(JESSICA MOUZO. EL PAÍS)
Algo está cambiando en la narrativa de la menopausia. En la calle y en la ciencia. El silencio en torno a un proceso vital que ha vivido, vive o vivirá la mitad del planeta ha empezado a resquebrajarse entre la opinión pública y la mirada científica y médica empieza a cuestionar también su modus operandi. Una serie de investigaciones publicadas este martes en The Lancet advierte de los riesgos de la excesiva medicalización de la menopausia y reclama un cambio de paradigma en la atención a esta etapa de la vida, con más información a las mujeres y decisiones compartidas. “La menopausia no es una enfermedad, por lo que no necesariamente es preciso diagnosticarla ni tratarla. Proponemos que esto se vea como un cambio de vida normal que, a veces, puede causar síntomas problemáticos que requieren intervención médica”, sintetiza la autora del artículo, Martha Hickey, profesora de Ginecología y Obstetricia de la Universidad de Melbourne (Australia).
El abordaje de la menopausia ha ido balanceándose entre los extremos, como una especie de péndulo que nunca se equilibra. “De aguantar y callar a sensacionalizarla”, describe Rachel Weiss, fundadora de la organización benéfica Menopause Cafe, en un comunicado de The Lancet. Ella, que no ha participado en el estudio, asegura que “es bueno hablar de la menopausia, pero hay que normalizarla para que la gente no le tenga miedo”. En esta línea, los autores de la serie ponen énfasis en los peligros de convertir la menopausia en un problema de salud: “Una visión medicalizada de la menopausia puede restar poder a las mujeres, llevar a un tratamiento excesivo y pasar por alto posibles efectos positivos, como una mejor salud mental con la edad y la ausencia de menstruación, trastornos menstruales y anticoncepción”.MÁS INFORMACIÓN
Tarde o temprano, medio mundo acaba pasando por la menopausia. En la mayoría de los casos, en torno a los 50 años, comienza ese proceso donde la actividad ovárica cesa, la menstruación desaparece y se dejan de generar hormonas reproductivas. Pero cada experiencia es singular: hay mujeres que hacen esa transición sin ningún problema y otras que presentan cuadros de sofocos, sudores nocturnos, sequedad vaginal u otros síntomas que dañan su calidad de vida. Todas estas molestias suelen ser temporales, pero según los estudios recogidos en el artículo de Hickey, en los países ricos, los cuadros vasomotores afectan hasta al 80% de las mujeres en algún momento del proceso y pueden perpetuarse entre cuatro y siete años.
En este contexto, el mundo se mueve en un fuego cruzado, entre quienes lamentan que se patologiza un proceso natural y los que critican la falta de acceso a tratamientos efectivos. Una revisión científica señalaba hace unos meses que el 85% de las mujeres con síntomas de menopausia no recibe una terapia eficaz. “El reconocimiento de que la menopausia, para la mayoría de las mujeres, es un evento biológico natural, no exime del uso de intervenciones para aliviar los síntomas”, exponían los científicos.
Este nuevo artículo en The Lancet retoma el tema y vuelve a poner en el punto de mira la controvertida terapia hormonal, que durante los años sesenta se dispensó globalmente a mujeres con menopausia con la promesa de tratar los síntomas e, incluso, prevenir enfermedades. En un escenario en el que se creía que la feminidad y la salud “dependían del equilibrio” hormonal y en pleno auge de los movimientos antienvejecimiento, las terapias hormonales se aceptaron rápidamente en los países ricos —a mediados de los sesenta, un tercio de las mujeres británicas de entre 50 y 64 años, tomaban estos fármacos, recuerdan los autores—. Sin embargo, su uso se desplomó cuando, en 2002, se suspendió un ensayo (WHI) al detectar que estos fármacos podían elevar el riesgo de ictus y cáncer.
