(ROLANDO CORDERA CAMPOS. LA JORNADA)
Salvo que toda la información sobre la violencia armada sea falsa, instrumentada por la caterva de oligarcas que sin cuartel alguno persigue al gobierno y a su jefe, estamos en problemas. Serios desafíos tenemos si además queremos derrotarlos desde las plataformas apenas construidas y todavía muy defectuosas de lo que entendemos por Estado de derecho
.
A este respecto, se impone citar al amigo y respetado jurista Sergio García Ramírez quien, en su último texto, todo un legado, nos advierte: Lejos de hallarse firmemente arraigados, los derechos humanos peligran dondequiera. Su pertinencia y su grandeza no han bastado para contener las corrientes autoritarias que militan contra ellos; sin embargo, la batalla se sostiene contra viento y marea
( El Universal, 11/1/24).
Estamos enredados y no sólo debido a que nuestra agenda dolorosa se haya ampliado y diversificado, que vaya que lo ha hecho, sino porque el saldo de mexicanos asesinados crece con los días y las horas, sin tregua alguna, para poner en riesgo real e inminente al Estado en su conjunto. El remolino se torna vértigo si consideramos que ninguna fuerza política organizada se siente obligada a acusar esta envenenada complejidad y asumir el riesgo del fenómeno; por el contrario, pareciera que lo importante fuera ganar
la contabilidad de las personas fallecidas.
Cómo saldremos de este pantano envenenado, no lo sabemos. Lo que sí intuimos es la potencialidad del desastre que puede caer sobre nosotros de extenderse, sin control ni cauce, el imperio armado de la criminalidad organizada que ha aprendido a comprar y vender, a hacer negocios con productores y distribuidores de diversos tamaños y alcance. De hecho, las bandas han aprendido a cobrar impuestos y seguramente a impartir justicia
por su cuenta. Y a manejar cuentas en dólares, bitcóins…
No hay recetas fáciles para abordar ésta, que se ha convertido en amenaza insoslayable. Podemos seguir haciendo como que no sabemos o, peor aún, que se trata de relatos exagerados e histéricos aprovechados por los malandros y articulados por algún oligarca. Lo que no podemos es seguir evitando la evaluación que de nuestra circunstancia hacen y harán nuestros vecinos y socios, cada día más acompañados por las miradas de los servicios
de otras naciones, interesadas en aprovechar las grandes oportunidades que las convulsiones geopolíticas están configurando para economías como la de México.
Hay en curso otra guerra secreta
en México. Del tamaño y calado de aquella magistralmente estudiada y narrada por el gran Friedrich Katz. Hacerle una visita a ese enorme relato no estaría mal para el Presidente y sus adjuntos, en especial para aquellos que todavía creen que pueden enseñarle al mandatario a leer la historia.
De historia hablamos y tendremos que seguir haciéndolo, aunque sepamos que este terrible presente no podrá encararse, mucho menos superarse, repitiendo consejas de algún estudioso del pasado. Lo que urge es que quienes dicen ocuparse del aquí y el ahora mexicano se responsabilicen y se hagan cargo de que lo que tienen en sus manos: el futuro mediato e inmediato del Estado y, así, el de la nación.
De ocurrir así, de repoblarse el territorio estatal con hombres y mujeres impuestos de su deber histórico, el mal chiste y el neurótico chismorreo pasarían a retiro y la especulación trivial conocería el exilio inapelable. Tal vez hasta la liviandad y banalidad de nuestra democracia serían conmovidas por la pasión de y por la política de Estado que nuestra frivolidad democrática decretó fuera de tiempo y moda.
Nos llega la hora que parece ser también la de los malos.