(RANA FOROOHAR. FINANCIAL TIMES)
Cuando se trata de política antimonopolio, los estadunidenses son de Marte y los europeos de Venus. Esa fue la conclusión que saqué de una importante conferencia sobre política de competencia que se celebró la semana pasada en Bruselas, en la que los principales reguladores de ambas regiones intentaron —y fracasaron— desarrollar un enfoque común entre la concentración de poder que se ha producido en varios sectores, sobre todo en el de las plataformas de tecnología.
Unir a Estados Unidos y Europa es clave para tener éxito en frenar tanto el poder de las compañías más grandes de Silicon Valley como el del estado de vigilancia chino, sobre todo al tener en cuenta cómo la inteligencia artificial (IA) afianza aún más el dominio de ambos; sin embargo, hay dos diferencias fundamentales en la forma en que los estadunidenses y los europeos ven la cuestión de la concentración corporativa que va a dificultar que se logre ese objetivo.
En primer lugar, el bienestar del consumidor sigue sustentando el enfoque europeo de la política de competencia; sin embargo, los estadunidenses llevan a cabo un análisis mucho más amplio de cómo se acumula y se ejerce el poder corporativo, y cuáles pueden ser las consecuencias de un poder indebido, no solo para los consumidores, sino también para los competidores del sector, los trabajadores y la sociedad en general.
“Un mercado justo, abierto y competitivo desde hace mucho tiempo es la piedra angular de la economía estadunidense, mientras que la excesiva concentración del mercado amenaza las libertades económicas básicas, la rendición de cuentas democrática y el bienestar de los trabajadores, agricultores, pequeñas empresas, startups y consumidores”, dijo el presidente Joe Biden en una orden ejecutiva de julio de 2021. Esto desató un torrente de investigaciones sobre el poder corporativo por parte de la Comisión Federal de Comercio (FTC, por su sigla en inglés), el Departamento de Justicia de Estados Unidos y la Oficina para la Protección Financiera del Consumidor (CFBP, por su sigla en inglés).
Entre ellos no solo se incluyen casos antimonopolio tradicionales, sino intentos de prohibir las cláusulas de no competencia que limitan a los trabajadores el cambio de empleo, e investigaciones preventivas en industrias nacientes como la IA, ya dominada por las empresas de siempre. Lina Khan, presidenta de la FTC, defendió este enfoque en Bruselas, al afirmar que “todavía nos estamos recuperando de la concentración que resultó de la Web 2.0, y no queremos repetir los errores del pasado con la inteligencia artificial”.
Con esto quiere decir que los reguladores no deben esperar a hacer frente a los monopolios de los grandes grupos de tecnología a posteriori, dada la capacidad natural de las compañías de plataformas para aprovechar los efectos de red para aplastar en sus cunas a los competidores potenciales, y para imponer altos costos de cambio a los consumidores. La FTC planea examinar no solo los precios o incluso el tamaño del mercado, sino también si las asociaciones de inteligencia artificial entre empresas conllevan expectativas de exclusividad o dan acceso preferente a datos y otros tipos de propiedad intelectual sensible. Khan también dijo que la agencia va a examinar el “cambio de forma” de las compañías: por ejemplo, una empresa de atención de salud que es capaz de recopilar datos sensibles de una forma y luego venderlos a minoristas externos de otra.
Mientras los funcionarios de la FTC, el Departamento de Justicia, la CFPB y la Casa Blanca que asistieron parecían hablar de poder más que de precios, los europeos se mostraron moderados y divididos. Algunos, como los eurodiputados Andreas Schwab y René Repasi, parecían querer adoptar un enfoque más agresivo al estilo estadunidense; sin embargo, lo más elocuente fue que Olivier Guersent, director general de Competencia de la Comisión Europea, calificó la defensa de la competencia de “guarnición” de otras políticas estatales que fomentan la competitividad. El mensaje era claro: el cambio gradual todavía está a la orden del día.
Esto tal vez era de esperar. En palabras de Tommaso Valletti, profesor de economía del Imperial College y defensor de las acciones antimonopolio, “Europa importó de Estados Unidos hace 30 años un enfoque más económico de la defensa de la competencia”. Con esto se refiere al enfoque del bienestar del consumidor y su enfoque tecnocrático del precio. “Desde entonces, los economistas profesionales (que trabajan en este campo) han tenido mucho éxito, obtienen alrededor de mil millones de euros anuales en honorarios de consultoría… para apoyar un modelo de negocio que protege las rentas corporativas”.
Pero el precio suele ser irrelevante en una economía digital. En palabras de la representante comercial de Estados Unidos, Katherine Tai: “Tenemos un enorme problema de concentración en el campo de la tecnología en torno a las personas que recopilan los datos”. Tai ha sido muy criticada por retirar el apoyo estadunidense a un enfoque de laissez-faire en los flujos de datos transfronterizos, alegando que pondrá en peligro la privacidad y apoyará el poder monopolístico de las grandes compañías de tecnología y de grandes Estados como China. “(La concentración tecnológica) se ha convertido en un enorme problema con el que tenemos que lidiar en el comercio y en un área en la que las disciplinas comerciales, el representante comercial y los responsables de la defensa de la competencia se han puesto en el papel de los otros”.
Los europeos, que por supuesto no tienen campeones nacionales en el ámbito tecnológico, deben darle la bienvenida a este enfoque. Y, sin embargo, siguen atrapados en el estrecho y tecnocrático mundo de los modelos de precios. Esperemos que el próximo comisionado de Competencia de la Unión Europea haga del antimonopolio un plato principal.