(CARLOS TELLO DÍAZ. CARTA DE VIAJE. MILENIO DIARIO)
El presidente Joe Biden sabe que el estallido de la inmigración a su país le puede costar la reelección en Estados Unidos. Anunció hace unos días su intención de cerrar la frontera con México. Nunca antes como en 2023 habían sido detenidos tantos inmigrantes en esa frontera. El problema es percibido como una amenaza por muchos estadunidenses. El gobierno de Texas, por ejemplo, gasta miles de millones de dólares en barreras para frenar la inmigración de México. Colocó hace poco una muralla sobre el agua, a lo largo del río Bravo. Una corte aceptó esa muralla, a pesar de la protesta del Departamento de Justicia. El asunto llegó hasta la Suprema Corte, que por un margen estrecho le dio la razón al Departamento de Justicia. Washington sabe que, si no actúa, puede perder el control de su frontera con México, ante gobiernos como el de Texas.
Jacumba es una comunidad situada en el condado de San Diego, al sur del estado de California, pegada a la frontera con México, a 20 kilómetros del pueblo La Rumorosa, en Baja California. En el censo de 2000, su población tenía apenas 660 personas. En 2023 surgió ahí un campamento para refugiados. Algunos duermen en tiendas de campaña, otros sobre la arena del desierto. Llegan no sólo de Centroamérica; también de China, India y Turquía. The Economist les dedicó un reportaje, ilustrado con fotos y gráficas, que habla con elocuencia de la complejidad de esa frontera. La diversidad del campamento refleja los cambios que han ocurrido. En 2023, los mexicanos, salvadoreños, hondureños y guatemaltecos dejaron de ser por primera vez más de la mitad de los inmigrantes que son detenidos. Ahora, más de la mitad llega de otros países. “Los venezolanos son la parte más importante de este grupo. Pero el año pasado, 43 mil rusos, 42 mil indios y 24 mil chinos también cruzaron la frontera —tras haber sido 4 mil 100, 2 mil 600 y 450, respectivamente, en 2021”. Algunos entran a Estados Unidos por el sur de Canadá, pero la mayoría entra por el norte de México.
Son distintas las rutas que toma la diáspora que converge en la frontera de México con Estados Unidos. Los chinos, en su mayoría, vuelan a Ecuador, donde no requieren visa, para después emprender el largo y peligroso camino a través de las selvas del Darién. Los cubanos, que han estado saliendo masivamente de su país, vuelan a Nicaragua, para seguir de ahí a pie, con la esperanza de recibir un trato más generoso en la frontera con Estados Unidos. Los turcos suelen volar a Tijuana, en México, para caminar después hasta California. Los indios, en fin, con frecuencia aterrizan en El Salvador, para unir ahí sus destinos al resto de los inmigrantes que caminan hacia el Norte. Cada nacionalidad tiene predilección por una parte de la frontera: los indios suelen cruzar por Tucson, Arizona, mientras que los rusos y los chinos pasan normalmente por San Diego, California.
¿Qué explica este estallido de la inmigración hacia Estados Unidos? Varias razones, entre ellas una con la que concluye su reportaje The Economist: “El poder persistente de la idea de ese país como tierra de la oportunidad. Para muchos inmigrantes en Jacumba no existe ningún otro lugar por el que estén dispuestos a arriesgarlo todo —su dinero, su seguridad— para poder llegar”.