(BLANCA JUÁREZ. EL ECONOMISTA)
Programas que sustituirán la mano de obra; robots que dirigirán a personas humanas. Esto podría pasar, pero los daños que ya está causando la inteligencia artificial son a las personas que trabajan en la estructura detrás de esta tecnología.
La doctora Milagros Micelli va terminando una reunión que no ha sido fácil. Antes de tomar esta entrevista escuchó testimonios de personas trabajadoras de la inteligencia artificial (IA), quienes han sido severamente afectadas por las actividades que realizan en ese sector, un mundo que se cree habitado y gestionado sólo por robots.
“Quedan mal, dañadas. En muchos casos necesitan tomarse una licencia y todo eso es fuera de pago, porque las empresas nunca ponen cuidados psicológicos a su disposición. Muchas quedarán inhabilitadas psicológicamente para continuar este trabajo”, comparte.
“Es el caso de etiquetadores para ChatGPT que trabajaron, digamos, seleccionando materiales que tienen que ver con tortura, con muerte, asesinato, pedofilia y otros abusos”, detalla. Un tormento para quienes tienen que observarlos porque sólo así el programa podrá saber que debe censurar ese contenido.
En la relación IA-trabajo el temor se vierte sobre el reemplazo de personas trabajadoras por máquinas o programas. Ese fenómeno está sucediendo, es cierto, y continuará. Pero hay otro gran problema silenciado e invisibilizado que la doctora Milagros Miceli lleva tiempo documentando: la explotación laboral que conlleva la IA.
Ella es una de las pocas investigadoras que están indagando sobre las condiciones reales de las personas que laboran en industrias basadas en la inteligencia artificial.
“La inteligencia artificial no existe sin trabajo humano. Su avance tan rápido y tan avasallador, como lo ha sido en los últimos años, no se puede dar sin la explotación de seres humanos, de trabajadores y trabajadoras de datos alrededor del mundo”, sostiene.
Amazon, la primera IA explotadora
“El mundo del trabajo es uno de los sectores más afectados por la inteligencia artificial ”, dice en entrevista la socióloga y científica de la computación; miembro del Instituto Weizenbaum para la Sociedad en Red, un proyecto de cinco universidades alemanas y dos instituciones de investigación.
Para explicar lo anterior hace un recuento: los grandes avances en la IA sucedieron a partir de la creación de Amazon.com Inc., “la plataforma que por primera vez pone a disposición una enorme masa de fuerza laboral, de trabajadoras y trabajadores alrededor del mundo, por poco dinero”.
El “desarrollo avasallador y rampante que vemos hoy en día en la inteligencia artificial” se puede datar desde que Jeff Bezos formó esta compañía de comercio electrónico al por menor.
Amazon modificó la forma de comprar y vender de millones de personas, lo cual no es decir menos. ¿Cuántas personas que ahora leen este texto han recibido un paquete a la puerta de su casa? ¿Qué tan habitual es ahora para muchas personas solicitar un artículo en línea? ¿Es la IA la que nos lo lleva o son personas trabajadoras?
“Estamos hablando de industrias y economías estructuradas con el uso de inteligencias artificiales”. Hablamos de la economía de plataforma, subraya. Por ejemplo, la uberización cambió el modo de transportarse de millones de personas, mientras “los taxis tradicionales están sufriendo una caída enorme” y millones de trabajadores, llamados “socios” por esas compañías, reclaman derechos económicos y laborales.
Explotadores del norte, explotados del sur
La IA existe como campo de investigación desde hace unos 70 años, señala la investigadora argentina Milagros Micelli. Para IBM, “la inteligencia artificial aprovecha computadoras y máquinas para imitar las capacidades de resolución de problemas y toma de decisiones de la mente humana”.
Amazon define la IA como “el campo de la ciencia de computación dedicado a la resolución de problemas cognitivos asociados comúnmente a la inteligencia humana, como el aprendizaje, la creación y el reconocimiento de imágenes”.