Estamos tratando de dar el mensaje de que la menopausia implica más que tomar hormonas”.Martha Hickey, profesora de Ginecología y Obstetricia de la Universidad de Melbourne (Australia)
En los últimos 20 años, la comunidad científica ha ido afinando los riesgos reales de estos fármacos y su indicación se limita a un perfil muy concreto: para aliviar síntomas graves en mujeres posmenopáusicas jóvenes sin factores de riesgo, pero no se recomienda para prevenir enfermedades. Los autores admiten que, “aunque el seguimiento a largo plazo [del ensayo WHI] no mostró ningún aumento de la mortalidad por todas las causas después de cinco a siete años de terapia hormonal, la aceptación nunca ha regresado a niveles anteriores en la mayoría de los países”.
La controversia permanece, aunque su uso varía entre países. En conversación por correo electrónico con EL PAÍS, Hickey coincide en que “existe una gran variación en el uso de terapia hormonal para la menopausia en todo el mundo”, pero su artículo recoge que el 13% de las mujeres en los países de ingresos altos reciben esta terapia. “En el Reino Unido, el uso ha aumentado alrededor del 60% en los últimos años. Esto parece deberse principalmente a la promoción comercial y al mensaje de que los preparados más nuevos son ‘más seguros’ y también a una mayor conciencia sobre la menopausia. Creo que el uso también ha aumentado en EE UU”, ejemplifica. En España, una encuesta de la Asociación Española para el Estudio de la Menopausia (AEEM) cifra en poco más del 5% las mujeres postmenopáusicas con síntomas vasomotores que toman estos fármacos.
Empoderamiento
Los autores abogan por “estrategias adicionales más allá de la medicación” para apoyar la transición a la menopausia. Su estudio destaca el papel de la terapia cognitivo conductual o la hipnosis como alternativas no farmacológicas eficaces contra síntomas vasomotores y menciona también el fezolinetant, un fármaco no hormonal, con resultados “modestos”, apuntan.
“Estamos tratando de dar el mensaje de que la menopausia implica más que tomar hormonas. Las hormonas son útiles para los sofocos o sudores que son problemáticos, pero que no tienen ninguna otra función clínica. Por ejemplo, no tratan de forma independiente los trastornos del sueño o del estado de ánimo y no son tan buenos para la sequedad vaginal (los tópicos son mejores)”, incide Hickey. La científica defiende un enfoque de “empoderamiento”: “Queremos dejar de centrarnos en las hormonas y desafiar el estigma y la discriminación por edad que experimentan las mujeres mayores, reconociendo y celebrando su valor en nuestras comunidades y lugares de trabajo, mejorando el acceso a médicos empáticos y a información realista y equilibrada, preferiblemente antes de la menopausia. La terapia hormonal puede ser parte de este enfoque, pero no es la solución completa”.
En este cambio de mirada y en todos los vaivenes que ha sufrido la atención a la menopausia en las últimas décadas, subyace de fondo el desconocimiento que aún persiste sobre este proceso vital. Por no saber, no se sabe con certeza cualés son todos los síntomas asociados a este descenso hormonal. Hay consenso en que los cuadros vasomotores, como los sofocos, la sequedad vaginal y, “posiblemente”, los trastornos del sueño, son atribuibles a este proceso vital, pero los autores admiten: “Los efectos de los cambios hormonales pueden ser difíciles de diferenciar de acontecimientos vitales concurrentes, como el cuidado de los niños en el hogar o la responsabilidad de los padres que envejecen. En particular, los cambios en el estado de ánimo y la cognición y las dificultades sexuales comúnmente atribuidas a la menopausia pueden ser causadas o exacerbadas por estos factores estresantes de la vida”.
No más riesgo de mala salud mental
De hecho, una investigación de esta serie descarta que la menopausia esté asociada sin remedio a mayor riesgo de mala salud mental. “Las mujeres no corren de manera universal o uniforme un riesgo de sufrir síntomas psicológicos durante la transición a la menopausia”, concluye el estudio, tras revisar 12 investigaciones prospectivas. Los factores de riesgo de síntomas depresivos son tener antecedentes depresivos previos, sufrir síntomas vasomotores graves y prolongados, alteraciones persistentes del sueño o pasar por algún suceso vital estresante. “Los médicos no deben asumir que los síntomas psicológicos durante la transición a la menopausia siempre son atribuibles a cambios hormonales y deben ofrecer tratamientos basados en evidencia. La terapia hormonal puede mejorar los síntomas depresivos concurrentes en pacientes con síntomas vasomotores problemáticos”, zanjan los autores, que tampoco encontraron “evidencia convincente” de más riesgo de ansiedad, trastorno bipolar o psicosis.
