FRANCISCO BAÉZ RODRÍGUEZ. CRÓNICA
La huelga de guionistas y actores en Hollywood no es un tema menor, aunque nos sintamos tentados a considerarlo así. Se trata de la primera gran definición del siglo XXI ante los efectos de la inteligencia artificial sobre los mercados de trabajo.
Se puede leer la queja de los huelguistas bajo un primer prisma: el del desplazamiento de personal de parte de la tecnología. Programas de inteligencia artificial sustituyen, al menos parcialmente, a los guionistas, e imágenes generadas por computadora sustituyen a actores (algunos llegaron a ceder, años atrás, derechos por su imagen), a dobles de acción y a centenares de extras.
Uno podría pensar que se trata de un nuevo ludismo; la repetición, con otras claves, del movimiento que se dio a principios del siglo XIX entre artesanos y obreros especializados, y que consistía particularmente en destruir las máquinas que los desplazaban (pero en realidad los sustituían por trabajadores menos calificados y peor pagados).
En cierto modo lo es, pero no en el sentido peyorativo que se ha dado al ludismo en tiempos actuales. Aquel movimiento, a falta de organizaciones sindicales -y dado que la maquinización se extendía por todo el Reino Unido- era una forma de presionar a los empleadores, y no veía a las máquinas como un enemigo; se trataba de mejorar la posición negociadora ante los patrones.
Al mismo tiempo, sobre todo entre los gremios artesanales, el ludismo era una forma de protesta contra lo que veían como una descalificación del producto. Las nuevas máquinas normalmente producían mercancía de peor calidad que las que fabricaban los artesanos con las máquinas tradicionales. Ese tipo de producción burda y masiva era visto como una afrenta al oficio.
La historia nos dice que el movimiento ludista estaba condenado desde el principio, y se llevó a cabo una maquinización masiva, que ha pasado por varias fases en los dos últimos siglos. Al mismo tiempo, la historia no deja mentir en cuanto que, en algunos oficios, la producción se mantuvo por dos carriles: el industrial y el artesanal, dirigidos a mercados diferenciados y que la artesanía de alta gama alcanza precios muy altos y es, incluso, base para algunas de las más grandes fortunas del mundo.
El segundo elemento de la huelga de Hollywood está ligado, hasta cierto punto, a este carácter de “artesanía de alta calidad” que se ufanan en producir actores y guionistas. Artesanía en el sentido de arte, de creación. El alegato fuerte, y no sólo de protección de las condiciones laborales, es que el desplazamiento de trabajadores por parte de la inteligencia artificial redundará en una notable baja de calidad del producto. Y al respecto hay que tomar en cuenta dos cosas: que el cine ha sido el arte por excelencia en el último siglo, desplazando a la novela, y que en ese siglo la influencia cultural de Estados Unidos (el llamado “poder suave”) se ha dado principalmente a través de las pantallas.
En otras palabras, se trata de un asunto humano y también de influencia política internacional.
La lógica de los estudios es la de maximización de ganancias en el corto plazo: con unos cuantos jóvenes informáticos ayudados por programas informáticos de calidad, pueden eliminar el trabajo en locaciones con CGI y sustituir a escritores reconocidos y a actores famosos o de reparto, y sacar a menor precio un producto vendible, masivo, que puede llenar salas y pantallas si es bien promocionado. No importa si el resultado es menos fino o hay imprecisiones evidentes. Importa si hay ventas y se abaten costos.
Tampoco les importa si, en el mediano plazo, hay una corrida hacia el cine independiente y extranjero. En el primero hay muchas productoras y mucha competencia, a diferencia del oligopolio del que gozan. El segundo tiene menos capacidad de penetración fuera de sus países… y también acabará tentado por la inteligencia artificial.
Quienes pierden, si las productoras ganan la partida, son el cine y su capacidad expresiva, los espectadores y, de paso, Estados Unidos en una parte fundamental de su exitoso “poder suave”.
Pero sabemos que la introducción de la inteligencia artificial se está dando en muchas ramas de la economía, de la información y la cultura. Y que es capaz ya de afectar la política también, como lo hace en la publicidad. Una tercera ola de revolución tecnológica puede tener muchos aspectos, capaces potencialmente de cambiar la construcción social.
Por una parte, esta introducción masiva de la inteligencia artificial, puede afectar severamente la estructura de los mercados ocupacionales, mejorando la oferta en algunos, pero perjudicándola en los más. Puede afectar empleo y uso del tiempo libre. Puede afectar la distribución del ingreso. Puede poner presión sobre el Estado, que necesitará garantizar ingresos mínimos a la población laboral desplazada, si no quiere que le hagan olas. Puede tener efectos sobre la demanda global y al rato los economistas estarán repitiendo el famoso debate entre David Ricardo y Thomas Malthus sobre el consumo de las clases improductivas. Y más.
Hasta ahora, lo único que ha habido de regulación es un acuerdo entre las grandes empresas de tecnología informática para generar códigos de seguridad que impidan las fugas de información. De seguro habrá necesidad de más acciones, pero por ahora habrá primero que ver cómo termina el pulso entre los sindicatos y los estudios de Hollywood. Es el primero de lo que, preveo, será una larga serie de conflictos sociales con la inteligencia artificial de por medio.