EDUARDO ROSALES. EXCÉLSIOR
La red ha creado otro mundo paralelo al real, acompañado de un gran valor económico. Por ejemplo, Facebook es una empresa cuyo tamaño económico en 2023 asciende a 320 mil millones de dólares, con una plantilla de 50 mil trabajadores y 2.91 mil millones de usuarios, es decir 22 veces la población de México y 25.1% de su Producto Interno Bruto (PIB). Esto es tan sólo de una empresa, el lector podrá imaginarse la dimensión de este mundo digital una vez considerando otras empresas como Google y Amazon, cuyo alcance se ha vuelto casi global.
El Internet y la digitalización son conceptos de invención reciente que siguen generando debates en todos los frentes. No es sorpresa, el mundo digital se ha expandido y hoy en día 5.2 mil millones de personas utilizan el Internet como medio para socializar, comerciar, trabajar entre otros usos. Esta expansión digital ha tenido impactos reales: han nacido empresas que encabezan los enlistados de las empresas más grandes del mundo, se han creado multitud de servicios y empleos al igual que nuevos espacios de interacción.
A esta expansión difícilmente se le dará marcha atrás, pero sus vías de crecimiento siguen definiéndose y queda en nosotros asegurar que se desarrolle preservando la dignidad y seguridad de las personas mientras se expande para incluir a aquellas poblaciones excluidas. Mientras que en Estados Unidos, México y China un 92, 76 y 73% de la población, respectivamente, utiliza Internet, solamente 35% de la población en los países en vías de desarrollo tiene acceso a este recurso. Esto abre el debate de cómo el Internet genera información, valor económico y espacios de interacción a ciertos estratos de la sociedad, obligando a repensar sobre cómo el Internet puede reducir brechas, pero también crearlas.
A todo esto, se debe ver no sólo el valor económico que surge tras el Internet, sino que debe cuestionarse el valor e implicaciones de los datos que se generan por parte de los miles de millones de personas que hacen uso de este. Los datos que se pueden recabar de estos sitios son codiciados por gobiernos y empresas al ser la llave para descifrar comportamientos grupales e individuales, donde en el mejor de los casos puede servir para generar productos de alto valor hechos a la medida de los usuarios, lo que podría significar algo positivo para las personas.
No obstante, estos datos también pueden usarse para mal, existe una frontera delgada a partir de la cuál las empresas y gobiernos pueden terminar invadiendo la privacidad del usuario. Cercano al 2010, se reveló que la empresa Cambridge Analítica recolectó datos de millones de usuarios de Facebook para generar información que ayudara a las campañas del entonces candidato a la presidencia Donald Trump y Ted Cruz. Esto resultó en una multa de 500 mil millones de dólares contra Facebook por parte de la Comisión Federal de Comercio de Estados Unidos e incitó la discusión sobre dónde deberíamos marcar una línea y cómo deberíamos proteger esta privacidad.
No es necesario irnos tan lejos, en suelo mexicano se han franqueado estas barreras también. Desde 2011 salió a luz que el gobierno mexicano ha gastado más de 60 millones de dólares en la plataforma Pegasus con el fin de espiar a periodistas, delincuentes y otro sinnúmero de gremios, permitiendo obtener información en tiempo real de las personas, a través del Internet. Por lo tanto, se debe discutir sobre el uso de la información y la necesidad de generar políticas de protección de datos adecuadas.
Estas grandes cantidades de información generadas y procesadas no son algo estrictamente malo. No se puede negar que el Internet ha traído grandes beneficios, pero debemos concientizarnos del valor, el uso de la información que generamos y sus consecuencias.
Por mencionar una: en estos tiempos de agravios climáticos, el Internet y los sistemas de soporte producen más de 900 millones de toneladas de CO2 cada año, donde sólo el Internet puede llegar a abarcar un 3.7% de las emisiones globales; las bandejas repletas de correos no eliminados, perfiles de usuario y otras formas de huella digital generan información que en caso de dejarse ahí se quedan demandando grandes cantidades de energía para mantener funcionando los servidores que las almacenan.
Esta huella digital, cuyo tamaño excesivo trastoca terrenos dignos de ser nombrados basura digital, es inconmensurable y para las generaciones que nacieron con el Internet su huella digital tiene casi la misma antigüedad que su huella dactilar, de tal manera que del Internet se podría extraer información que detalle con gran precisión sobre los comportamientos e intereses del usuario.
Si bien es cierto que con tales cantidades de información se pueden crear servicios y bienes de provecho para la sociedad e incluso avanzar en frentes académicos y empresariales, también se deben idear mecanismos para ir limpiando al Internet de esta huella, en el paso se podría reducir la emisión de millones de toneladas de CO2, proteger la dignidad de sus usuarios y liberar recursos para otros usos de gran provecho.
Por Rodrigo Chávez de la Vega, analista de llamadinero.com