En realidad, expresa la académica, nadie se preocupa por explicarnos de qué se trata, lo único que le llega “al público en general tiene que ver con la moda, la exageración y el miedo de que un robot nos va a reemplazar o a matar. No quiero decir que no sean posibles como escenarios futuros, esto no siempre será ciencia ficción. Pero hoy no lo es”.
Sin embargo, esos miedos alentados desde diferentes espacios han ocultado problemas que en este momento sí son reales y tangibles, advierte.
“Me refiero a la concentración de poder por medio de la inteligencia artificial que se produce en las empresas, instituciones de investigación o educativas”, y que la mayoría están ubicadas en países del norte global, como Estados Unidos, Inglaterra, naciones de la Unión Europea y Corea del Sur.
La tecnología no es neutral, pues la dirigen personas con un contexto específico y un propósito concreto. Y la IA, como otros desarrollos, ha sido creada en un mundo donde el norte global emplea su poder para explotar y los países del sur global ponen la mano de obra y otros recursos que son explotados, señala la investigadora
Ese poder se está utilizando, una vez más, para explotar a personas en condiciones o contextos vulnerables. “Para la inteligencia artificial hacen falta datos y esos datos no se encuentran debajo de las piedras o se cachan por ahí en el aire. Quienes los producen son personas de carne y hueso, trabajadores y trabajadoras”.
Las grandes mentiras laborales de la IA
En la “plataformización del trabajo” la calidad de las producción la juzga la IA y sus resultados se vuelven inapelables para las personas trabajadoras. Con una jefa o jefe se pueden aclarar cosas, negociar, explicar, pero con un algoritmo no, apunta la investigadora.
Esto nos lleva a las grandes mentiras alrededor de la inteligencia artificial. Una es que, al contrario de la inteligencia humana, los algoritmos son objetivos y no tienen sesgos.
La IA “sólo puede reproducir aquello que se le enseña, lo que aprenda del mundo real y el mundo real está lleno de sesgos. Sobre todo si tenemos en cuenta que las inteligencias artificiales son desarrolladas en el centro de poder de estas empresas”.
Muchas compañías han caído en el juego de utilizar IA para reclutar sin discriminación. Otras, para reemplazar a trabajadores y trabajadores con un programa que no sea subjetivo como una persona.
Otro gran mito tiene que ver con los salarios. “Si yo pago 5 dólares la hora, es nada en Estados Unidos, pero si lo pago en la Argentina o en Filipinas es un montón de plata. La verdad es que no lo es para ninguna persona en ningún país”, señala. Al contrario, es abusar de la necesidad económica de una parte de la población global.
“Yo nunca vi un trabajador o trabajadora de datos que se haya hecho rico o que haya ascendido en la escala social gracias a su empleo de datos. Muchas personas quedan atrapadas en un ciclo de pobreza porque el trabajo de datos está estructurado de tal manera que nunca se les asegura a las personas trabajadoras la continuidad” y la estabilidad laboral.
Generalmente se les piden metas imposibles de alcanzar, por lo que trabajan bajo mucha presión y, “en muchos casos con material que es altamente nocivo y que tienen que recopilar o etiquetar. Por ejemplo, contenido que tiene que ver con pornografía.
Pero si a estas trabajadoras y trabajadores “se les está explotando, es porque lo permiten las diferencias socioeconómicas y geográficas entre sur y norte y global. Las que se están enriqueciendo son las empresas en el norte global”.
De esta manera, apunta, la IA, dirigida como lo está siendo, “se inmiscuye en nuestra vida laboral, nuestra vida privada y pública. Nos afecta a todos, todas y todes”, sin importar si trabajamos en áreas de esta tecnología o no.
Al final, todas las personas estamos siendo trabajadoras sin paga de estos programas, aportándole datos todos los días y varias veces en uno solo, advierte.