La preferencia por la liquidez

FEDERICO NOVELO Y URDANIVIA. EL UNIVERSAL

“Entre las máximas de la finanza ortodoxa, ninguna, seguramente, es más antisocial que el fetiche de la liquidez, la doctrina según la cual es una virtud positiva de las instituciones de inversión concentrar sus recursos en la posesión de valores líquidos” (John Maynard Keynes, 1958, La teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, FCE, México, p. 153.

Citar un pasaje del capítulo más luminoso (el XII) de la, de suyo luminosa, Teoría General tiene, como acontece con inusitada frecuencia con la obra del maestro, una notable actualidad. El capitalismo individualista que tuvo a bien reformar muestra uno de sus peores rostros a la hora de metamorfosear el compromiso de mediano plazo, durante toda la vida útil de los bienes de inversión, por acciones o, como ahora sucede, titulizaciones líquidas, en la conformación de un ambiente en el que la especulación sustituye a la inversión.

Resulta muy difícil exagerar la dimensión de este hecho. En una economía deforme, brutalmente desigual y con la enorme carga social del subempleo, la insalubridad y la ignorancia, como la mexicana, la caída libre que experimenta la inversión desde la crisis de balanza de pagos de 1982, es la principal variable explicativa del mediocre desempeño económico que ha escoltado a las administraciones declaradamente neoliberales y a la que dice no serlo.

Las más recientes crisis bancarias, en los Estados Unidos y en Europa, son hijas legítimas de la preferencia por la liquidez. El uso que los bancos hacen de los

depósitos de los ahorradores o se destina a créditos para inversionistas o a la especulación cambiaria o a la compra de bonos gubernamentales con plazos multianuales de vencimiento. Cuando la FED impone drásticas y veloces elevaciones de las tasas de interés y en las benditas redes sociales se insinúa la falta de liquidez de un banco, este irá a la quiebra porque tiene comprometida la mayor parte de los depósitos y carece de la liquidez que sus cuentahabientes reclaman, mientras que -en los mercados secundarios- los bonos gubernamentales que ha comprado pierden valor; ¿quién saca, y con qué medios, al buey de esa barranca? El gobierno y con recursos fiscales, de los contribuyentes. Así ha sido, así es y así seguirá siendo.

Un mínimo de solidaridad social y de buena gestión gubernamental nos conduciría a incentivar la actividad productiva, vía inversión pública y privada, y a castigar a las diversas formas de especulación. Eso requiere, en medio de las grandes carencias que padecemos, un Estado financieramente poderoso, con vocación distributiva de ingreso y de riqueza, con cultura económica y vocación de servicio. Desde 2014, Thomas Piketty nos recordó que un Estado Social, para verdaderamente serlo, primero debe ser un Estado Fiscal. La austeridad solo sirve para preservar y reproducir la miseria colectiva.