La guerra anunciada

CARLOS TELLO DÍAZ. CARTA DE VIAJE. MILENIO DIARIO

Sabemos cómo comenzó la guerra en Ucrania, aunque no sabemos cómo terminará. La guerra no estalló con un ataque no provocado de Rusia en febrero de 2022, como insiste el gobierno de Biden y como le hace eco la prensa de Occidente. La guerra fue sobre todo provocada por Washington en formas que diversos diplomáticos americanos anticiparon desde hace más de treinta años. Así lo señalaron expertos como John Mearsheimer y Jeffrey Sachs, que, por insistir, han sido silenciados, es decir, han dejado de ser publicados en los diarios que los publicaban (The Financial Times, The Economist, The New York Times…).

La provocación de Estados Unidos fue doble. Por un lado, su intención de expandir la OTAN hasta el corazón de lo que fuera la Unión Soviética: Ucrania y Georgia. Por otro lado, su apoyo al derrocamiento del presidente pro-ruso Viktor Yanukovich en febrero de 2014, con el fin de promover en Kiev a un régimen contrario a Rusia. La guerra a balazos en el Donbas, donde ocurre hoy, estalló entonces, en 2014, con la llegada de un gobierno que prohibió el ruso como idioma oficial en Ucrania.

Los archivos demuestran que Estados Unidos prometió al presidente Gorbachov que la OTAN no se movería ni una pulgada hacia el este, tras el fin de la alianza militar del Pacto de Varsovia. Pero la expansión empezó pronto. George Kennan, estadista y diplomático, la criticó como “un error fatal que inflamará las tendencias militaristas, nacionalistas y anti-occidentales de la opinión rusa”. William Perry, secretario de Defensa de Clinton, pensó en renunciar para protestar contra esa expansión, en un momento en que, recordaría, “trabajábamos de cerca con los rusos y ellos se empezaban a acostumbrar a vernos como amigos, y no enemigos”. William Burns, embajador en Rusia, hoy director de la CIA, envió en 2008 un oficio a Washington señalando los graves riesgos de la expansión de la OTAN hacia Ucrania y Georgia: “Rusia no sólo se siente rodeada y amenazada por una ofensiva contra su influencia en esa zona, sino que teme también consecuencias impredecibles que podrían seriamente afectar sus intereses”. La OTAN estuvo muy presente en las semanas que precedieron, y que sucedieron, la invasión de Ucrania. En diciembre de 2021, Putin propuso un acuerdo para frenar su expansión, que fue rechazado. En marzo de 2022, tras la invasión de febrero, Moscú y Kiev reportaron progreso para detener la guerra con un acuerdo basado en la neutralidad de Ucrania, que fue rechazado por Estados Unidos (e Inglaterra y Francia), según uno de los mediadores, Naftali Bennet, ex primer ministro de Israel.

El gobierno de Biden rechaza discutir las raíces de la guerra porque reconocerlas afectaría sus intereses de tres maneras, dice Sachs. Uno, dejaría claro que la guerra pudo haber sido evitada, o detenida, evitando la devastación que sufre Ucrania. Dos, haría evidente el papel de Biden en la guerra, como partícipe en el derrocamiento de Yanukovich y promotor de la expansión de la OTAN. Tres, obligaría a su gobierno a negociar, afectando su decisión de continuar la expansión. Coincido en esto, pero comparto también la opinión de Kissinger, quien era antes contrario a la inclusión de Ucrania en la OTAN, y hoy la defiende. Para defenderla, dice. Y para contenerla.