(NAJAT EL HACHMI. EL PAÍS)
Desde las altas esferas mandan bólidos alarmistas para que la opinión pública deje de oponerse a la guerra. Que el peligro es muy grande, nos gritan, que no tenéis ni idea de lo que puede venir. Ergo, hay que aumentar el gasto en defensa. O sea, el gasto en guerra. Ergo, tarde o temprano habrá que gastar ese armamento. Acostumbrados como estamos a la doctrina de shock no es extraño que nos mostremos escépticos ante la llamada militarista. Los pacifistas no negamos que Putin sea peligroso, pero como ciudadanos tenemos derecho a exigirles a nuestros gobernantes que encuentren una solución que no sea una escalada bélica de consecuencias impredecibles. Si Putin está loco, lo suyo sería reforzar los mecanismos de la razón en esta parte del mundo y que dejen de extraer de nuestros bolsillos unos recursos tan necesarios para preservar la vida de los que existen.
Armémonos para el futuro, parece que nos digan, mientras dejamos morir a los débiles del presente. Desatendamos a los enfermos para fabricar un armamento que ahora mismo se está exportando a potencias tan o más peligrosas que Rusia. ¿Qué credibilidad tiene Margarita Robles al afirmar que hay que gastar más en guerra cuando seguimos vendiendo armas a Arabia Saudí y a Israel? Luego está Macron, que en su napoleónica deriva dice estar preparado para un ataque nuclear. Será que le sigue doliendo esa imagen ridícula de su encuentro en el Kremlin con mesa quilométrica interpuesta, pero no hay nada más absurdo que afirmar que se puede estar preparado para una guerra nuclear, como si pudiera existir la posibilidad de un enfrentamiento controlado de este tipo. Si la escalada llegara a tal nivel podremos dar por extinguida la humanidad porque el único modo de responder al botón rojo de la destrucción más efectiva jamás inventada es apretar también el mismo botón desde aquí. Y de ahí nadie sale bien parado, porque si la guerra convencional es inútil y absurda, la nuclear es de un nihilismo extremo y total, una máquina del Juicio Final, en palabras de Carl Sagan.
Puede que Putin ni siquiera tema este paisaje devastador, pero desde Europa lo que no podemos permitir es que nos imponga su lógica de muerte, no podemos empezar a coquetear con la idea de que la guerra pueda ser una solución. Nunca lo ha sido y no lo será ahora por mucho armamento que se fabrique. Más valdría destinar esos ingentes recursos a agotar todas las vías para la paz y dejar de asustarnos para que avalemos una contienda que de ningún modo será la nuestra.
Soldados ucranios operaban un tanque Leopard 2A4 en un ejercicio de entrenamiento en la base militar de San Gregorio en Zaragoza, en marzo de 2023.PAUL HANNA (BLOOMBERG)