Sobre este debate, ronda también la influencia de sectores económicos. “Las compañías farmacéuticas han tenido una gran influencia desde el principio, sugiriendo que todas las mujeres menopáusicas deberían tomar hormonas por el resto de sus vidas. Los enfoques farmacéuticos ahora han cambiado, pero todavía promueven fuertemente la terapia hormonal. Los nuevos intereses comerciales que pueden trabajar a través de las redes sociales son las clínicas privadas que cobran altos precios por la atención y a menudo prescriben altas dosis de hormonas donde se sabe que los riesgos son mayores”, denuncia Hickey.
En esta línea, la psicóloga feminista Anna Freixas, apuntaba en una entrevista a EL PAÍS a la influencia de la “industria menopáusica”. “Son todo el conjunto de fuerzas económicas que nos inducen a consumir determinados productos con el fin de evitar algo que todavía no se ha producido o una molestia que puede que nunca llegue a existir. Y que también nos inducen al temor y al miedo, que definen la menopausia como una enfermedad, que prometen lo que no puede dar, que nos enferman y que nos arruinan”, criticaba Freixas, a la vez que cargaba contra la concepción de esta etapa vital como una enfermedad y critica duramente la terapia hormonal,
“Lagunas de conocimiento”
Sin embargo, Silvia P. González, portavoz de la AEEM, rechaza tal influencia en el uso de la terapia hormonal: “No creo que sea un tema de intereses comercial, o no solo, sino que la terapia hormonal es un tratamiento etiológico, de la causa: es decir, todo lo que se deba a falta de hormonas, cualquiera intuitivamente puede entender que se va a arreglar poniendo hormonas. Aquí lo difícil es delimitar hasta qué punto cada síntoma es exclusivamente por la bajada de hormonas”.
La serie de The Lancet, que también incluye otros artículos centrados en la menopausia tras el cáncer y en la menopausia precoz, admiten que todavía quedan “lagunas sustanciales en el conocimiento” de este proceso vital, pero invitan a impulsar un nuevo abordaje “más allá de síntomas específicos”, dicen. Con pacientes expertas y decisiones compartidas en el marco de un envejecimiento saludable, sin estigmas.
González ve “interesante” este enfoque, en tanto que “la menopausia es íntima e intransferible”, pero pide aplicar “juicio y sentido común” en la toma de decisiones. “Los síntomas son únicos y su experiencia varía enormemente porque somos entes biopsicosicioales y dependerá de ti biológicamente, pero también psicoemocionalmente y de la cultura en la que estás inmersa. Y no podemos saber con antelación cómo va ser tu menopausia y no puede ser que una mujer afronte esta etapa con un miedo terrible”, coincide. Sin embargo, Susan Davis, directora del Programa de Investigación sobre la Salud de la Mujer de la Universidad de Monash (Australia), critica, en declaraciones a Science Media Center, que “las autoras parecen decididas a minimizar el importante papel” de la terapia hormonal e “ignoran”, dice, revisiones sistemáticas que apuntan a estos fármacos como los más eficaces contra síntomas vasomotores.
Gino Pecorano, presidente de la Asociación Nacional de Obstetras y Ginecólogos Especialistas de Australia, señala también a SMC, que, “aunque es loable que por fin se hable más abiertamente de la menopausia y de sus múltiples manifestaciones, hay que tener cuidado de no deshacer lo bueno que ya se ha hecho: En lugar de intentar imponer un modelo de tratamiento sobre otro, ¿no sería estupendo que las mujeres y sus médicos conocieran todas las opciones terapéuticas e individualizaran el tratamiento a las necesidades particulares de cada mujer que busca su ayuda?”, plantea.
Una mujer lee un libro en un parque de Valencia.MÒNICA TORRES