(MANUEL V. GÓMEZ Y ELENA G. SEVILLANO. EL PAÍS)
Bruselas / Berlín – De locomotora de la economía europea a ser casi el vagón de cola. Alemania lleva estancada –o más bien en retroceso- prácticamente dos años. Se ha visto atrapada entre varios cambios y crisis estructurales que le han cogido con el pie cambiado, como la necesidad obligada de prescindir del gas ruso o la menor demanda china de productos made in Germany. Ambas cosas pesan a su importante sector industrial. A ello se añade una falta endémica de inversión pública que se ve, por ejemplo, en los datos y previsiones que maneja la Comisión Europea, en los que el gigante europeo si sitúa en más medio punto de PIB por detrás de la media comunitaria en 2023, 2024 y 2025.
Que Alemania esté débil no es una buena noticia para el resto de los países de la Unión Europea y la zona euro, por mucho que haya gobernantes que cuando salen los datos económicos de Eurostat, la oficina europea de estadísticas, presuman. “Somos mejores que todos los grandes países de la UE y vencimos a los alemanes”, escribió en la red social X el primer ministro polaco, Donald Tusk. Su país, desde luego, logró un número espectacular. El PIB de Polonia creció un 1,5% en el segundo trimestre de este año. También Países Bajos tuvo un muy buen dato, aumentó un 1%. España es el otro país con una economía grande, con un tirón significativo entre abril y junio, un 0,8%.
“El estancamiento alemán arrastra a toda la eurozona. Esto se ve de manera muy prominente en lugares como la República Checa, que están tan ligados a las cadenas de suministro alemanas”, explica Sander Tordoir, economista jefe del instituto de análisis Centro para la Reforma Europea (CER, por sus siglas en inglés), especializado en el papel de Alemania en la UE. “Como norma general, si se analiza la literatura [económica], un punto porcentual de estímulo fiscal en Alemania (como porcentaje del PIB) debería añadir alrededor del 0,1% a los países circundantes, desde Polonia hasta los Países Bajos y Francia. Por el contrario, el estancamiento permanente y la austeridad en piloto automático en Alemania arrastran el crecimiento a todos los demás países”.
La economía de la potencia industrial se contrajo en el segundo trimestre, para sorpresa de la mayoría de expertos y de los institutos económicos, que contaban con un estancamiento o con un ligero crecimiento. La debilidad alemana se cronifica. Lleva desde la primavera de 2022 oscilando ligeramente por encima y por debajo del cero y no se espera una gran mejoría en el tercer trimestre de este año, asegura Klaus Wohlrabe, director de encuestas del instituto económico Ifo. “La economía alemana está atrapada en la crisis”, sentencia.
A eso contribuye la falta de inversión, viene a decir Tordoir: “La economía alemana tiene potencial para crear nuevas empresas y mercados, pero ese proceso se ve frenado por unas infraestructuras deterioradas, lagunas en la digitalización, demasiada burocracia y unos mercados de capitales lentos. Esto frena el dinamismo y la rotación de las empresas. Un ejemplo: De las 40 empresas de primera fila que cotizan en el índice DAX de Alemania, 23 tienen sus orígenes en el siglo XIX o antes, y solo dos se fundaron en este siglo. Ese es el daño duradero de la absoluta falta de inversión pública o de reformas en los últimos 15 años”. Este investigador calcula, por ejemplo, que la red ferroviaria necesita una inyección de inversión de 45.000 millones de euros hasta 2027 y lamenta que “el gasto neto en educación superior creció menos de un 1% en términos ajustados a la inflación entre 2010 y 2018, frente al 6% de los Países Bajos, el 15% de EE.UU. y el asombroso 116% de Estonia”.
La falta de inversión está frenando a la economía, constata Wohlrabe, que culpa de ello a la incertidumbre de la política económica. “Sabemos por nuestras encuestas que más del 40% de las empresas informan de la falta de pedidos”. Mientras tanto, el consumo privado no remonta pese a la mejora de los salarios. “Los consumidores son algo reticentes a la hora de gastar. Hay cierta cautela con respecto a la tasa de inflación, que aumentó ligeramente. Los consumidores alemanes son muy sensibles a la inflación”, recuerda, en entrevista con EL PAÍS.
Alemania tiene también un problema de competitividad, destaca Jens Boysen-Hogrefe, profesor de la Universidad de Kiel, “que no ha mejorado en los últimos años”. La ventaja competitiva de China inquieta especialmente en Alemania. “Las estrategias agresivas del sector manufacturero chino están afectando más a Alemania que a otros países, porque el país asiático se está centrando en las industrias automovilísticas y en maquinaria y equipos, que son precisamente los sectores en los que Alemania estaba fuerte”, señala.
La debilidad de las exportaciones y el envejecimiento de la población son para Boysen-Hogrefe las principales explicaciones de la situación económica alemana. “Los políticos deberían hacer lo necesario para aumentar la inversión pública porque si la competitividad alemana está débil es en buena medida por la falta de infraestructuras adecuadas”, apunta.
Mientras tanto crecen las voces que culpan al freno de la deuda, el límite al endeudamiento recogido en la Constitución alemana, de la situación de la economía. Los expertos del Instituto de Macroeconomía (IMK) de la fundación Hans Böckler, vinculada a los sindicatos, el límite está dificultando inversiones decisivas en transición energética e infraestructuras.
Como ha estado suspendido desde 2020, el freno de la deuda no contribuido al deterioro de la situación económica, pero “es cierto que podría hacerlo en el futuro”, apunta el experto de Kiel. “Es un debate endiablado en Alemania, con políticos que quizá no quieren explorar las opciones de inversión pública que permite el freno de la deuda y prefieren mantener el argumento de que entorpece la inversión pública y así eliminarlo por completo. Dicho esto, creo que sí, es muy probable que en el futuro sea un lastre para la inversión pública”, explica en conversación telefónica.
El canciller alemán, Olaf Scholz, durante su visita a una fábrica en una región alemana.Carmen Jaspersen (REUTERS)