Las lecciones del sargazo: repensando la gobernanza ambiental desde el Caribe Mexicano

(LETICIA DURAND, JUANITA SUNDBERG Y ROSA ELISA RODRÍGUEZ MARTÍNEZ. NEXOS)

Uno de los fenómenos más sorprendentes producto del cambio ambiental global son los florecimientos algales que inundan muchas costas del planeta. El Caribe mexicano ha sido severamente impactado por el arribo masivo de sargazo, una macroalga que desde 2011 florece en el Atlántico tropical. La acumulación de toneladas de algas en la arena, durante varios meses al año, dificulta las actividades en la playa, afecta a las especies marinas y la dinámica de los ecosistemas costeros.1

Los florecimientos de macroalgas, al igual que otros fenómenos como los eventos climáticos extremos, el incremento en el nivel del mar o la proliferación de entidades novel, como plásticos o antibióticos, tendrán enorme relevancia y deberán ser atendidos en las próximas décadas. Estos son problemas que requieren de acciones rápidas en contextos de gran incertidumbre y que suponen un gran desafío para esquemas de gobernanza ambiental convencionales, poco adecuados para enfrentar ambientes cambiantes e inestables. Bajo estas condiciones de urgencia e incertidumbre, es imprescindible revisar los arreglos de gobernanza ambiental para atender eventos insospechados, pero cada vez más frecuentes, y ajustar nuestras respuestas a los nuevos rasgos de los entornos que habitamos. En este sentido, el concepto de reflexividad ecológica, sugerido por Dryzek y Pickering, nos parece particularmente útil.2

De acuerdo con Dryzek y Pickering, los esquemas de gobernanza actuales responden al entorno estable que la Tierra presentó durante el Holoceno, cuando el funcionamiento del mundo no humano ocurría dentro de parámetros habituales que podían considerarse asegurados. En el Antropoceno, la dinámica terrestre es más inestable y se hace cada vez más presente en los asuntos humanos, de manera que la política y las instituciones ya no pueden responder sólo a las demandas de las personas, sino que deben atender también a los componentes no humanos, prestando atención a sus señales,a aquello que nos comunican. A fin de incorporar las dinámicas no humanas como variables fundamentales de la gobernanza, Dryzek y Pickerin sugieren la noción de reflexividad ecológica como eje de la gestión ambiental.

La reflexividad ecológica es la capacidad de una entidad (agente, estructura o proceso) para reconocer sus impactos en los socioecosistemas y responder en consecuencia mediante la transformación de sus valores y prácticas. Su incorporación a los sistemas de gobernanza implica entender y manejar los vínculos entre el cambio institucional y los entramados multiespecie que forman parte de los sistemas socioecológicos. La reflexividad ecológica supone observar y entender los efectos de las instituciones en estos sistemas, anticipar impactos futuros, aprender de experiencias pasadas, y adaptar los principios y prácticas de gobernanza a los cambios del entorno. Se trata de un intento por escuchar seriamente las señales del mundo no humano y producir instituciones flexibles, capaces de transformarse en función de la dinámica ambiental y las necesidades de otros más que humanos.

Desde 2014, el Caribe mexicano, donde se localizan los importantes centros turísticos de Cancún y la Riviera Maya, ha recibido la llegada de millones de toneladas de sargazo (Sargassum fluitans, Sargassum natans). El volumen que arriba a las playas ha aumentado año con año. Esto plantea un enorme reto para las autoridades que se enfrentan a una situación inédita. En estos años, la gestión del sargazo ha sido predominantemente reactiva, centrada en mitigar sus impactos en el turismo a través de la limpieza del sargazo de las playas más visitadas.3

