incomodidad se debe a que estas ideas son nuevas y todavía se están desarrollando, pero si se le pregunta en privado a cualquier directivo de grandes compañías de tecnología o multinacionales, responderá que los responsables de la formulación de políticas estadunidenses representan una amenaza mucho más grande para el poder concentrado que los europeos. Vean la reciente editorial de The Wall Street Journal en la que se critica tanto a Khan como a Tai. Pocas personas de las grandes empresas se lamentan por Bruselas en estos días.

Un presidente demócrata no contemplará aranceles de 10 por ciento, pero es muy posible que presione a Europa para que se una a nuevas acciones y alianzas comerciales en áreas como el transporte y la logística, los minerales críticos o los vehículos eléctricos. Creo que los líderes europeos se verán más presionados para unirse a EU en una estrategia compartida frente al mercantilismo chino, que incluya tanto controles de capital como mayores subsidios para la reindustrialización de sectores estratégicos nacionales.

Es comprensible que la Unión Europea se muestre indecisa al respecto. Se ubica geográficamente entre EU y China, y quiere mantener esa posición, pero creo que los vientos políticos ya empezaron a cambiar. Los grupos automotrices alemanes o los proveedores de lujo franceses pueden esperar tenerlo todo, pero los políticos europeos, incluso en lugares como Berlín, empiezan a darse cuenta de que eso será imposible.

Europa piensa mucho en Trump 2.0 y en un futuro posterior a la OTAN, pero también necesita una respuesta a la posibilidad de Biden 2.0, y a lo que venga después del consenso de Washington.