La economía global necesita un mayor realismo

AGUSTÍN CARSTENS. EL ECONOMISTA

La economía global se encuentra en un momento crítico que podría influir negativamente en la prosperidad en los años venideros. Por primera vez en décadas nos enfrentamos a la combinación de una alta inflación con inestabilidad financiera. Para evitar que estos problemas echen raíces es hora de determinar, desde una perspectiva realista, lo que los arreglos de política actuales pueden y no pueden lograr.

La inflación global ha descendido lentamente desde sus niveles máximos a medida que las cadenas de suministro se han normalizado, los precios de las materias primas han bajado y los bancos centrales se han embarcado en el endurecimiento más estricto y sincronizado de la política monetaria en años. Como señalamos en nuestro más reciente Informe Económico Anual del BPI, la historia ha demostrado que la inflación tarda típicamente un año para volver a su nivel anterior después de dispararse, incluso durante episodios menos agudos que el que siguió a la pandemia.

En contraste con este trasfondo, existe una naciente sensación de esperanza en algunos sectores de que la economía global tendrá un aterrizaje suave, o al menos no demasiado duro. Pero tenemos que estar listos para hacer frente a los riesgos significativos que ensombrecen las perspectivas.

Un riesgo es que la inflación podría persistir y nuevas presiones de precios podrían surgir. En muchos países, el poder de compra de los hogares ha disminuido pues los salarios no han aumentado a la par de la inflación. Con mercados de trabajo ajustados, los trabajadores podrían intentar restablecer el balance. A las empresas les ha resultado más fácil subir los precios y probablemente transferir costos más altos a los consumidores, creando así un círculo vicioso. Una vez que esta tendencia se pone en marcha, es difícil detenerla.

Entre tanto, los riesgos para la estabilidad financiera se ciernen. La deuda y los precios de los activos superan a aquellos de periodos anteriores con alzas de tasas de interés. Hasta ahora, todavía existen amortiguadores de la época prepandémica en forma de ahorros y préstamos con tasas fijas a mediano plazo. Pero estos amortiguadores se están agotando. A medida que se extingan, el crecimiento podría ralentizarse más de lo que se espera actualmente.

Las tensiones financieras resultantes se manifestarán probablemente como incumplimientos crediticios. Los bancos débiles corren el riesgo de perder su base. Históricamente, el estrés bancario va acompañado de tasas de interés más altas. Un nivel de deuda alto, precios elevados de los activos y una alta inflación aumentan los riesgos. El episodio actual incluye todo lo anterior. Si bien los bancos están más sólidos que antes, quedan todavía espacios de vulnerabilidad, sobre todo cuando las reglas para fortalecer los bancos no se aplicaron a los más pequeños en varios países. La experiencia reciente ha demostrado que incluso las instituciones relativamente pequeñas pueden desencadenar colapsos sistémicos.

Las instituciones financieras no bancarias también enfrentarán desafíos. Este tipo de empresa ha crecido velozmente desde la Gran Crisis Financiera. Están llenas de apalancamiento oculto y descalces de liquidez. Los modelos de negocio que funcionaron en la era de tasas de interés bajas por mucho tiempo afrontarán duras pruebas en la era de tasas altas por más tiempo.

La inestabilidad en las finanzas públicas ensombrece aún más el panorama. La inestabilidad financiera, si es suficientemente aguda, obliga a los gobiernos a intervenir para apoyar a los mercados. Y produce un choque negativo al crecimiento que debilita los ingresos fiscales. Esto haría aumentar los ya de por sí altos niveles de deuda pública. A su vez, cualquier duda sobre la capacidad del gobierno de pagar sus deudas incrementa la inestabilidad financiera.

¿Cómo deberían responder los países ante estos desafíos? La tarea de los bancos centrales está clara: deben restablecer la estabilidad de los precios. Un cambio a una alta inflación permanente tendría costos enormes, especialmente para los más vulnerables.

Para dar mayor margen a los bancos centrales para combatir la inflación deben tomarse medidas adicionales para garantizar la seguridad y estabilidad de las instituciones y el sistema financiero. Cuando existan vacíos, es posible que se necesiten nuevas regulaciones. Los bancos centrales y los gobiernos deberán trabajar juntos y mantener políticas macroprudenciales rigurosas, ya que esto puede limitar las tensiones que tasas más altas suponen para los bancos. Una supervisión bancaria más severa podría remediar algunas de las fallas que salieron a la luz en las recientes quiebras de bancos. Exhortamos a los gobiernos a aplicar Basilea III plenamente sin más retrasos.

Por su lado, la política fiscal tiene que consolidarse. Esto ayudaría también en la lucha contra la inflación y reforzaría la resiliencia financiera. También proporcionaría reservas sumamente necesarias que podrían utilizarse contra recesiones futuras.

Los tomadores de decisiones deben adoptar una visión a más largo plazo. Las políticas monetaria y fiscal han soportado una parte excesiva de la carga de apoyar el crecimiento económico de corto plazo. A consecuencia de ello, han puesto seriamente a prueba los límites de lo que llamamos la zona de estabilidad –la combinación de las políticas monetaria y fiscal que promueve una estabilidad económica y financiera duradera y relaja las inevitables tensiones entre ambas. La historia ha demostrado que sobrepasar estos límites puede desencadenar una alta inflación, desplomes económicos y crisis bancarias, monetarias y soberanas.

Los responsables de política deben tener una visión realista de lo que pueden lograr. La alta inflación y la inestabilidad financiera no surgieron por accidente. Son el resultado de una larga trayectoria que refleja en gran medida una visión excesivamente ambiciosa de la capacidad de la política monetaria de alcanzar metas de inflación muy precisas, y una creencia más general de que la política macroeconómica puede apoyar el crecimiento indefinidamente sin avivar la inflación.

La mentalidad tiene que cambiar. Tiene que reconocer las limitaciones de las medidas de emergencia repetidas que estimulan la producción en tiempos de recesión pero que no logran reconstruir las reservas cuando el crecimiento resurge. Para impulsar la prosperidad económica a largo plazo, los gobiernos necesitan estimular las reformas estructurales que han desatendido durante mucho tiempo.

Sin un mayor realismo, nos arriesgamos a perder la confianza que la sociedad necesita tener en el manejo de las políticas económicas. Sólo la estabilidad financiera y de precios puede garantizar una prosperidad económica más amplia en el largo plazo.

*El autor es Director General del Banco de Pagos Internacionales.