Entre 2015 y 2018, la atención al sargazo se caracterizó por un enfoque de ensayo y error, con escasos logros. Las instituciones gubernamentales consideraron la llegada del sargazo como algo esporádico. El énfasis en la limpieza de las playas produjo el descuido de otros aspectos como la disposición adecuada del alga para proteger los acuíferos, los arrecifes de coral y especies marinas, y evidenció la prioridad que tienen las preocupaciones económicas en las respuestas a la crisis del sargazo. Al tratar la llegada de sargazo como algo que tal vez no se repetiría, se limitó la capacidad institucional para responder en años posteriores. Sin embargo, la investigación científica durante este periodo contribuyó a una mejor comprensión de los impactos ecológicos de la llegada masiva de sargazo a las playas y costas de Quintana Roo.4

Durante los siguientes años se crearon consejos consultivos y comisiones, y numerosas reuniones tuvieron lugar a nivel estatal, federal e internacional para buscar soluciones. No obstante, la gestión del sargazo adoleció de la falta de coordinación y fue intermitente. Hubo desacuerdos entre las autoridades sobre la distribución de responsabilidades y se duplicaron funciones e iniciativas. En 2019, la gestión del sargazo se centralizó en la Secretaría de Marina y consistió, básicamente, en la instalación de barreras y la construcción y operación de barcas sargaceras para retirar el alga del mar. Las múltiples reuniones realizadas entre 2019 y 2020, muestran la intención de construir respuestas políticas más complejas, que intentan integrar y coordinar a diversos actores en diferentes niveles, e incorporar preocupaciones ecológicas además de las económicas. El sargazo comenzó a ser considerado como una especie que había llegado para quedarse, y su presencia se vinculó de manera más precisa con el calentamiento global.

En 2022, hubo pocos cambios en la estrategia de gestión. Además de los impactos en el turismo, los medios de comunicación empezaron a informar sobre otras consecuencias de la llegada del sargazo, como problemas para la salud humana, la erosión de las playas, la contaminación de los acuíferos y el incremento del turismo en los cenotes.

Casi una década después, el arribazón de sargazo se ha convertido en un evento estacional. Para este 2024, se espera que lleguen a México hasta 300 000 toneladas de sargazo, y al igual que en otros años de grandes recales, la presencia del alga probablemente dará lugar a situaciones de difícil control para las autoridades tanto en términos económicos, como sociales y ecológicos. Por esta razón, el principio de reflexividad ecológica puede ser relevante para evaluar y replantear las acciones tomadas y buscar una gestión más efectiva del sargazo. Es importante considerar el análisis de los errores y fallos institucionales como un elemento necesario para generar respuestas efectivas, pero lo que nos parece indispensable es pensar que la noción de lo que constituye una acción o una respuesta debe expandirse más allá del diseño y la implementación de tecnología y de equipos útiles para contener, remover, manejar y desechar el sargazo.

En este sentido, es importante retomar la sugerencia de Dryzek y Pickering sobre la necesidad de escuchar las señales del mundo no humano y fomentar la capacidad de ajustar los arreglos institucionales. En el caso específico del Caribe mexicano, sería importante explorar la posibilidad de centrar la gobernanza no sólo en las consecuencias para los seres humanos de la llegada del sargazo, sino en los vínculos entre humanos y no humanos que hacen posible la existencia de playas idílicas de arena blanca y mar turquesa que atraen a los turistas. Es crucial examinar la integración de entidades no humanas en los sistemas de gobernanza y en la planificación del turismo regional. El desafío para la gobernanza de los nuevos entornos del Antropoceno ya no es cómo vivir de la naturaleza no humana sino cómo vivir con ella y para ella.5 Así, la gobernanza del sargazo requiere más que controlar las algas, algo que el propio sargazo nos muestra que no será del todo posible, implica también reimaginar y restablecer las relaciones que sostenemos con múltiples especies de quienes dependemos y con quienes llegamos a ser lo que somos.

Leticia Durand
Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias, UNAM

Juanita Sundberg
Departamento de Geografía, Universidad de British Columbia

Rosa Elisa Rodríguez-Martínez
Instituto de Ciencias del Mar y Limnología, UNAM