NAIARA GALARRAGA GORTÁZAR. EL PAÍS
La Amazonia es, más allá de las formidables aventuras que evoca, un territorio crucial para que la salud del planeta no empeore de manera aún más acelerada. El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, que ha hecho del medio ambiente uno de los ejes de su política exterior, reúne este martes y miércoles en Belém a los ocho países que albergan la mayor selva tropical del mundo, aunque finalmente el venezolano Nicolás Maduro no asistirá. La idea es estrechar lazos para participar como un bloque sólido en las negociaciones climáticas y afrontar desafíos de importancia planetaria, como la deforestación, u otros locales como la pobreza la pujanza del crimen organizado. Para ello, Lula y sus homólogos buscan apoyo mutuo e internacional.
El venezolano Maduro canceló de víspera, una vez más, su presencia en una cumbre. En esta ocasión, por una otitis, lo que supone un revés para Lula, que ha hecho grandes esfuerzos para sacarlo del ostracismo diplomático. En su lugar, estará en Belém la vicepresidenta, Delcy Rodríguez. Tampoco viajará a la ciudad amazónica el presidente Emmanuel Macron. El francés estaba invitado porque es también jefe de Estado de un trocito de la Amazonia, la Guyana francesa. Durante meses, Lula soñó con que la presencia del líder europeo en el corazón de la selva tropical diera un espaldarazo al regreso de Brasil al pelotón de cabeza de la lucha contra el cambio climático tras el mandato de Jair Bolsonaro, marcado por el negacionismo y la laxitud con los delincuentes ambientales. Quien sí ha acudido a Brasil es la presidenta peruana Dina Boluarte, que no pudo asistir a un reciente encuentro con sus homólogos sudamericanos.
“Los problemas de la Amazonia no están solo en las copas de los árboles sino también debajo”, ha declarado este martes Lula en referencia implícita a las escasísimas oportunidades de ganarse la vida de manera lícita en ese vasto territorio.
Los seis millones de kilómetros cuadrados de Amazonia se extienden por Brasil (que aloja el 60% de esta selva), Bolivia, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam y Venezuela. Al resto del mundo le afecta lo que aquí ocurra porque alberga el 20% de las reservas de agua dulce del planeta y una biodiversidad excepcional, unas 16.000 especies de árboles, una sola hectárea amazónica tiene más especies arbóreas que toda la Unión Europea, como suele recordar Carlos Nobre, uno de los grandes especialistas en cómo la degradación de Amazonia acelera el cambio climático. Pero también es una especie de lejano oeste con una población similar a la de España, escasa presencia del poder público, extremadamente pobre y carcomido por la deforestación, el narcotráfico y la minería ilegal.
Para Lula, esta cumbre era la oportunidad de poner el foco del mundo en la Amazonia, un territorio del que mucho se habla en los foros climáticos pero que pocos de los que los frecuentan han pisado. A su llegada a Belém para presidir la cumbre, el mandatario recalcó que este bioma no es un museo sino el hogar de 47 millones de personas que “quieren vivir bien, trabajar, producir”. El brasileño confía en que los países amazónicos junto a la comunidad internacional logren, a través de iniciativas públicas y privadas, “encontrar la manera de preservar [la selva tropical] ganando dinero para que el pueblo que vive aquí pueda vivir dignamente”.
Aunque Lula no lo explicitó, el desafío es generar oportunidades de ganarse la vida por medios lícitos que contribuyan a preservar la biodiversidad porque ahora los habitantes de la selva tropical aspiran a la estabilidad de un empleo público y muchos de los que no lo logran acaban buscándose la vida en actividades ilícitas como la deforestación, la pesca furtiva o la minería ilegal.
Uno de los elefantes en la habitación es el debate sobre la explotación de los combustibles fósiles de esta valiosa selva tropical. El presidente colombiano, Gustavo Petro, impulsa una ley para vetar la extracción de petróleo pero la postura de Lula es ambigua —defiende una explotación petrolífera sostenible que los ambientalistas consideran inviable— y prefiere obviar un tema que potencialmente muestra sus contradicciones en materia medioambiental. Conviene no olvidar que Petrobras es una de las mayores empresas de Brasil. Brasil quisiera que sus vecinos se sumaran al compromiso de alcanzar la deforestación cero en 2030. Los datos preliminares son prometedores porque muestran un notable descenso, pero habrá que ver si a final de año se confirman.
Ni siquiera la creciente frecuencia de episodios climáticos extremos como las olas de calor de Europa o el tifón que ha obligado a miles de scouts a abandonar a toda prisa Corea del Sur por un tifón han logrado darle vuelo a esta cita amazónica que se celebra en Belém, la capital del Estado brasileño con los peores índices de deforestación, un territorio con 27 millones de cabezas de ganado, tres veces más que habitantes, responsables de que sea campeón en emisiones de gases nocivos. Está previsto que Belém acoja la gran cumbre climática de la ONU en 2025, la llamada COP 30.
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).