Independiente y feroz como una leona

CECILIA KÜHNE. EL ECONOMISTA,-

Tenía un nombre largo. Se llamaba María de la Soledad Leona Camila Vicario Fernández de San Salvador y nació en la ciudad de México cuando todavía se llamaba Nueva España. Nacida un 10 de abril, es diferente a los personajes de la Historia Mexicana que solemos conmemorar, no sólo por su condición femenina sino porque permaneció durante muchos años, en un lugar recóndito del panteón de nuestros héroes nacionales y no fue sino hasta 2020 cuando el año estuvo dedicado oficialmente a ella. Poco se sabía con certeza de su persona y mucho se asumía y se mal hablaba.

Durante mucho tiempo dijeron que nuestra cumpleañera de hoy había sido la autora de una red de espionaje para combatir a la corona española; una niña rica que había empeñado sus joyas para comprarle fusiles a los bandoleros insurgentes y que de ideología no tenía nada porque era la más tonta y romántica de todas las mujeres y había arriesgado la vida, no por la independencia de la patria, sino para seguir los pasos de su amado, el abogado Andrés Quintana Roo. Discernir cuáles habladurías resultaron verdades, por qué se le reconoce como la primera periodista mexicana, fue trabajo de investigadores, historiadores , guionistas y escritores que han presentado diferentes versiones de su vida y rebuscado en todos sus escritos. Sigue siendo un misterio. O tal vez ya no. Lo que sí es seguro es que siempre vale la pena, lector querido, volver a contar su historia.

Hija única del segundo matrimonio de Gaspar Martín Vicario y de María Camila Fernández de San Salvador, aquella niña de nombre larguísimo muy pronto lo acortaría. Se llamaría Leona -porque quería ser libre como una fiera- y por apellido solamente respondería al de Vicario. Su padre, oriundo de la Villa de Ampudia, corregimiento de Palencia en Castilla La Vieja, había venido a la Nueva España “ a hacer la América” y tuvo magnífica suerte. Mucho había pasado desde la quemazón de la casa del dios Huitzilopochtli, el comercio prometía, los negocios avanzaban, la ciudad era una promesa y ni quedaba más que asentarse. Muy pronto se casaría por primera vez con Petra Elías Beltrán que le daría dos hijas -Brígida y María Luisa- pero fallecería muy joven. Sin embargo, cuentan que solía decir, que lo mejor que le ocurrió en la Nueva España había sido: conocer a María Camila, casarse con ella y recibir a Leona, la hija de ambos, en la primavera de 1789.

Rebelde y de convicciones firmes, Leona, gracias a la considerable fortuna de sus padres creció muy bien vestida, educada, con acceso a libros, bibliotecas, periódicos, revistas y manifestando su rechazo a los españoles desde muy temprana edad. Al grado tal que cuando ella iba por la calle y alguno de ellos le cedía el paso, se bajaba de la banqueta y decía que “no quería deber favor alguno a los gachupines” y, en cuanto podía, lanzaba vivas a Miguel Hidalgo desde el balcón de su casa, Más el destino, incontenible y fatal, se impondría como acostumbra y, pasada la epidemia de cólera que azotó la ciudad de México en 1807, la dejaría huérfana de ambos padres a los 18 años. Leona quedaría al cuidado de su tío, el abogado contra insurgente Agustín Pomposo Fernández de San Salvador, mas en su despacho conocería al joven yucateco Andrés Quintana Roo, pasante de derecho, del cual se enamoraría. Ambos compartirían las mismas ideas, trabajarían juntos por la causa, serían perseguidos, acusados de conspiradores y separados solamente por la muerte.

Leona, que estuvo un tiempo cautiva, jamás confesó que se dedicaba a recoger noticias de los movimientos que planeaban los españoles para combatir a los insurgentes y los comunicaba mediante informes en clave publicados en el periódico “El Ilustrador Americano”. Nunca reveló que había tomado los nombres de sus personajes literarios favoritos para aplicarlos a los conspiradores enemigos y referirse a los insurgentes en el campo de batalla. Tampoco habló de los seudónimos de guerra de José María Morelos, Miguel Hidalgo e Ignacio López Rayón y guardó silencio acerca de las noticias que Quintana Roo le enviaba desde los campos de batalla y ella transmitía en sus heraldos secretos.

¿Periodista? Tal vez por la carta que publicó en la prensa respondiendo a las críticas de Lucas Alamán sobre sus verdaderos motivos y que decía lo siguiente:

“Confiese usted que no sólo el amor es el móvil de las acciones de las mujeres: que ellas son capaces de todos los entusiasmos y que los deseos de la libertad de la patria no les son unos sentimientos extraños. En todas las naciones del mundo ha sido apreciado el patriotismo de las mujeres, ¿por qué mis paisanos, han querido ridiculizarlo como si fuera un sentimiento impropio en ellas? ¿Qué tiene de extraño el que una mujer ame a su patria y le preste los servicios que pueda, para que a éstos se les dé por burla el título de heroísmo romancesco? Me persuado de que así serán todas las mujeres, exceptuando a las muy estúpidas y a las que por efecto de su educación hayan contraído un hábito servil. De ambas clases hay también muchísimos hombres.”