(DANIEL CERQUEDA GARCÍA Y MARTÍN ALUJA. NEXOS)
Hace unos días, platicando con mi colega Martín sobre un viaje que hice hace algunos años, recordé una experiencia impactante. Mientras viajaba en motocicleta de Mérida a Tulum, me atrapó la noche por salir tarde. Al caer la oscuridad, el visor de mi casco comenzó a cubrirse de insectos. Necesité levantarlo a ratos para mejorar la visibilidad y evitar un accidente fatal, convirtiendo mi cara en el receptáculo de cientos de maravillosos “bichitos”, algunos de los cuales terminaron entre mis dientes, dejando una honda impresión en mí.
Martín también recordó algo similar que le ocurrió cuando era niño y viajó con su madre desde el otrora Distrito Federal a San Rafael, Veracruz, en 1965. Al anochecer, miles de insectos de todo tipo se congregaron alrededor de una lámpara en el jardín del hotel a las afueras de lo que en aquel entonces era un pequeño pueblo. Maravillado por la escena, se acercó a la lámpara, sólo para salir corriendo asustado cuando su cara y cuerpo quedaron totalmente cubiertos por tantos insectos.
Reflexionamos juntos sobre cómo estas experiencias, aunque en diferentes tiempos y lugares, claramente no nos hubiera pasado dentro de la CDMX, ya que es común observar muchos motociclistas sin ningún tipo de casco circular campantemente a altas horas de la noche, y tristemente las miles de lámparas en la CDMX ya casi no atraen insectos porque sus poblaciones han sido diezmadas. ¿Pero por qué pasa (o pasaba) esto en la carretera y no en la ciudad?
La urbanización y su impacto en los ecosistemas
Los tramos de carretera a Tulum atraviesan parches de selva que aún albergan una gran diversidad de especies, contrariamente a las ciudades altamente urbanizadas y ambientalmente muy degradadas. En las áreas más rurales y selváticas, los hábitats naturales se mantienen relativamente intactos, proporcionando refugio a innumerables especies de insectos. Estos ecosistemas son ricos en biodiversidad, con una variedad de microhábitats que albergan distintas etapas de vida de los insectos.
En contraste, las ciudades representan entornos artificiales. La urbanización implica la construcción de infraestructuras, carreteras y edificios, lo que resulta en la destrucción y fragmentación de hábitats naturales, tanto acuáticos como terrestres. Las áreas verdes urbanas, aunque valiosas, son insuficientes para sostener la misma biodiversidad que una selva intacta. Los insectos, que requieren condiciones específicas de humedad, temperatura y alimento (por ejemplo, cuerpos de agua limpios, flores, follaje, frutos), encuentran difícil sobrevivir en estos entornos alterados. Esto se suma a la iluminación artificial en las urbes, con millones de lámparas (es el caso de la CDMX y la enorme zona metropolitana que rodea esta enorme ciudad) que atraen insectos nocturnos que, o mueren directamente, o gastan tanta energía al volar sin parar alrededor de los focos que mueren por debilidad o desgaste metabólico. También por los insecticidas usados de manera irracional por muchas empresas y ciudadanos para matar a los insectos que “les molestan” ignorando el grave daño ambiental que provocan.1
El declive de los insectos
El fenómeno de la extinción masiva de insectos ha sido motivo de creciente preocupación entre la comunidad científica. Diversos estudios han documentado un descenso alarmante en las poblaciones de insectos a nivel mundial, lo que podría tener consecuencias devastadoras para los ecosistemas y la agricultura. Estos autores mencionan que en el mundo se han perdido entre 5-10 % de especies de insectos en los últimos 150 años, es decir hasta 150 000 especies (se calcula que en el planeta tierra hay actualmente aproximadamente 1.5 millones de especies de insectos). Pero en algunos grupos de insectos en sitios determinados, ya se ha perdido hasta el 75 % de la población original. ¡Alarmante! Y aún más alarmante es el hecho de que entre los insectos que se están extinguiendo masivamente, se encuentran las abejas de las que dependemos para polinizar nuestros cultivos y árboles frutales.2
Entre las causas principales de este declive se encuentra la pérdida de hábitat por la expansión de la frontera agrícola (y el relacionado uso de agrotóxicos) y la urbanización. La urbanización, la agricultura intensiva, y la deforestación han reducido drásticamente los hábitats de los insectos, privándolos de los entornos necesarios para su supervivencia. El cambio climático también juega un papel significativo. Las alteraciones en las temperaturas y los patrones de precipitación afectan la vida y ciclos de vida de los insectos, desestabilizando o diezmando sus poblaciones.
El uso de pesticidas, como los neonicotinoides, ha demostrado ser altamente tóxico para muchas especies de insectos. Estos químicos, diseñados para proteger los cultivos, terminan afectando negativamente a una amplia gama de insectos, incluyendo aquellos que son beneficiosos para la agricultura como los polinizadores o enemigos naturales. Y como ya mencionamos antes, la contaminación lumínica es otro factor crítico, ya que la luz artificial durante la noche también puede desorientar a los insectos nocturnos, afectando su comportamiento y reproducción.
