(CARLOS TELLO DÍAZ. MILENIO DIARIO)
El 12 de octubre, los mexicanos festejamos al indígena, la raza con la que nos identificamos. No a los blancos, menos aún a los negros, aunque también ellos son parte de nuestra raza. En 1946, el antropólogo Gonzalo Aguirre Beltrán publicó su libro La población negra de México. Durante la Colonia, más de veinte negros de África entraron a América por cada blanco de Europa. Estuvieron concentrados en el sur de Estados Unidos, las islas del Caribe, la costa de Brasil, pero llegaron también a México. “Los negros fueron en México un grupo minoritario”, afirma Aguirre Beltrán. “Representaron de .1 a 2 por ciento de su población colonial; el número de los introducidos por la Trata no fue mayor a 250 mil individuos en el curso de tres siglos”. Pero los productos de su mezcla fueron considerables. Al finalizar la Colonia, añade, “el 10 por ciento de la población era considerado como francamente afromestizo”.
Los documentos de compraventa de esclavos que conservan nuestros archivos dan a conocer el origen de los negros que llegaron aquí, así como la fecha de su introducción. Los primeros en llegar fueron los negros islamizados del oeste del Sudán; luego llegaron, masivamente, los negros de habla bantú provenientes del Congo; finalmente, a principios del siglo XVIII, llegaron varios grupos de Guinea. La leyenda asegura que fincaron nada más en las costas de Veracruz, Oaxaca y Guerrero. Los estudios etnográficos demuestran por el contrario que los negros, además de trabajar en los trapiches y las haciendas de tierra caliente, fueron también requeridos en explotaciones mineras del altiplano y las sierras altas, así como en los obrajes de las ciudades más grandes.
El español trató de apuntalar su hegemonía sobre los indios y negros a través de un sistema de castas que pretendía conservar su pureza. Prohibió el matrimonio con negros y trató de evitar el matrimonio con indios. Pero no lo consiguió, en parte por la escasa inmigración de mujeres españolas y en parte por los estrechos y cotidianos contactos que mantenía con los indios y los negros.
Las poblaciones negras de México no tuvieron nunca la densidad que tuvieron las de Cuba y Brasil. Allá pudieron conservar sus creencias religiosas: la santería y el candomblé. Aquí no. “El negro no pudo reconstruir en la Nueva España las viejas culturas africanas de que procedía”, continúa Aguirre Beltrán. “A diferencia del indígena que, reinterpretando sus viejos patrones aborígenes dentro de los moldes de la cultura occidental, logró reconstruir una nueva cultura indígena, el negro solo pudo, en los casos en que alcanzó un mayor aislamiento, conservar algunos de los rasgos y complejos culturales africanos”.
A principios de los ochenta, el aporte de los negros a la cultura nacional fue retomado por el antropólogo Guillermo Bonfil Batalla. Surgió entonces el interés por la llamada tercera raíz. Pero los datos científicos que fueron aportados no lograron permear las conciencias ilustradas. En la reflexión sobre la idiosincrasia de los mexicanos, en efecto, está ausente la importancia de los negros. Su importancia en nuestra raza, y en nuestra historia, como lo ilustran José María Morelos, Vicente Guerrero, Juan Alvarez y Emiliano Zapata.
- Carlos Tello Díaz
- Narrador, ensayista y cronista. Estudió Filosofía y Letras en el Balliol College de la Universidad de Oxford, y Relaciones Internacionales en el Trinity College de la Universidad de Cambridge. Ha sido investigador y profesor en las universidades de Cambridge (1998), Harvard (2000) y La Sorbona. Obtuvo el Egerton Prize 1979 y la Medalla Alonso de León al Mérito Histórico. Premio Mazatlán de Literatura 2016 por Porfirio Díaz, su vida y su tiempo / Escribe todos los miércoles jueves su columna Carta de viaje