Además, la introducción de especies invasoras que compiten con los insectos nativos por recursos y hábitat, exacerba su declive. La contaminación ambiental, tanto del aire como del suelo y el agua, también tiene efectos adversos sobre la salud de los insectos, contribuyendo a su alarmante disminución.
Las consecuencias de este declive son profundas y variadas. La disminución de los polinizadores, como las abejas y las mariposas, podría afectar gravemente la producción de alimentos y la biodiversidad, ya que muchas plantas dependen de estos insectos para su reproducción. La desaparición de los insectos también provoca un desbalance ecológico, ya que son una parte esencial de las redes tróficas. Su ausencia puede impactar a otras especies que dependen de ellos como fuente de alimento, incluyendo a muchas especies de pájaros.
La degradación del suelo es otra consecuencia significativa. Los insectos contribuyen a la descomposición de materia orgánica, proceso crucial para la fertilidad del suelo. Sin ellos, la calidad del suelo podría deteriorarse, afectando negativamente la agricultura y la salud de los ecosistemas. Además, el impacto económico es considerable. La agricultura y otras industrias dependen de los servicios ecosistémicos proporcionados por los insectos. Su pérdida puede tener consecuencias económicas serias, afectando tanto la producción de alimentos como otros aspectos de la economía.
En resumen, el declive de los insectos es un problema multifacético con raíces profundas en nuestras actividades humanas. Es esencial comprender y abordar estas causas para mitigar sus efectos y proteger la biodiversidad y los servicios ecosistémicos vitales que los insectos nos proporcionan.
Plagas antropogénicas
La actividad humana no sólo ha reducido las poblaciones de insectos beneficiosos, sino que también ha favorecido la proliferación de ciertas plagas. Las cucarachas y la Mosca mexicana de la fruta son ejemplos notorios de cómo las prácticas humanas pueden alterar el equilibrio natural. Las cucarachas han prosperado en entornos urbanos, aprovechando la abundancia de alimentos y refugios proporcionados por las ciudades. Su capacidad de adaptación y resistencia a muchos métodos de control las ha convertido en un problema persistente. En los huertos de muchos frutales (mango, toronja, granada), la Mosca mexicana de la fruta encuentra condiciones ideales para reproducirse y prosperar. Estos monocultivos no sólo ofrecen un suministro constante de alimento, sino que también carecen de los depredadores naturales que mantendrían a raya a estas poblaciones en un ecosistema no perturbado.
La conservación de los ecosistemas es crucial para mantener la diversidad de insectos y, por ende, la salud de nuestro planeta. Preservar los hábitats naturales no sólo protege a los insectos, sino que también asegura que los servicios ecosistémicos que proporcionan continúen beneficiándonos. La conservación de la biodiversidad puede tener beneficios directos para los humanos. Por ejemplo, la creación de corredores ecológicos, promover prácticas agrícolas sostenibles, y reducir el uso de agrotóxicos mediante el uso de métodos biorracionales, mejorarían la salud ambiental y, en consecuencia, a la humana.
La próxima vez que te encuentres viajando de noche por una carretera que atraviesa la selva, piensa en los innumerables y muy valiosos insectos que conforman ese ecosistema. Su conservación es vital no sólo para la biodiversidad, sino también para nuestro bienestar. Además, quizá haciendo un enorme esfuerzo podamos recuperar la diversidad de insectos en las zonas urbanas. Aunque suene increíble, esto podría traer el beneficio de que los motociclistas se vean obligados a utilizar casco para evitar ser constantemente impactados por todo tipo de insectos, salvando sus ojos y hasta vidas.
En resumen, la extinción masiva de insectos es un problema muy serio que requiere de nuestra atención y acción inmediata. Sólo a través de la conservación y la gestión sostenible de nuestros recursos naturales podremos asegurar un futuro próspero y saludable.
Daniel Cerqueda García agradece al Conahcyt por la beca otorgada a través de la convocatoria de Estancias Posdoctorales por México 2022
Martín Aluja agradece al Instituto de Ecología, A.C. – INECOL por las facilidades para redactar este artículo.
1 Gossner, M. M., Menzel, F., y Simons, N. K., “Less overall, but more of the same: drivers of insect population trends lead to community homogenization”, Biology Letters, 19 (3), 2023, 20230007.
2 Dirzo, R., Young, H. S., Galetti, M., Ceballos, G., Isaac, N. J., y Collen, B., “Defaunation in the Anthropocene”, Science, 345(6195), 2014, pp. 401-406; Janicki, J. Dickie, G., Scarr, S. y Chowdhur, J., “The collapse of insects”, Reuters, 2022; Stork, N.E., “How many species of insects and other terrestrial arthropods are there on earth?”, Annual Review of Entomology, 63, 2018, pp. 31-45; Sánchez-Bayo, F. y Wyckhuys, A.G., “Worldwide decline of the entomofauna: A review of its drivers”, Biological Conservation,232, 2019, pp. 8-27.
Ilustración: Oldemar González